Dossier
Chaco: ¿Quién cuida a las que nos cuidan?
Por:
Situación de las trabajadoras públicas provinciales en áreas relacionadas al cuidado durante la pandemia de COVID-19
¿Cómo transitaron las trabajadoras de la salud pública, la educación, el desarrollo social y ramas afines el periodo de aislamiento social, preventivo y obligatorio en nuestra provincia? ¿Cómo reorganizaron sus equipos de trabajo? ¿Tuvieron la posibilidad de tomar decisiones en dicha reorganización? ¿Hay un antes y un después en sus expectativas profesionales, en sus hábitos, en sus prácticas laborales y domésticas? Habituadas a ser vistas como quienes cuidan de los demás, ¿cómo se perciben en relación con su comunidad, con sus pacientes y alumnos, con sus familias?
Hemos conversado con siete trabajadoras de áreas relacionadas a la salud, la educación y los cuidados sobre cómo se “reinventaron” sus grupos de trabajo durante el periodo de aislamiento, así como sobre la evolución de sus emociones y percepciones subjetivas acerca de sí mismas como profesionales, como trabajadoras públicas y como miembros de sus respectivos grupos familiares. A continuación, analizamos sus testimonios mediante un enfoque cualitativo, en el afán de aproximarnos a sus realidades y visibilizar sus vivencias diarias.
– –
Paliar la desigualdad:
tensiones y resiliencias de las trabajadoras de salud pública durante la pandemia
Por Jimena Molina
Las mujeres representan el 70% del personal sanitario en el mundo y son mayoría en sectores esenciales como la industria de la alimentación, los servicios de limpieza hospitalaria y las residencias. Además, realizan la mayor parte del trabajo doméstico y cuidado de personas dependientes (remunerado y no remunerado) y asumen una mayor carga mental derivada de la misma. Las áreas públicas relacionadas a los cuidados plantean interrogantes y desafíos particularmente relevantes por su incidencia en el conjunto de la población ocupada, por prestar servicios fundamentales durante el periodo de aislamiento social obligatorio y, además, por constituir sectores históricamente precarizados y feminizados.
Belén es médica, especialista en salud mental, magíster en neuropsicofarmacología y tiene la capacidad de mantener la sonrisa aún ante las peores adversidades. En el Perrando todo el mundo la conoce como “la doctora Belén”, y hablan de ella con el respeto y la admiración que se ha sabido ganar gracias a la paciencia y la dedicación que caracterizan su trabajo. Hace unos años la invitaron a trabajar con pacientes oncológicos y surgió la posibilidad de armar un equipo interdisciplinario para atender pacientes con requerimientos paliativos: se puso al frente, se especializó, hizo una maestría en Cuidados Paliativos y hoy es jefa del servicio de igual nombre en el Hospital desde su apertura en 2016.
Paliativos es un área del hospital situada dentro de Oncología, un rincón acogedor y lleno de colores en donde es común ver muchas más mujeres que varones. Mujeres con pañuelo en la cabeza, mujeres solas que esperan sus turnos, a veces con algún acompañante; mujeres de delantal, mujeres que, en algunos casos, no se sabe bien cuál es su función pero que están pendientes de las necesidades de todos los que están ahí. En Paliativos se atiende a pacientes en situación de dolor crónico, desde diferentes puntos de vista: médico, psiquiátrico, psicológico, nutricional, espiritual. Es un equipo solidario de pacientes y trabajadoras cuyo objetivo es, literalmente, brindar una mejor calidad de vida (OMS 2017) y acompañar en la enorme tarea de sobrellevar el dolor, dolor con el cual los pacientes deben convivir y que en muchos casos no presenta opción de cura.
En la actualidad el equipo de Cuidados Paliativos cuenta con cuatro psicólogas, una asistente social, dos enfermeras, dos médicas, una secretaria y desde el año pasado se abrió la residencia de enfermería, donde hay tres enfermeras residentes y una jefa de residentes. “Son todas mujeres, con los problemas que eso trae por las maternidades, porque parece ser un sector donde se permite o hay facilidad para la procreación [risas], porque las psicólogas todas pasaron por la maternidad, así como una de las médicas, todas mientras transitaban por Cuidados Paliativos, así que bueno, ¡haciendo fuerza que por favor ahora no se embarace nadie!”.
A pesar del optimismo que nuestra entrevistada le imprime al análisis del equipo (¡y a todo lo que describe!), es importante detenerse en el hecho de que el compromiso y la dedicación horaria sean dos de los aspectos más observados a las mujeres profesionales de la salud. En ese sentido, es común que se asocie la maternidad -tanto a las madres como a las mujeres en general en edad reproductiva- con un menor compromiso hacia el trabajo y en particular hacia su disponibilidad con el cumplimiento de cargas horarias.
Sin dudas, la maternidad afecta de forma significativa las trayectorias y las experiencias de todas las trabajadoras, y el caso de las profesionales de la salud no es la excepción. Este se constituye en el gran punto de inflexión con respecto a los pares varones, especialmente entre quienes aspiran a especializarse en una disciplina masculinizada. La maternidad asociada con un menor compromiso laboral se vive como una amenaza a las posibilidades de crecimiento de las trabajadoras, a pesar de las cualificaciones profesionales que posean o los méritos que puedan haber obtenido en sus trayectos laborales. No obstante, este pequeño equipo coordinado por Belén sabe aprovechar las desventajas que laboralmente acarrean el embarazo y los avatares de la maternidad para generar un valor agregado definido como indispensable para el perfil del sector.
“Algo que me parece muy positivo de trabajar con mujeres –cuenta Belén-, es que (…) todas son compasivas, muy humanas, es una de las cuestiones que para mí deben destacarse en el grupo de Cuidados Paliativos”. Esto nos lleva a preguntarnos qué cualidades típicamente asociadas a lo femenino y a “lo materno” son aprovechadas por el mercado laboral, y en qué medida ello contribuye al crecimiento personal, profesional y económico de las mujeres que maternan, así como también desde qué puntos de vista lo obstaculiza.
“Y… no sé si atribuirlo exclusivamente a que son mujeres, pero me parece que le da un toque especial esto de que son mamás, tienen actitudes muy empáticas hacia el paciente (…) yo conozco médicos paliativistas, pocos enfermeros que hacen paliativos, pero me parece que es un rasgo característico de las mujeres, que nos viene como anillo al dedo en Paliativos por esto que para mí es un requisito, el que hace Paliativos lo tiene que hacer con mucha humanidad, compasión, compromiso, y eso se ha logrado en el equipo, no sé si es porque somos todas mujeres pero me parece que le da un plus”.
Es importante reflexionar acerca de por qué características como “(…) humanidad, compasión, compromiso” se asocian a lo “femenino” antes que a lo “masculino”. Se ha entendido que la asignación de características cualitativamente diferenciadas a varones y mujeres responde a un sistema social basado en la división sexual del trabajo (Roca 2018), donde las cualidades propias de “lo femenino” en general y de “lo materno” en particular (sensibilidad, empatía, capacidad de escucha, entre otras) representan ciertas ventajas al momento de aspirar a determinados espacios laborales; sin embargo, es una realidad a confrontar que ello no necesariamente se traduce en una mayor valoración institucional, social ni económica.
Prueba de lo anterior es que el personal del área de Oncología del Perrando está compuesto, al igual que Paliativos, en una enorme mayoría por trabajadoras mujeres; según ellas relatan, “sólo hay 5 o 6 varones” (Gómez, L., comunicación telefónica, 29 de septiembre de 2020). Asimismo el hecho de que, según la misma fuente, alrededor del 70% del personal que trabaja en esta área neurálgica de la salud pública provincial se encuentra vinculado institucionalmente a través de becas, y sólo un 30% es personal de planta o posee otro tipo de contratación más acorde a la importancia de la misma y a la necesidad de permanencia cualificada en las tareas desarrolladas.
las cualidades propias de “lo femenino” en general y de “lo materno” en particular (sensibilidad, empatía, capacidad de escucha, entre otras) representan ciertas ventajas al momento de aspirar a determinados espacios laborales; sin embargo, es una realidad a confrontar que ello no necesariamente se traduce en una mayor valoración institucional, social ni económica.
La alta feminización de las áreas de Oncología y Paliativos, así como la precariedad de los vínculos laborales observada en la primera, revelan que existe un comportamiento institucional que se adecúa al modelo descripto con anterioridad, que reproduce estereotipos de género a través de la preferencia mayoritaria de perfiles femeninos para ocupar puestos de trabajo vinculados al cuidado, pero sin que ello conlleve la jerarquización institucional ni económica de dichos perfiles.
A la pregunta de si el equipo femenino “nace” o “se hace”, es decir, si la feminización obedece a ciertos parámetros y expectativas previos a la conformación del mismo o es resultado del devenir de los acontecimientos, Belén conduce la respuesta a las necesidades del servicio, claramente inclinadas hacia este perfil “maternal” que analizamos. “Se fue como buscando ciertas cualidades para las que hacen Cuidados Paliativos, no es que tenemos las puertas abiertas y bueno, venga cualquiera. En primer lugar, no hay muchos que quieran hacerlo, y en segundo lugar que te tiene que gustar y tenés que reunir este perfil de saber escuchar, de ser muy empático, de saber ponerte en el lugar del otro. Tener una mirada holística de la persona”. “(…) estamos trabajando todo el tiempo con el sufrimiento ajeno, con dolor, con angustia, con la cercanía de la muerte, y todo esto genera movilizaciones internas que hay que manejar, tener trabajadas en lo personal, pero también es una elección (…)”.
Desde una perspectiva binaria y biologicista, se ha afirmado que las trabajadoras de la salud poseen más y mejores habilidades comunicacionales y un mayor nivel de empatía, por lo que hacen consultas más prolongadas y más centradas en el paciente individual, plantean más preguntas psicosociales y dan más consejos en estas áreas; se preocupan más de las emociones y hacen que sus pacientes hablen más en la consulta (Borracci Et. Al., 2018). Estas habilidades comunicacionales y de la personalidad, sin duda, mejoran la interacción afectiva y la relación con el paciente. Aún así, es preciso mirar por sobre las pretendidas “tendencias biológicas” y preguntarnos a qué costo las trabajadoras logran estos niveles de eficiencia, basados en lo cualitativo pero destacados en lo cuantitativo, en ese “más”, que al parecer sus pares ¿no quieren, o no pueden alcanzar?
“Cuando escribí el manual del servicio puse algunos requisitos que sí o sí se deben cumplir para hacer Paliativos, que es esto de ser muy humano, muy compasivo, ser respetuoso, porque vos te encontrás con pacientes que no quieren hacer más tratamiento curativo, entonces pasan a un tratamiento paliativo por elección: mujeres que no quieren hacerse más quimio, por ejemplo. Porque la intención del trabajo es que sea un abordaje interdisciplinario, y aunque no siempre esté tu compañera, tener la capacidad de escucha desde lo social aunque no seamos trabajadoras sociales, psicológica aunque no seamos psicólogas, y lo mismo al revés, las psicólogas saber escuchar cuando hay un síntoma que tiene que ser atendido por un médico y no lo pueden abordar ellas…”.
es preciso mirar por sobre las pretendidas “tendencias biológicas” y preguntarnos a qué costo las trabajadoras logran estos niveles de eficiencia, basados en lo cualitativo pero destacados en lo cuantitativo, en ese “más”, que al parecer sus pares ¿no quieren, o no pueden alcanzar?
Esta suerte de polivalencia propia de nuestros tiempos, pero más marcada en las características atribuidas al trabajo femenino, que implica “ser” algo pero también “oficiar” de todo, es sin duda una ventaja al momento de trabajar en equipo o en áreas como la que describimos, pero también es cierto que el exceso de “poder”, en el sentido de “ser capaz de hacer algo”, puede resultar agotador.
El filósofo norcoreano Byung-Chul Han presenta el multitasking como un retroceso a la vida animal, no como un avance (2012, p. 21), pues tener que realizar varias actividades a la vez, lejos de representar una escalada civilizatoria, significa una animalización del sujeto. Este autor ha advertido en varias de sus obras, especialmente en La sociedad del cansancio, sobre la “violencia de la positividad”, saturativa y exhaustiva, que deviene del mandato del “siempre poder”. Ese “No poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión” (2012, p. 19).
La sociedad del Siglo XXI, en palabras de este autor, es una sociedad de rendimiento, que se caracteriza porque el hombre “puede”. Y si el hombre puede -nos atrevemos a pensar con Chul Han-, más aún la mujer, que carga con el mandato atávico de “poder con todo”, reforzado en las últimas décadas y llevado como bandera emancipadora a espacios antes impensados como respuesta colectiva a las restricciones socialmente impuestas a lo largo de la historia. La obra citada ejemplifica con el “Yes, we can” el exceso de positividad, poniendo en centro de discusión toda la libido y la energía que emplea el sujeto de rendimiento en la hazaña de “hacer” lo que quiere (en función además de lo que se espera de sí, según las coordenadas sociales que ocupa), y resignar por ella hasta la propia salud.
La mayoría de nuestras entrevistadas percibe las exigencias del trabajo y el hogar como esferas en permanente tensión, lo cual a Belén no resulta ajeno. Esta puja persiste, incluso, en el caso de las trabajadoras que disponen de recursos para facilitar la conciliación entre ambos ámbitos: aun las mujeres con mayores demandas de tiempo, aquellas en puestos de decisión y en especialidades con altos requerimientos de carga horaria, han sido antes y durante la pandemia las responsables principales del cuidado de sus hijxs y de la organización de sus hogares.
La situación de aislamiento social, para aquellas trabajadoras que fueron consideradas esenciales, en muchos casos resultó una experiencia que sobrepasó con creces los límites de sus posibilidades, incluso las auto-impuestas (retomando la idea de “exceso de poder” de Chul Han), ya que se encontraron solas frente a un exceso de trabajo remunerado propio, la necesidad de reemplazar, a su vez, a quienes no pudieron seguir acudiendo al lugar físico de trabajo, además de las tareas domésticas y de cuidados, imposibles de ser delegadas en otras personas en función del contexto. A todo ello debemos adicionar las actividades de apoyo escolar, que, como hemos visto en trabajos anteriores, durante la pandemia fueron desarrolladas casi con exclusividad por las mujeres, incluso en los casos de encontrarse también ellas cumpliendo con tareas remuneradas (Lescano, Molina y Flores 2020).
“Al principio, cuando comenzó la pandemia –cuenta Belén-, para mí fue agotador, porque una de las médicas estaba de licencia y otra quedó aislada por contacto estrecho con un paciente COVID positivo, entonces recayó sobre mí todo. No había escolaridad, mis hijos en casa sin niñera, entonces los tenía que dejar durmiendo hasta que yo llegara del hospital, porque si se despertaban antes iban a empezar con hambre. (…) Yo soy divorciada, así que los dos nenes están conmigo. A veces llegaba a las dos de la tarde, me sacaba la ropa, me desinfectaba, me daba un baño y recién me ponía a cocinar y los despertaba, así que había días que comían a las tres, cuatro, de la tarde (…). Cuando el papá de los chicos vio que yo estaba realmente muy cansada porque eran días muy intensos en el servicio me propuso darme una mano, que nació de él y yo lo agradecí inmensamente y los chicos fueron una semana de corrido a la casa del papá, entonces yo llegaba, me bañaba y me acostaba a dormir”.
Este relato, analizado incluso por fuera del marco de pandemia, abona las investigaciones que concluyen en que las transformaciones en el sector salud en las últimas décadas no han sido proporcionales a la renegociación de los roles dentro del hogar, y que sobre las mujeres continúa recayendo la mayor parte del trabajo doméstico no remunerado. Es decir, la feminización profesionalizada se ha desarrollado en un contexto de “revolución estancada”, ya que la inserción masiva de las mujeres en puestos de cualificación profesional no produjo modificaciones visibles en la participación de los varones en las tareas domésticas (Cerrutti, 2003; Wainerman, 2003).
A pesar del incremento de la participación laboral de las mujeres en ocupaciones profesionales en el sector salud, en su mayoría continúan como responsables principales de la organización del hogar y tareas de cuidado. La diferencia de tiempo entre las mujeres y varones del sector asciende a 1,8 horas diarias, según estadísticas del PNUD: mientras ellas en promedio dedican 4,8 horas, ellos dedican 3.21. Es decir, la cantidad de horas diarias invertidas por las trabajadoras del sector en el cuidado y organización de sus hogares es un 60% mayor que sus contrapartes varones (PNUD 2018, p. 21).
Lo anterior también mueve a reflexionar sobre la diferente valoración social (positiva y negativa) sobre mujeres y varones respecto del desarrollo de las tareas de cuidado no remuneradas (Canals, 1985): en este sentido, si por cualquier circunstancia quien asumía tareas de cuidado no lo hace o deja de hacerlo, la respuesta social es diferente tratándose de un hombre o de una mujer. Así, en el primer caso, la situación se considera normal y aparece con rapidez la disculpa social (no sabe, no puede, sobrecarga de trabajo, Etc.), mientras que en el caso de la mujer lo que aparece es la culpabilización en términos de sanción social, de “abandono”, relegando otros factores como ser las circunstancias laborales o profesionales.
No obstante lo analizado en el marco de “la vieja normalidad”, es evidente que para Belén hay un antes y un después de la pandemia. Esta joven psiquiatra se vio obligada a adoptar estrategias inusuales que implicaron una alteración de las rutinas habituales de la familia, como los horarios de comida y descanso, que ella misma percibió como caóticas, teniendo en cuenta que “yo suelo ser muy ordenada, me gusta acostarme y levantarme temprano”, e idéntica disciplina se seguía en el hogar hasta la imposición del aislamiento social. Asimismo, merece nuestra atención el hecho de que la intervención paterna es percibida y expresada como “ayuda” y no como deber, denotando así una diferenciación clara de roles y de tareas en la familia, en clara desventaja para la madre que además se encuentra trabajando en primera línea de lucha contra el virus.
Los reflejos, las perspectivas, las esperanzas. A modo de conclusión
Para Belén, la experiencia de la pandemia significó una oportunidad para poner a prueba sus límites, su capacidad de adaptación a nuevos escenarios y de lidiar con lo incierto. Su lugar en la unidad Covid le permitió también trasladar el concepto y las premisas de Cuidados Paliativos a otros ámbitos, llevando de algún modo la semilla del sector con la esperanza de que redunde en mejores condiciones institucionales, laborales y salariales para todas las trabajadoras del área.
Así como define la experiencia en términos de “aprendizaje”, “fuerza”, “orgullo”, también es consciente de que hubo y aún hay una cuota importante de “angustia” y de “miedo”. Esta misma angustia, el mismo miedo que muchas trabajadoras experimentamos a menudo, tal vez como consecuencia de la necesidad constante en los últimos tiempos de renegociar con nosotras mismas y con el entorno los límites perversos del “poder-poder con todo”.
Es allí, en el claroscuro que va del aprendizaje a la angustia, donde nos situamos para reflexionar en lo que resta por hacer; es allí desde donde pensamos en qué condiciones estamos contribuyendo a crear y a reproducir para las personas (especialmente las mujeres) que nos cuidan. Es una deuda tanto del Estado como de las propias familias poner en palabras la polivalencia, descomponerla y dejar bien en claro qué lugar le damos en términos institucionales, laborales y salariales. Es allí, una vez más, donde somos capaces de sembrar la diferencia.
Bibliografía
-Cerrutti, M. (2003) Trabajo, organización familiar y relaciones de género en Buenos Aires, en: Wainerman, C. (comp.), Familia, trabajo y género. Un mundo de nuevas relaciones. Buenos Aires, UNICEF/Fondo de Cultura Económica.
-Borracci, R.; Salazar, A., y Arribalzaga, E. (2018) El futuro de la feminización de la medicina en Argentina, en: FEM: Revista de la Fundación Educación Médica, V. 21 N° 3. Disponible en http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2014-98322018000300002&lng=es&nrm=iso.
-Canals, J. (1985) Cuidar y curar: funciones femeninas y saberes masculinos. Barcelona, JANO Nº 660-H, v. XXIX, pp. 365-372.
-Han, B. C. (2012) La sociedad del cansancio. Barcelona, Herder.
-OMS (2017) 10 datos sobre cuidados paliativos. Sitio web mundial, recuperado de: https://www.who.int/features/factfiles/palliative-care/es/
-PNUD (2018) Aportes para el desarrollo humano en Argentina 2018: Género en el sector salud: feminización y brechas laborales. Buenos Aires.
-Roca, M. (2018) Desigualdades de género y trabajo de cuidados en el Servicio de Ayuda a Domicilio: políticas, discursos y prácticas. Revista Internacional de Organizaciones, 20, pp. 59-80.
-Wainerman, C. (2003) La reestructuración de las fronteras de género, en: Familia, trabajo y género. Un mundo de nuevas relaciones. Buenos Aires, UNICEF/Fondo de Cultura Económica.
– –
Desigualdades en primera persona
vivencias de trabajadoras públicas en sectores feminizados
Por María Ayelén Flores
A estas alturas ya no es ninguna novedad que la crisis del coronavirus profundizó a la vez que visibilizó las injusticias propias de nuestra región. Ahora bien, frente al pesimismo que genera la realidad económica y las víctimas en aumento, podríamos significar positivamente la claridad con la que quedó demostrada la importancia de los cuidados del hogar para la sostenibilidad de la vida. Asimismo, ciertos trabajos históricamente feminizados como aquellos relacionados a la salud y al cuidado de personas, fueron calificados como esenciales, transmitiendo en consecuencia la necesidad de su revalorización, sea institucional, salarial, o social.
Mientras una parte importante de la economía se paralizó, los cuidados domésticos se intensificaron generando una sobrecarga en las mujeres. Es decir que el traslado de los ámbitos laborales a la privacidad de los hogares, junto al cierre de establecimientos educativos durante el aislamiento obligatorio, generó que muchas de ellas se vean desbordadas de tareas, habida cuenta de que un informe del INDEC del año 2013 revela que las mismas ya solían dedicar tres horas diarias más a las tareas domésticas que sus pares varones. En este contexto, conciliar la vida profesional con la vida familiar, que ya representa un desafío común para las mujeres desde que comenzaron a ganar terreno en el mercado laboral a mediados del siglo XX, se vuelve cada vez más difícil.
frente al pesimismo que genera la realidad económica y las víctimas en aumento, podríamos significar positivamente la claridad con la que quedó demostrada la importancia de los cuidados del hogar para la sostenibilidad de la vida. Asimismo, ciertos trabajos históricamente feminizados como aquellos relacionados a la salud y al cuidado de personas, fueron calificados como esenciales, transmitiendo en consecuencia la necesidad de su revalorización, sea institucional, salarial, o social.
Sin embargo, es preciso evidenciar que las desigualdades de género se profundizan en los casos de mujeres de recursos más bajos, que suelen tener a su cargo una mayor cantidad de personas dependientes (CEPAL, 2020). Además, según los datos publicados por el INDEC para el primer trimestre de este año, las mujeres argentinas se encuentran sobrerrepresentadas tanto en la tasa de informalidad (37,5% contra 34,3%), en la de subocupación (13,7% contra 10%), así como en la de desocupación (11,2% contra 9,7%). Es por esto que el concepto de interseccionalidad, acuñado por Kimberlé Crenshaw (1991) como crítica al feminismo blanco occidental, se presenta como una herramienta interesante para analizar diversas realidades en el marco de las desigualdades de género.
A través de los testimonios de Mariana, Nadia, Carla y Rosario[1], recogidos en entrevistas realizadas durante agosto y septiembre, el presente artículo pretende visibilizar las vivencias de trabajadoras públicas que continuaron prestando servicios durante el aislamiento preventivo y obligatorio, y que trabajan en dos de los sectores más feminizados de la provincia del Chaco, es decir, educación y desarrollo social. Utilizando la perspectiva de género como eje orientador, la idea subyacente de este análisis es que no existe una experiencia unívoca de la trabajadora pública. En este sentido, entender las particularidades propias de sus contextos socio-económicos, las labores características de cada profesión y las dificultades que afrontan si deciden ser madres, puede contribuir a revalorizar la función social de los servicios que prestan, y a señalar la necesidad urgente de avanzar hacia una mayor corresponsabilidad de los cuidados entre hombres y mujeres.
Entre la feminización del trabajo y la precariedad
El Ministerio de Desarrollo Social se encarga de la atención a la población más vulnerable de la provincia, entre ellos a los adultos mayores sin hogar, las personas en situación de calle, las niñas, niños y adolescentes y las mujeres víctimas de violencia de género. Los datos expuestos en Gobierno Abierto señalan que es un sector altamente feminizado, ya que la mujeres representan casi el doble del personal de planta del ministerio (1438 contra 725). A su vez, es de común conocimiento que los salarios de esta área se encuentran entre los más bajos de la administración pública chaqueña y que muchas de las vinculaciones laborales de las y los trabajadores del sector se generan a través de becas (situación que se extiende a varios sectores estatales), modalidad que implica el reclutamiento de agentes para la prestación de un servicio puntual durante un tiempo determinado, generalmente asociado a un programa específico y destinado a la capacitación o a la formación situada, pero que en la práctica suele extenderse en el tiempo, desnaturalizando el sentido de este tipo de contrataciones.
Lo interesante de Desarrollo Social es la conjunción de estos tres factores: feminización de los servicios prestados, declaración de esencialidad de muchos de ellos durante la pandemia y la baja remuneración percibida por los y las agentes como contraprestación, situación que se agrava en el caso de los becarios que no cuentan con los beneficios asociados a pertenecer a la planta permanente del estado (no gozan de protecciones como derecho a licencias y el aporte para las prestaciones relacionadas a la seguridad y la previsión social corre por su cuenta). Los resultados provisorios de la encuesta realizada entre abril y julio (Flores, Lescano y Molina, 2020) parecen indicar que son las mujeres chaqueñas, en contraposición a sus pares varones, quienes tienen una mayor tendencia a trabajar bajo estas dinámicas en el Estado provincial. Esto se enmarca en un fenómeno más amplio a nivel nacional, que tiene que ver con la concentración de las mujeres en espacios de precariedad laboral y desprotección social, tal como fuera expuesto precedentemente.
Es el caso de Nadia, que tiene 35 años, es auxiliar de enfermería y hace nueve años presta servicios en condición de becaria en la Residencia de Adultos Mayores (RAM) de una localidad del interior de la provincia. Trabaja 120 horas al mes, en turnos de ocho horas y percibe una remuneración de $8700, además de la AUH y durante este tiempo la asignación estímulo de $4000 otorgada a aquellos trabajadores que continuaron prestando servicios de forma presencial en instituciones asistenciales, abocados al manejo de casos relacionados con la pandemia de COVID-19. Nadia señala que además de su actividad laboral tiene un emprendimiento de estética, que le permite solventar los gastos del hogar en el que convive con su hija, considerando que el padre no aporta demasiado. “También empecé la carrera de psicología social para mejorar mis perspectivas laborales; la verdad es que no podría si no fuera por las dos abuelas de mi hija, que la cuidan cuando yo trabajo y cuando necesito estudiar”. Al respecto, UN WOMEN (2018) puntualiza que los sistemas de cuidado en las sociedades más pobres tienden a recaer en redes de contención informales (la mayoría de las veces sostenidas por otras mujeres del núcleo familiar), más que en esquemas de corresponsabilidad social y en la provisión de servicios públicos y privados accesibles y pertinentes. En otras palabras, Nadia puede estudiar, pero a costa del tiempo y esfuerzo no remunerado de otras mujeres.
Mariana tiene 28 años y mediante un contrato de gabinete, cumple funciones de asesoría legal en el Ministerio de Desarrollo Social. Entiende que su situación es privilegiada, y la utiliza para visibilizar la importancia de los servicios que se prestan desde el ministerio a través de sus trabajadoras y trabajadores, que cumplen una función indispensable en lo que Faur (2009) denomina “la organización social del cuidado”, es decir en la relación entre las políticas sociales de cuidado pensadas e implementadas desde los organismos de gobierno, y la forma en que los miembros de la sociedad se benefician de las mismas. Entiende que a pesar de atender el bienestar de la población más vulnerable de la sociedad, sus esfuerzos no son retribuidos de forma acorde. “Estar 8, 9 o 10 horas cuidando abuelos en un RAM, o cuidando adolescentes o niños y niñas, o atendiendo una línea de emergencia, es un trabajo esencial por el rol social que estas actividades cumplen. Además está el desgaste y esfuerzo que implica atender a la población más desprotegida…Sin embargo, lamentablemente, creo que nunca existió una política salarial integral en la provincia, siempre primó la mala asignación de recursos, y se trató más de qué jurisdicción pelea mejor por sus bonificaciones que pretender tener una distribución más equitativa”. Siguiendo a Esquivel, Faur y Jelin (2012), es posible afirmar que la entrevistada pone el foco en la esfera estatal como un espacio con el potencial para corregir las desigualdades, pero también para profundizarlas, considerando que “mediante la distribución de recursos estatales, las políticas sociales definen las responsabilidades y derechos de los/as ciudadanos/as e inciden en la estructura de distribución de los recursos societales” (p. 27). “Si bien desde principio de año comenzamos con esto de capacitarnos en perspectiva de género con la Ley Micaela, que creo que es importante y tuvo un impacto positivo, entiendo que para hablar de perspectiva de género primero deberíamos entender un poco más la vivencia cotidiana de las trabajadoras públicas, ya que la perspectiva de género tiende a destruir esos obstáculos frente a los cuales las mujeres nos encontramos en concreto. Al interior de la administración pública todavía no se ha dado este debate, y lo primero que yo plantearía es la cuestión salarial que posibilita la autonomía económica de las mujeres que muchas veces nos hace depender de otros, así como el tema de los cuidados que siempre recaen en nuestras agentes”.
El multitasking a la máxima potencia
La enseñanza, en su calidad de servicio relacionado a las tareas de cuidado remunerado, es un sector económico que emplea una amplia proporción de mujeres, y que ofrece peores remuneraciones que otros en los que hay más presencia de varones, como por ejemplo la industria (Diaz Langou et. al. 2019). En la provincia del Chaco, según la información publicada en Gobierno Abierto, de 42.000 agentes afectados al sector de la educación, casi 30.000 son mujeres.
El aislamiento obligatorio implicó para las y los docentes una reconversión abrupta, tuvieron que trasladar sus clases al plano virtual e imaginar formas creativas para captar la atención de los estudiantes. Para las maestras y profesoras, esta situación se sumó a la profundización del conflicto entre sus responsabilidades familiares y profesionales. El cierre de los establecimientos educativos y la imposibilidad de salir a la calle, hizo recaer en ellas el cuidado constante de sus hijos y la colaboración activa en sus actividades académicas. En otras palabras, tanto sus tareas de cuidado remunerado como no remunerado se potenciaron y se redujeron al ámbito del hogar.
Carla y Rosario son profesoras y trabajan en tres escuelas secundarias de la provincia. Ambas se refieren a la “pobreza del tiempo” (Calero, Delavalle y Zanino, 2015) como un factor determinante en la disminución de su calidad de vida y señalan como su principal causa a la multiplicidad de responsabilidades (sociales, y por lo tanto también autoimpuestas) que por su rol de madres recae sobre ellas, y no así sobre los padres.
Carla tiene 38 años y al estar divorciada se encarga de la crianza de sus dos hijos (uno de ocho y otro de tres) prácticamente sola; es profesora titular hace 15 años y percibe una remuneración mensual de 39.000. “Soy mamá, profesora, cocinera, maestra, porque mi hijo está en la primaria, una ensalada…De las tareas del nene me encargo yo, las hacemos acá en casa, y después está el nenito chiquito de dos años, que es super demandante. Me parece que son muchos roles en una sola persona, y ahora con este aislamiento se ve más pronunciado, porque tengo que encargarme mucho más de las tareas del nene, pero a la vez en la escuela no tenemos un horario, por ejemplo las clases virtuales son a la mañana, pero los chicos durante todo el día te escriben, todo el tiempo consultas, preguntas, no te desenchufas nunca, todo el tiempo estás pendiente del celular. Además, durante los fines de semana vendo tortas, para poder solventar los gastos de la casa. Y llega a la noche y digo uy todo lo que hice y mañana tiene que empezar de cero, esa es la sensación, de cansancio, de estrés, de no tener un tiempito para mí…”
Rosario va inclusive más allá y explica cómo la sobrecarga de tareas al interior del hogar, producto en parte de la falta de una crianza compartida, la afecta en sus proyecciones laborales. Esta profesora de historia tiene 32 años y una hija de 2, como docente cuenta desde hace cinco años con horas interinas y suplentes, percibiendo una remuneración mensual de $28.000. “Quiero estudiar otra cosa pero también parece que está todo planeado, en el sentido de que no te da el tiempo, entre la docencia, que si sos un buen docente demanda muchísimo, y la crianza de mi hija, que si bien el padre solía quedarse con ella por las tardes, con esto de la pandemia ya no puede cruzar el puente; si bien él cumple con la cuota alimentaria, la mujer no tiene esa posibilidad de decidir si cuidarla o no, lo hacemos por el amor porque somos madres, pero otra vez, la responsabilidad de la crianza implícitamente recae sobre la mujer, y en lo laboral tenés que rendir igual que un hombre o que una mujer sin hijos, entonces pasa que la mujer se atrasa en lo laboral, tiene que atender uno u otro”.
Respecto al comentario de Rosario acerca de su sospecha sobre la existencia de un “plan”, es claro que si bien no hay un personaje con la intención de perjudicarla directamente, si es cierto que hay una sociedad que continúa creyendo que los cuidados son un asunto casi exclusivo de las mujeres. Y lo que sucede en la esfera doméstica, se reproduce con matices en el plano laboral. Conforme el relato de Rosario “…la maestra o profesora es más maternal, tiene más tacto para detectar algunas cosas, tuvimos muchos casos en la escuela de violencia de género y por ahí el profe varón no mira eso, el moretón o la cara llorosa, y las que detectamos eso somos nosotros. Y esto es algo que queda en nosotras de la maternidad, de la crianza, es como que el varón no está acostumbrado a mirar esos detalles…”. Podemos afirmar entonces, que las mismas normas sociales que imponen los denominados roles de género, otorgan a través de decisiones colectivas una baja valoración social a las tareas relacionadas al cuidado.
Algunas reflexiones
A lo largo del artículo ilustramos, a través de casos concretos, el hecho de que las mujeres, si bien son activas en el mercado laboral, continúan siendo las principales proveedoras de cuidado, tarea que no es valorizada económicamente. A su vez, se relataron experiencias de trabajadores que se insertaron en espacios ampliamente feminizados y que cuentan con una baja valoración social, lo que se traduce en las remuneraciones que perciben.
Todas las entrevistadas mencionan al tiempo como un recurso estratégico (y en sus casos escaso) para avanzar con sus respectivos proyectos de vida. Como jefas de hogar, son conscientes de que la satisfacción de las necesidades básicas de cada familia no solo requiere un determinado nivel de ingresos, sino además tiempo disponible que sus miembros deben dedicar, y que por lo tanto no utilizan para otras actividades, como esparcimiento o capacitación laboral.
En este sentido, la interseccionalidad nos sirve para comprender mejor las desigualdades, ya que si bien las mujeres en general nos encontramos en una situación de desventaja respecto a los varones, esencialmente por la inequidad en la distribución de las tareas domésticas y la consecuente menor participación en el mercado laboral, esta circunstancia se agudiza en el caso de aquellas que pertenecen a estratos socioeconómicos bajos, que no sólo deben hacerse cargo de sus hijas e hijos (su cuidado y apoyo escolar), sino también en algunos casos deben buscar una segunda actividad que les permita satisfacer los costos propios de la administración de una casa. Las perspectivas de progreso laboral (que implicaría disponer del tiempo necesario para realizar cursos o capacitaciones) en estos casos se ven considerablemente disminuidas.
Es necesario comprender las implicancias de lo que Waisserman (2005) llama “revolución estancada”: el aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral que tuvo lugar en los últimos tiempos, no fue acompañado de una consecuente y necesaria socialización de las tareas domésticas. Ello implica que ellas se vean obligadas a relegar horas de trabajo remunerado, pero también de otras actividades sociales, recreativas y políticas.
es posible pensar en políticas públicas culturales, que apunten a visibilizar la desigual distribución de las labores domésticas y de cuidado dentro del núcleo familiar, para intentar avanzar hacia una responsabilidad compartida de forma equitativa entre mujeres y varones, superando estereotipos patriarcales.
Si bien es comprensible que en un provincia con altos niveles de pobreza (48,7% para el Gran Resistencia para el segundo trimestre de 2020, según datos del INDEC) se encuentre un tanto limitada a la hora de mejorar en forma significativa e inmediata las condiciones laborales de los agentes públicos, también es cierto que es posible pensar en políticas públicas culturales, que apunten a visibilizar la desigual distribución de las labores domésticas y de cuidado dentro del núcleo familiar, para intentar avanzar hacia una responsabilidad compartida de forma equitativa entre mujeres y varones, superando estereotipos patriarcales. En esta línea, el hecho de que la nueva gestión de gobierno que asumió sus funciones a finales del 2019, haya buscado la participación equilibrada de hombres y mujeres en posiciones claves de poder (esto es, cargos ministeriales y secretarías), sumado a que la actual vicegobernadora haya sido la impulsora de la Ley Micaela a nivel nacional, representan indicios esperanzadores para la atención de las problemáticas relativas a las desigualdades de género.
la distribución de las obligaciones domésticas excede la esfera privada de las negociaciones intrafamiliares y si se pretende una reorganización social de los cuidados para garantizar más tiempo disponible a las mujeres (y considerando que el cuidado es una actividad de la cual tanto el Estado como la sociedad dependen para sostenerse), es necesario generar la discusión desde la esfera estatal.
Bibliografía
-Calero, Delavalle y Zanino (2015). Uso del tiempo y economía del cuidado. Documento de trabajo Nº 09. Subsecretaría de Programación Macroeconómica.
-CEPAL (2020). La pandemia del COVID-19 profundiza la crisis de los cuidados en América Latina y el Caribe. División de Asuntos de Género.
-Crenshaw, K. (1991). Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color Stanford Law Review, Vol. 43, No. 6, pp. 1241-1299
-D’Alessando et al (2020). Las brechas de género en la Argentina. Estado de situación y desafíos. Informe de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género.
-Esquivel, Flaur y Jelin (2012). Las lógicas del cuidado infantil. Entre las familias, el Estado y el mercado. IDES. Buenos Aires.
-Faur, E. (2009). Organización social del cuidado infantil en la Ciudad de Buenos Aires. El rol de las instituciones públicas y privadas. 2005-2008”. Tesis de Doctorado, FLACSO-Argentina.
-Flores, Lescano y Molina (2020). Género, empleo público y aislamiento obligatorio. Revista Tramas Edición 11, Tiempos Difíciles.
-INDEC-EAHU. (2013). Módulo sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo en Encuesta Anual de Hogares Urbanos 2013.
-INDEC (2020). Mercado de trabajo. Tasas e indicadores socioeconómicos (EPH). Segundo trimestre de 2020. Trabajo e ingresos Vol. 4, n° 5 .
-Gala Díaz Langou et al. (2019) El género del trabajo: entre la casa, el sueldo y los derechos. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fundación CIPPEC.
-Prieto, S. (2020). Tres realidades que visibiliza la pandemia. En: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?. Le monde diplomatique, Edición Cono Sur.
-UN WOMEN (2018). Promoting women’s economic empowerment: recognizing and investing in the care economy. Issue paper.
-Wainerman, C. (2005). La vida cotidiana en las nuevas familias ¿una revolución estancada? Buenos Aires: Lumiere.
– –
Somos trabajadoras esenciales pero…
Un acercamiento a las condiciones laborales de trabajadoras de la Línea 137 de Chaco, en contexto de pandemia de Covid-19
Por Rafaela Lescano
A inicios del 2020, desde la Escuela de Gobierno de Chaco nos preguntamos por el modo en que se gestiona la fuerza de trabajo en el sector público, desde una perspectiva de género. Dadas las circunstancias enmarcamos la investigación en el contexto de aislamiento social, preventivo y obligatorio, y en esta oportunidad nos enfocamos en mujeres que, al devenir en esenciales sus tareas, cuentan cómo algunos de los cambios en los modos habituales de organización del trabajo a causa del aislamiento social al mismo tiempo que agudizaron la situación de precariedad laboral, intensificaron el trabajo.
Durante la emergencia sanitaria desatada por el nuevo virus Covid-19, el Gobierno Nacional, mediante un decreto de necesidad y urgencia (DNU 297/2020) le otorgó esencialidad a ciertas actividades indispensables para el sostenimiento de la vida humana, entre las que se encuentran las labores y ocupaciones de cuidado[2], cuya configuración es compleja y atañe varios aspectos. Según las autoras Vega y Gutiérrez Rodríguez (2014):
Se realizan fuera pero también, cada vez más, dentro del mercado y en relación con el mercado; se desarrollan en el espacio del hogar y la familia, pero también en otros lugares de la experiencia pública profesionalizada, como la salud y la educación; habitualmente están en manos de mujeres, pero no solamente y no de todas por igual ni en las mismas condiciones; su valor social, ya se exprese en términos monetarios o de reconocimiento, es bajo y, sin embargo, con frecuencia se ensalzan como una poderosa fuente de valores positivos que inspiran la vida humana y la política. (p. 9).
Esta suerte de jerarquización de las actividades de cuidado no remunerado y remunerado, cuya contribución monetaria a la economía es sistemáticamente negada, es celebrada por diferentes teóricas de la economía feminista ya que ven en la actual coyuntura un campo fértil para voltear la mirada hacia lo que habitualmente es invisibilizado y subvalorado, ya sea en términos monetarios o de reconocimiento social (Rodríguez Enríquez, Alonso y Marzonetto, 2020). Esta subvaloración o “penalización”, de las ocupaciones del cuidado, como lo llaman las autoras, deviene de la asociación de las tareas de cuidados a ciertas habilidades y saberes culturalmente concebidos como propios y naturales de las mujeres, que al estar subvaloradas no caben en la concepción tradicional del trabajo (Esquivel y Pereyra, 2017).
En el país, las trabajadoras mujeres se siguen concentrando en los sectores orientados a la enseñanza y a los servicios de salud, sociales y comunales: el 38% de las ocupadas y el 43% de las asalariadas lo está en áreas relacionadas al cuidado, en mayor medida dentro de la esfera del sector público (Esquivel y Pereyra, 2017). Este sector se caracteriza, muchas veces, por ofrecer mejores condiciones laborales en relación al sector privado, al menos en términos de mayor estabilidad. Sin embargo, a raíz de la relevancia que tomaron estas actividades durante la pandemia, emergieron diferentes realidades sobre precariedad en las condiciones en las que lxs trabajadores del cuidado llevan adelante su tarea diaria. La precariedad es el deterioro de las condiciones de trabajo, es cuando un tipo de trabajo se deteriora en relación a los rendimientos o a los derechos a los que da acceso, sea en relación a la estabilidad o a las características del vínculo laboral. (Leite, 2009).Ante esta situación nos preguntamos: ¿Cuáles son las condiciones laborales de las trabajadoras estatales que se desempeñan en ocupaciones de cuidado? ¿A qué dificultades se exponen durante el periodo de aislamiento social? ¿Qué implicancias subjetivas pueden tener estos cambios en su trabajo?
Entendemos por condiciones de trabajo a los factores socio-técnicos y organizacionales en los cuales se enmarca el proceso laboral (Neffa, 2015). Particularmente, nos centramos en algunos de los factores que establece este autor, como la duración y configuración del tiempo de trabajo; el contenido y la organización del proceso de trabajo; las formas de gestión de la fuerza de trabajo; los sistemas de remuneración y el acceso a los servicios de bienestar.
En esta oportunidad, realizamos entrevistas semiestructuradas a dos trabajadoras del sector público que desarrollan sus actividades bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social, particularmente en la Línea 137, para víctimas de violencias de género. Ambas poseen educación universitaria o de nivel superior: una de ellas es Licenciada en Psicología (29 años) con casi dos años de antigüedad en el puesto y la otra es Trabajadora Social (31 años) con una antigüedad que llega a los diez años en el puesto. Sus incorporaciones al organismo se realizaron mediante una beca de capacitación, situación de revista que se mantiene hasta la actualidad. Las dos llevan adelante una o más actividades relacionadas a su profesión, además de su trabajo en la Línea. Respecto a la composición familiar, no tienen hijxs, una de ellas vive sola y la otra con su compañero/pareja. A partir del 20 de marzo, sólo una de ellas continuó asistiendo al lugar de trabajo, aunque con tareas reducidas, mientras que la otra permanece en su hogar sin realizar tareas hasta el momento de la entrevista[3].
Si bien todas las ocupaciones de cuidado tomaron relevancia a partir de la declaración de pandemia y durante el periodo de aislamiento social, preventivo y obligatorio, concretamente en Argentina, desde el Gobierno Nacional, se le ha otorgado gran visibilidad al trabajo que se lleva adelante desde las Líneas de emergencia por violencia de género. El mismo consiste principalmente en “…acompañar a la persona que va a hacer una denuncia o que ya hizo o está en duda de hacer la denuncia por violencia de género, que puede ser física, psicológica, sexual, cualquiera de los tipos de violencia. Se le asesora y se le explica los pasos y se acompaña a la comisaría. En caso de que no tenga donde ir se la lleva a un lugar de tránsito, en caso de violencia sexual se la lleva a hacer todo el peritaje.” (Psicóloga, 29 años).
Esta exaltación, sin embargo, no se corresponde con un mayor reconocimiento a sus labores, sino que obedece al aumento exponencial de las denuncias por violencia de género durante la cuarentena. Sólo en Argentina este aumento fue del 39%: en la Línea 144 recibieron un 40% más de llamados y en la 137 subieron un 20% (Villalba, 2020).
Varias organizaciones feministas alertaron sobre la mayor exposición de las mujeres a situaciones de violencias durante este periodo, en el que muchas han tenido que aislarse junto a su agresor. En la región del NEA se han registrado 13 feminicidios entre los meses de marzo a julio. En el 80% de estos casos las víctimas convivían en situación de pareja sentimental con sus victimarios (Fundación IDEAS, 2020).
Esta exaltación, sin embargo, no se corresponde con un mayor reconocimiento a sus labores, sino que obedece al aumento exponencial de las denuncias por violencia de género durante la cuarentena.
Ahora bien, con la intención de comenzar a dar respuestas desde un enfoque integral de género en políticas públicas, en 2006 se lanza el Programa Nacional “Las Víctimas Contra Las Violencias” del Ministerio de Justicia, creado por la Dra. Eva Giberti, del cual se desprende la Línea 137, con el objetivo de dar atención y acompañamiento a las víctimas de violencia familiar y sexual (Pantoja Asencio, 2014).
Unos años más tarde, alrededor de 2012, la Línea comienza a funcionar en la “Oficina de Atención, Asesoramiento y Seguimiento de Violencia contra la Mujer” de la provincia de Chaco y en 2015 lxs trabajadores consiguen que se apruebe el programa provincial denominado “Programa de Atención, Asesoramiento, Contención y Acompañamiento contra las Violencias de Género”, como consecuencia de largas luchas relacionadas al pedido histórico del colectivo de trabajadoras de la Línea 137 de Chaco, en pos del reconocimiento de la relación laboral con el Estado provincial.
En total, la Línea posee una dotación de 57 personas distribuidas en los puestos de telefonista, profesionales del equipo interdisciplinario y personal de archivo. Todxs ellxs, sin importar su calificación, el tipo de tareas que realizan, ni los años de antigüedad en el puesto, revisten la condición de becarixs: “El equipo cuenta con alrededor de 60 trabajadores, la mayoría somos mujeres, entre telefonistas, equipo interdisciplinario (psicólogxs, trabajadores sociales…), archivo, la totalidad de lxs agentes que prestan servicios en la línea se rigen por la misma contratación: becas.” (Psicóloga, 29 años).
Además, casi la totalidad de personas que conforman el equipo son mujeres, la mayoría profesionales, generalmente psicólogas y trabajadoras sociales. “…Algunas de ellas están desde que se creó la Línea, hace 10 años.” (Psicóloga, 29 años). Por ende, estamos hablando de un área que pese a ser altamente profesionalizada, también se encuentra feminizada, precarizada y vulnerada.
Según las entrevistadas e informantes claves, el caso de la Línea 137 de Chaco no es un caso aislado sino que está vinculado a su pertenencia institucional, ya que las áreas de Desarrollo Social de la Provincia continúan siendo un ámbito tradicionalmente feminizado, precarizado y des-jerarquizado en el espectro del empleo público: “Desarrollo Social tiene un montón de gente precarizada, hay mucho trabajo precarizado en Desarrollo Social y eso hacía que en general no tengamos la posibilidad de reclamar lo nuestro, lo que queríamos reclamar es un contrato, un pase a planta…” (Trabajadora Social, 31 años).
casi la totalidad de personas que conforman el equipo son mujeres, la mayoría profesionales, generalmente psicólogas y trabajadoras sociales. “…Algunas de ellas están desde que se creó la Línea, hace 10 años.” (Psicóloga, 29 años). Por ende, estamos hablando de un área que pese a ser altamente profesionalizada, también se encuentra feminizada, precarizada y vulnerada.
En este caso particular, la beca otorgada por el organismo se da en el marco del Programa provincial de capacitación en servicios a grupos vulnerables. Dicho programa provincial cuenta con 2692 beneficiarixs con un monto de entre $7.150 a $12.622 (Práctica ciudadana, 2019). Mientras tanto, la máxima suma que perciben lxs trabajadores de la Línea alcanza los $11.070 pesos, lo cual se ubica muy por debajo de los $16.875 pesos correspondientes al último monto actualizado del SMVM para octubre de 2019.
En otro orden de cosas, la incorporación de la fuerza de trabajo al sector público opera, en función de la normativa vigente, por concurso público de antecedentes y oposición (Art. 7°, Ley N° 292-A), por orden de mérito y se desarrolla bajo las premisas de la carrera administrativa. Sin embargo, es una realidad que las sucesivas gestiones provinciales de gobierno han implementado modalidades de ingreso y movilidad escalafonaria alternativas o paralelas, bajo distintas formas: contratos de locación de servicio y de locación de obra, becas, nombramientos, promociones directas, entre otras. La modalidad “beca” consiste en la prestación de un servicio a cambio de formación profesional y un estipendio económico. La cuestión es que estos tipos de acuerdos entre las partes poseen carácter transitorio, vinculados generalmente a proyectos y/o programas especiales y no a funciones permanentes (Cademartori, 2018), lo que muchas veces discrepa con la práctica.
Tras varios reclamos y luchas políticas para que se reconozcan sus derechos como empleadxs estatales, en 2015 se logra la aprobación de la Ley Provincial Nº 7629, “Programa de Atención, Asesoramiento, Contención y Acompañamiento contra las Violencias de Género”. Si bien esto significó un gran triunfo, porque alcanzaron a darle un marco legal a sus actividades, hasta hoy en día continúan con su reclamo histórico en pos de obtener una estabilidad laboral y recomposición salarial: “Se aprueba la ley, por lo menos estábamos resguardadas dentro de un encuadre legal, que de ahí nos sostenemos y que por lo menos nos permitía estar más resguardadas legalmente, no económicamente, en esas condiciones estuvimos siempre, es un reclamo histórico.” (Trabajadora Social, 31 años).
A nivel salarial, lo que consiguieron con la aprobación de esta Ley es un aumento semestral del 5% sobre el monto de la beca que reciben como contraprestación por sus servicios. Sin embargo, a pesar de estar estipulado y que además este porcentaje quede muy por debajo de la inflación anual del último año publicada por el INDEC (53,8%), no han percibido las actualizaciones correspondientes al 2020: “Lo único que se había conseguido en ese momento era un aumento que se iba a ajustar de acuerdo a la inflación cada seis meses y que eso iba a sumar, se hizo hasta el año pasado cada seis meses y este año no se hizo, el ajuste. Pero tampoco es mucha plata, te estoy hablando de un 5% de aumentos.” (Trabajadora Social, 31 años). Tras varios reclamos y luchas políticas para que se reconozcan sus derechos como empleadxs estatales, en 2015 se logra la aprobación de la Ley Provincial Nº 7629, “Programa de Atención, Asesoramiento, Contención y Acompañamiento contra las Violencias de Género”. Si bien esto significó un gran triunfo, porque alcanzaron a darle un marco legal a sus actividades, hasta hoy en día continúan con su reclamo histórico en pos de obtener una estabilidad laboral y recomposición salarial
Ni hablar de la vulneración que sufren a los derechos de la seguridad social, al no contar con cobertura médica ni descuentos jubilatorios. A todo esto se suma el carácter riesgoso que adquiere el tipo de actividad que realizan y la falta de cobertura ante cualquier tipo de contingencia que puedan sufrir dada la naturaleza de su trabajo: “Además, nosotras no tenemos seguro de vida. Como se trabaja todo el tiempo en la calle si tenés un accidente en la calle fuiste porque no tenés ningún tipo de seguro, eso también es grave.” (Psicóloga, 29 años).
Otro de los aspectos por los cuales su tarea es considerada riesgosa, tiene que ver con la organización y la duración del tiempo de trabajo. Sus jornadas laborales son atípicas, se organizan en turnos rotativos, diurnos y nocturnos, que hasta el 2019 duraban 8 horas: “las guardias a principio de año bajaron de 8 a 6 horas” (Psicóloga, 29 años). En el relato de una de las entrevistadas se puede notar como esta distribución de los tiempos de trabajo afectan su ritmo de vida familiar y social ya que le impide disfrutar de determinadas fechas festivas e incluso afecta a sus tiempos de ocio: “Las 24 horas, los 365 días del año, nosotras trabajamos todo el año, no hay fiestas, no hay feriados, nada para nosotras.” (Psicóloga, 29 años).
Además, desde el mes de septiembre lxs trabajadores de la Línea se encuentran desempeñando sus tareas en un medioambiente de trabajo inadecuado, aumentando no sólo los factores de riesgo a los que se exponen, sino también las dificultades para continuar atendiendo a las mujeres víctimas de violencia de género, ya que iniciaron obras de construcción en el edificio donde llevan adelante su trabajo diario, sin notificación previa (Romero, 2020).
Según narra una de las entrevistadas, al tener información poco clara sobre el modo de proceder a partir del 20 de marzo -cuestión que se repitió en varias dependencias- estas tensiones laborales incidieron, de algún modo, en la reorganización de los equipos de trabajo por la pandemia de Covid-19.
La Línea comenzó a funcionar con guardias mínimas de dos personas, cuya designación se realizó en base al criterio de “excepcionalidad” (ser o convivir con personas en grupos de riesgo). Sin embargo, a pesar de habérseles otorgado un monto de $4000 en concepto de bonificación por seguir cumpliendo funciones en cuarentena, no todos estuvieron dispuestos a hacerlo: “Durante la pandemia también lo que pasó fue que las personas, esto fue como relativo. No todos los que se tomaron licencia tenían excepcionalidad para tomarse esa licencia o por cuidar a una persona que fuese de riesgo.” (Trabajadora Social, 31 años). Esto podría estar relacionado a la total situación de vulnerabilidad a la que se verían expuestxs por el hecho de que ni siquiera cuentan con una obra social que lxs cubra en casos de posibles contagios.
Debido a la naturaleza de la tarea y a la urgencia por mitigar los contagios, se comenzó a trabajar con restricción de tareas, limitándose a la atención telefónica, lo que no implicó una disminución en la intensidad de su trabajo ya que se habilitaron otras líneas de comunicación por medio de la aplicación WhatsApp.
Si bien hubo algunas excepciones, durante este periodo se hizo más difícil llegar a todas las mujeres como lo hacían de manera habitual: “Durante la pandemia no se hicieron casi intervenciones en terreno excepto los casos de suma urgencia en que había que ir a buscar a una persona y acompañarla a un alojamiento o a un lugar de resguardo, eso estuvo bueno por un lado para nosotras pero también generó un bache para las mujeres que se vieron sin la atención del Estado en ese momento.” (Trabajadora Social, 31 años).
Resulta interesante en este punto, mencionar brevemente algunas implicancias subjetivas en torno a los últimos cambios acaecidos en la esfera laboral de las entrevistadas. Es un hecho que el aislamiento social ha movilizado ciertas preocupaciones en las personas, sin embargo no todas en un mismo grado. Un reciente informe (Arrossi, 2020) reveló que durante la primera parte de la cuarentena, las mujeres muestran mayor grado de preocupación que los varones para todas las categorías sondeadas por el estudio. Este dato, podría estar indicando que el virus y el impacto psicosocial atraviesa desigualdades de género preexistentes, que probablemente se potencian en esta situación (Arrossi, 2020) .
Las principales inquietudes se relacionan a la esfera económica, ante la posibilidad de perder el trabajo y no disponer de un sustento. Esto se evidenció con mayor profundidad en los relatos de la entrevistada que permanece en su hogar sin desarrollar tareas, al no tener la posibilidad de trasladarse hacia su lugar de trabajo ni de ejecutarlo de manera remota, nos comenta que: “al principio yo estaba re angustiada porque es como que de repente te obliguen a dejar tu trabajo, algo que a vos te gusta hacer y estás acostumbrada a hacer y de repente no vas más, se extraña, se siente la distancia y la inseguridad de perderlo. (…) todo el tiempo, lo sigo sintiendo. Siento que por ahí un día me dicen no vengas más y no sé. (Psicóloga, 29 años).
Como se ve, por un lado aparece un sentimiento de angustia por sentirse forzada a dejar su trabajo y por el otro, a medida que la cuarentena se iba extendiendo y al no estar cumpliendo con tareas relacionadas a su trabajo, comenzó a surgir en ella un sentimiento de temor por la posibilidad de perderlo. Estas emociones angustiantes devienen de la constatación de una relación directa entre la capacidad de continuar asistiendo al trabajo o hacerlo en formato virtual desde los hogares y la exposición a despidos y suspensiones, al que se ven más expuestas las mujeres en periodo de aislamiento por el tipo de ocupaciones en el que se concentran (Lobato, 2020).
En cambio, la agente que continuó asistiendo al lugar de trabajo, aunque con funciones restringidas, no experimentó sentimientos de angustia ni temor por la pérdida de su puesto de trabajo. En cambio, y en correspondencia con el aumento de las preocupaciones de índole económica, le otorga una valoración positiva al reconocimiento monetario en concepto de una asignación estímulo no remunerativa que adoptó el gobierno para lxs trabajadrxs que siguieron cumpliendo sus funciones en pandemia: “Por ejemplo, durante la pandemia nosotras cobramos un bono de $4000 pesos que nos pagaron al personal que estaba cumplimiento cumpliendo funciones en la línea durante todo este periodo de pandemia, eso fue positivo” (Trabajadora Social, 31 años).
Las diferencias encontradas entre sus discursos sobre los impactos subjetivos que tuvo la pandemia en torno a sus trabajos parecieran estar relacionadas directamente a la forma en la que las trabajadoras continuaron vinculadas al mismo.
De todos modos, en ambas entrevistas se reitera un mismo sentido, que aparece concretamente en el siguiente fragmento de entrevista, donde se ve como al devenir en esenciales e indispensables sus tareas en el marco de la emergencia sanitaria, sin que se reconozcan las condiciones de trabajo inadecuadas y la situación de precariedad laboral en la que se encuentran las trabajadoras, se intensificaron sus sentimientos de angustia y frustración: “De hecho es lo que pasó con la pandemia, quedó a la vista lo esencial del servicio y si es prioridad para el gobierno debería invertir en presupuesto para eso, eso frustra, bajonea porque al final soy indispensable pero…” (Psicóloga, 29 años).
al devenir en esenciales e indispensables sus tareas en el marco de la emergencia sanitaria, sin que se reconozcan las condiciones de trabajo inadecuadas y la situación de precariedad laboral en la que se encuentran las trabajadoras, se intensificaron sus sentimientos de angustia y frustración
Dados estos sentimientos y/o emociones, nos surgen algunos interrogantes en relación a lo que postulan autores como Neffa (2015) para quien, el modo en que se organiza el trabajo y las condiciones laborales son aspectos determinantes en la exposición de los trabajadores a factores de riesgos psicosociales, que pueden dañar su salud tanto física como mental y psíquica. En este sentido, Arrossi (2020) plantea que la coyuntura corre el telón y queda a la vista que el impacto del aislamiento en los efectos psicosociales, está estipulado en gran medida por las condiciones laborales. Si pensamos entonces en la profundización en los niveles de flexibilización y precarización laboral y en la intensificación del trabajo de las trabajadoras entrevistadas de la Línea 137 ¿se hallan más expuestas a los factores de riesgos psicosociales en el trabajo, es decir que son más propensas a sufrir daños en su salud? Si estos riesgos se vinculan al tipo de ocupaciones al que acceden lxs trabajadores, ¿Cuáles son los factores de riesgos psicosociales percibidos por las agentes estatales?
Algunas reflexiones
En primer lugar, es menester poner en cuestión la situación de precarización laboral sostenida que sufren en las áreas más feminizadas del ámbito público y visibilizar el reclamo histórico de las trabajadoras de la Línea 137 para mejoras en las condiciones laborales (regularización de la relación laboral y salarial con el Estado provincial, acceso a los derechos de la seguridad social y a un medio ambiente de trabajo adecuado, etc.).
Las trabajadoras de la Línea 137 llevan adelante una loable tarea, son ellxs quienes garantizan el cumplimiento de la política pública, sobre todo en este periodo de intensificación de las violencias machistas, que en gran medida es sostenida por la militancia y el compromiso de las propias trabajadoras. “Eso se sostiene por la militancia que hay ahí, porque realmente la gente que trabaja ahí tiene perspectiva de género, es gente que está capacitada que sabe de la realidad y que le pone toda la garra porque ¿quién va a trabajar en semejante cosa por dos pesos?” (Psicóloga, 29 años).
Estos factores conflictivos se profundizan durante la pandemia y se amplifica una contradicción característica de este tipo de ocupaciones que involucran el cuidado de otras personas, ya que acarrean al mismo tiempo una fuente de valores positivos como el tan mencionado “heroísmo” durante los últimos meses, mientras su reconocimiento en términos monetarios y de estabilidad laboral, es bajo (Vega y Pereyra, 2014).
En este contexto, las implicancias subjetivas que produjeron estos cambios en las trabajadoras entrevistadas están directamente relacionadas a las condiciones laborales y a la reorganización del trabajo, es decir al modo en el que cada una continuó vinculada a su trabajo. Los sentimientos de temor y angustia fueron más propensos en la trabajadora que se vio obligada a dejar su trabajo ante la imposibilidad de trasladarse hacia él y de poder cumplir con sus tareas de manera remota.
Estos factores conflictivos se profundizan durante la pandemia y se amplifica una contradicción característica de este tipo de ocupaciones que involucran el cuidado de otras personas, ya que acarrean al mismo tiempo una fuente de valores positivos como el tan mencionado “heroísmo” durante los últimos meses, mientras su reconocimiento en términos monetarios y de estabilidad laboral, es bajo
Finalmente, la coyuntura abre paso a la reflexión en torno a las condiciones de trabajo a las que las mujeres se enfrentan en el sistema actual y sus implicancias tanto en lo físico como mental y psíquico; el desafío reside en pensar posibles soluciones que sobrevivan los límites pasajeros de la pandemia de Covid-19.
Bibliografía
-Arrossi, S. (2020). Estudio Tiara. Primer avance de resultados. CEDES Centro de Estudios de Estado y Sociedad. Recuperado de: http://repositorio.cedes.org/bitstream/123456789/4534/6/Tiara-avance2020.pdf
-Cademartori, F. (2018). Precarización laboral en el Estado y degradación de la fuerza de trabajo: análisis en trabajadoras vinculadas a la implementación de políticas sociales. En: Trabajo y sociedad 31, Pp. 203-222. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6719744
-Esquivel, V; Pereyra, F. (2017). Las condiciones laborales de las y los trabajadores del cuidado en Argentina: Reflexiones en base al análisis de tres ocupaciones seleccionadas. Universidad Nacional de Santiago del Estero; Trabajo y Sociedad 28, Pp. 55-82. Recuperado de: https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/81564
-Fundación Ideas Chaco (2020). Informe de feminicidios en la región NEA del 20 de marzo al 17 de julio de 2020 http://fundacionideaschaco.org/wp-content/uploads/2020/07/INFORME-FEMINICIDIOS-JULIO-DE-2020.pdf
- Leite, P. (2009). “El trabajo y sus reconfiguraciones: las nuevas condiciones de trabajo discutidas a partir de conceptos y realidades”. Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo. Año 14, N° 21. Primer Semestre.
- Leite, P. (2009). “El trabajo y sus reconfiguraciones: las nuevas condiciones de trabajo discutidas a partir de conceptos y realidades”. Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo. Año 14, N° 21. Primer Semestre.
-Lobato, J. (2020). Impactos de género de la COVID-19 en las relaciones laborales. Asociación Argentina del Derecho del Trabajo y la Seguridad Social. Buenos Aires. Recuperado de: https://www.aadtyss.org.ar/files/documentos/541/Julieta%20Lobato.pdf?fbclid=IwAR3uiXSS_5M0ef4O9VU82MMiNnBBhBBxe-aNuxbWjP3kLxMxzSpRM7CQ9sg
-Neffa, J.C. (2015). Introducción al concepto de condiciones y medio ambiente de trabajo. Voces en el Fénix. 46. Julio. Recuperado de https://www.vocesenelfenix.com/content/introducci%C3%B3n-al-concepto-de-condiciones-y-medio-ambiente-de-trabajo-cymat
-Pantoja Asencio, M. A. (2014). Violencia de Género y Políticas Públicas en la Argentina de los últimos años. Inclusión, avances y limitaciones. I Jornadas de Género y Diversidad Sexual: Políticas públicas e inclusión en las democracias contemporáneas. Facultad de Trabajo Social Universidad Nacional de La Plata La Plata, 24 y 25 de Octubre de 2014. Recuperado de: http://www.trabajosocial.unlp.edu.ar/uploads/docs/pantoja.%20Inclusi+%C2%A6n,%20avances%20y%20limitaciones.pdf
-Práctica ciudadana (10 de septiembre, 2019). Programas de becas del Ministerio de Desarrollo Social de Chaco. Recuperado de: http://www.practicaciudadana.com/33/.
-Rodríguez Enríquez, C; Alonso, V y Marzonetto, G. (2020) En tiempos de coronavirus, el trabajo de cuidado no hace cuarentena. Pensar la Pandemia Observatorio social del coronavirus. CLACSO. Recuperado de: https://www.clacso.org/en-tiempos-de-coronavirus-el-trabajo-de-cuidado-no-hace-cuarentena/
-Romero, M. E. (3 de septiembre, 2020). El equipo de la Línea 137 denunció condiciones de trabajo insanas. El Diario de la región. Recuperado de: https://www.eldiariodelaregion.com.ar/articulo/el-equipo-de-la-linea-137-denuncio-condiciones-de-trabajo-insanas/
-Organización Internacional del Trabajo. (2020). El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente. Recuperado de: https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_633168.pdf
-Vega, C y Gutiérrez Rodríguez, E. (2014) Nuevas aproximaciones a la organización social del cuidado. Debates latinoamericanos. Íconos. Revista de Ciencias Sociales. 50: pp. 9-26. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador. ISSN: 1390-1249.
[1] Se utilizaron nombres ficticios para preservar la identidad de las entrevistadas. Por el mismo motivo, a lo largo del texto se evitan menciones precisas sobre los lugares de trabajo de las mismas.
[2] El trabajo de cuidados remunerado es realizado por trabajadores y trabajadoras del cuidado a cambio de una remuneración o beneficio. Estos comprenden una gran diversidad de trabajadores de los servicios personales, como el personal de enfermería, el personal médico, y los trabajadores y trabajadoras del cuidado personal. Las trabajadoras y trabajadores domésticos, que prestan cuidados tanto directos como indirectos en los hogares, también integran la fuerza de trabajo dedicada a la prestación de cuidados (OIT, 2020).
[3] El trabajo de campo se llevó adelante durante los meses de julio y agosto del 2020.