Artículos
Amar y resentir, pero no odiar: desafíos emocionales a la política democrática
Por:
Introducción: Pensar políticamente las emociones
En la letra de “Uno”, Enrique Santos Discépolo se pregunta si es posible amar sin presentir. Y explora la relación entre tres emociones que son centrales no sólo para la poesía sino también para la teoría política: el amor, la esperanza y el miedo. Este último, aunque Discépolo no lo nombre está presente: se teme al desamor, o mejor dicho a no animarse nunca más a volver a amar.
Thomas Hobbes acordaría con el Mordisquito, el seudónimo Discepolín usaba en sus columnas radiales sobre el peronismo, en que la vida de los seres humanos está atravesada por la esperanza y el miedo. Estas dos emociones, aunque parecen tan distintas, tienen dos elementos en común: siempre se proyectan hacia el futuro y no necesitan de la presencia del objeto (o sujeto) respecto del cual sienten deseo o aversión. Basta con el recuerdo o la imaginación para sentirnos ansiosos/as acerca del porvenir, cuando nuestros mayores sueños se realizarán o nuestros peores terrores se volverán realidad. Y, entonces, como se dice en el capítulo VI de Leviatán sentiremos alegría o desesperación dos emociones que se realizan siempre en el presente, para bien o para mal.
Nos es a Hobbes sino a Baruch Spinoza quien debemos la distinción entre pasiones tristes y alegres que se ha vuelto tan popular en nuestros días, gracias al libro de François Dubet: La época de las pasiones tristes. Según el sociólogo francés estas pasiones predominan, porque vivimos en un mundo cada vez más desigual que frustra toda lucha por una sociedad mejor. Y entre esas pasiones tristes está la indignación, que Spinoza consideraba positiva cuando canalizaba la rebeldía de la multitud, y el resentimiento. Este último tuvo, tiene muy mala prensa, ya que se asocia con la emoción más políticamente disruptiva: el odio.
Nicolás Maquiavelo, al igual que Hobbes, creía que el miedo es la más política de las pasiones, no solamente por el hecho de favorecer los vínculos de mando y obediencia. El miedo es mejor que el amor por su estabilidad. Así queda explicitado en la célebre frase del capítulo XVII de El Príncipe: quien quiera liderar un pueblo, debe buscar ser amado, pero siempre debe preferir ser temido, porque el miedo infunde respeto duradero. Con odio es imposible compartir un espacio común. Por ello, las mejores repúblicas son las que están atravesadas por el conflicto entre grupos sociales contrapuestos, que se distinguen por amar diferentes cosas (el pueblo la libertad, las elites dominar), pero que no se odian entre sí. Y en los principados, quienes gobiernan deben cuidarse del odio, especialmente de las mayorías, y no buscar su amor o devoción sino el reconocimiento de su autoridad.
En este breve ensayo nos proponemos revisar brevemente lo que se ha dado en llamar el giro afectivo y su impacto en la teoría política, para preguntarnos sobre esta particular emoción, el resentimiento: ¿cuál son sus orígenes y sus efectos? ¿resentir implica necesariamente odiar? ¿Es posible vivir en una comunidad política como la democrática, que se define por el consenso en disenso, con resentimiento?
Tipos de emociones políticas y sus efectos
En los últimos años las ciencias sociales en general y en la teoría política en particular han dado un giro afectivo. Emociones, afectos, pasiones, sentimientos son evocados en diferentes análisis sociopolíticos, aunque no siempre quedan en claro qué significan cada uno de esos términos y cómo pueden ser estudiados en contextos específicos.
En este breve ensayo nos proponemos revisar brevemente lo que se ha dado en llamar el giro afectivo y su impacto en la teoría política, para preguntarnos sobre esta particular emoción, el resentimiento: ¿cuál son sus orígenes y sus efectos? ¿resentir implica necesariamente odiar? ¿Es posible vivir en una comunidad política como la democrática, que se define por el consenso en disenso, con resentimiento?
En La política cultural de las emociones de Sara Ahmed se establece algunas distinciones terminológicas y epistemológicas útiles. La autora elige la palabra “emoción”, porque combina elementos cognitivos con sensoriales: es algo que siente, pero de lo que se puede hablar, escribir y hasta teorizar. Para Nicolás Alles en su artículo “Sentimiento de injusticia. El resentimiento y las implicancias emocionales de las desigualdades en la democracia contemporánea” pasión y afecto, remiten a un plano más inconsciente mientras que las emociones y los sentimientos son más conscientes y duraderos. En todo caso, como afirma Ahmed, la emoción condensa elementos del sentimiento y el afecto y hasta de la pasión, porque vincula lo sensitivo con lo racional, lo interno, con lo externo, lo pasivo con lo activo. A su vez, esta teórica feminista ofrece una serie de herramientas analíticas para abordar las pasiones en corpus políticos muy variados como discursos oficiales, publicidades de ONG, sitos de internet de activistas de extrema derecha, cartas personales de víctimas de violencia estatal, entre otras. Así desafía a los y las analistas de la política a ampliar el repertorio de fuentes con las que estudian los procesos políticos. Pero Ahmed también nos incita a plantear nuevas preguntas a los textos que venimos leyendo desde siempre como los clásicos y clásicas (Hannah Arendt o Judith Shklar por solo nombrar a dos célebres teóricas políticas del siglo XX) de la historia del pensamiento político.
Estudiar las emociones en la vida política implica no sólo desafíos conceptuales y epistemológicos sino también políticos, Uno de los mayores problemas está en la tendencia de calificar a las emociones como políticamente buenas o malas según coincidan o no con nuestros valores morales antes de preguntarnos por sus efectos políticos.
Un caso paradigmático es el miedo. Todavía hoy en la filosofía política se califica al miedo como una emoción negativa, cuando, como demuestra Corey Robin en su libro, El miedo, historia de una idea política, la bondad o la maldad de las políticas del miedo depende de las circunstancias específicas y de quiénes (las elites, los sectores populares) y con qué propósito (la estabilidad, el bien común, mantener el orden a cualquier precio, establecer un régimen de terror sistemático) usen esta emoción. Lo mismo puede decirse del resentimiento, la emoción política que nos interesa en este ensayo, porque además de diagnosticarse su omnipresencia en la política contemporánea, no ha estado ausente en la historia de la política y de las tradiciones políticas argentinas.
Estudiar las emociones en la vida política implica no sólo desafíos conceptuales y epistemológicos sino también políticos, Uno de los mayores problemas está en la tendencia de calificar a las emociones como políticamente buenas o malas según coincidan o no con nuestros valores morales antes de preguntarnos por sus efectos políticos.
El resentimiento: sentidos de una emoción históricamente presente en la política argentina
El resentimiento es una emoción políticamente moderna que aparece tematizada por los filósofos estudiosos de las pasiones desde el siglo XVIII. David Hume (1711-1776) y Adam Smith (1723-1790) y David Hume se refieren al resentimiento en sus respectivas doctrinas de las pasiones. Sin embargo, son Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Max Scheler (1874-1928) los filósofos que encuentran en el resentimiento la emoción distintiva de las sociedades de su tiempo. Quien quiera entender qué significa estar resentido debe leer La Genealogía de la Moral y El resentimiento en la moral. No es casual que el resentimiento se transforme en una emoción política clave en sociedades que, aunque persistan desigualdades materiales y simbólicas, encuentran en la igualdad de condiciones un rasgo característico de las relaciones sociales, políticas e interpersonales.
¿Qué es el resentimiento? Así lo define Nicolás Alles (2022: 452):
El resentimiento es una emoción particularmente dolorosa relacionada con la percepción, por parte de quien la experimenta, de un mal arbitrario o un acto injusto o inmerecido en relación con el acceso a bienes materiales como simbólicos, dados en contextos específicos y que se encuentra siempre vinculada a un entramado de emociones tales como la ira, la vergüenza, la indignación o la envidia.
El resentimiento es una emoción que se asocia a un agravio que es percibido como injusto, a la experiencia subjetiva de estar privados o privados de algo que creemos que nos corresponde. Y esta sensación es mucho más dolorosa en sociedades, como las democráticas modernas, que se fundamental en una “fenomenología de la igualdad”.
¿Qué queremos decir con esa expresión inspirada en los escritos políticos de Alexis de Tocqueville? En las sociedades democráticas modernas, a diferencia de las sociedades estamentales de antiguo régimen (incluidas entre estas últimas las democracias y repúblicas antiguas), los seres humanos se conciben como naturalmente iguales y libres, sino no en plano real de la vida material, en el plano simbólico y en las aspiraciones hacia el futuro. “Yo no soy mejor que nadie y nadie es mejor que yo”, dice una popular canción infantil de Hugo Midón, “Derechos, Torcidos”. Por ello, la posición subjetiva quien siente resentimiento es dolorosa e indignada frente a quienes considera culpable de ese sufrimiento, que no es personal exclusivamente sino también político. Y es político por sus causas: el sufrimiento se origina en un orden político y moral que es percibido como injusto.
Pero también el resentimiento es político por sus efectos. La mayoría de los autores y autoras que abordan el resentimiento desde una teoría política de las emociones destacan sus relaciones con otras emociones “negativas” como la ira, la vergüenza, la indignación o la envidia. Ahora bien, el resentimiento también está ligado con la esperanza de que este dolor termine. Por eso, quien está resentido/a no se limita a criticar el orden político moral actual. El resentimiento es una emoción política propositiva: frente al agravio que produce la situación presente, ofrece una alternativa para el futuro. Grandes proyectos políticos, muy exitosos por la legitimidad que tuvieron en diferentes momentos históricos, han nacido del resentimiento ante la experiencia presente y de la esperanza por un mejor provenir.
A modo de ejemplo, vamos a mencionar dos tradiciones políticas que, no siempre con razón, se plantean como antagónicas en la historia política argentina: el liberalismo y el populismo
Juan Bautista Alberdi en sus Escritos Póstumos critica severamente a Bartolomé Mitre y a Domingo Faustino Sarmiento. Considera que ambos son culpables de que obligarlo a abandonar su país al acusarlo injustamente de traición a la patria por apoyar al gobierno de la confederación presidido por Justo José de Urquiza. Para Alberdi su ausencia de la Argentina es más que un agravio personal: es un ataque a las ideas políticas que él representa. Estas últimas se sintetizan en un poder central y una presidencia fuertes, que terminen con la política facciosa. Gracias a la paz y la buena administración, Argentina se insertará en la división internacional del trabajo como proveedora de materias primas y será una tierra de libertades civiles y esperanza de progreso individual para quienes quieran habitar su suelo. Es el modelo de la república posible alberdiana, con derechos individuales para todos, pero con participación política restringida. Es un liberalismo donde el Estado es el garante del orden, pero no debe interferir en la vida privada de los individuos, tratando de controlar cómo se ganan la vida o cómo piensan.
Los movimientos nacional populares en la Argentina nacieron de la promesa de regeneración frente al agravio que significaba la exclusión de las masas de la vida política argentina, consagrada por el orden conservador, el modelo político que Julio Argentino Roca inspiró en la república posible Alberdi. El yrigoyenismo nace de la denuncia del régimen falaz y descreído, que traicionó los principios de la constitución de 1853 que consagraba el gobierno representativo. El peronismo surge por la demanda de reconocimiento social y participación política de los y las trabajadores de distintos sectores productivos y de diferentes regiones del país. El populismo acusa a las elites de negar al pueblo y a sus líderes, que representan la verdadera argentinidad, sus derechos sus derechos políticos y sociales. Ahora bien, no bastaba con denunciar un orden sino como proponer una nueva matriz donde las instituciones políticas respondieran a las demandas de inclusión que habían sido desoídas durante el orden conservador: movilización política y justicia social. Del resentimiento de los débiles y muchos, parafraseando a F. Nietzsche, surgió una de las identidades políticas más poderosas y persistentes de la Argentina de los siglos XX y XXI: la nacional popular.
Gracias a Maquiavelo y a Hobbes, sabemos que el miedo no es una pasión políticamente negativa, ya que gracias a él se legitiman órdenes políticos estable, incluso Estados de Derechos bajo regímenes democrático representativos. También podemos decir que, a pesar de su mala prensa, el resentimiento es una emoción política que puede tener efectos positivos.
Por un lado, gracias al resentimientos podemos reconocer el daño que siente un parte de la sociedad política por un daño que considera injusto, y pensar entre todos la forma de enmendarlo. Por ejemplo, tras el desmantelamiento de la industria azucarera tucumana durante la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1971), la comunidad trabajadora de esa provincia sufrió un agravio, que se prolongó décadas, por la presencia de un discurso hegemónico y un conjunto de políticas públicas que desconocían los efectos sociales de ese cambio de paradigma productivo. Durante varios años se presentaron iniciativas legislativas de desagravio al pueblo tucumano, hasta que en 2022 la Cámara de Diputados y el Senado de la Nación sancionaron una ley que establece al 22 de agosto como el día nacional del desagravio al pueblo tucumano por el cierre masivo de ingenios azucareros pergeñado por el Onganiato.
Por el otro, quien quiere dejar de estar resentido tiene la esperanza de cambiar el orden político moral existente por uno nuevo. Es una obligación político moral poner ese proyecto en discusión. Eso no significa aceptar que es una mejor alternativa para organizar la sociedad. Pero es importante tenerla en cuenta en la deliberación pública. De lo contrario, el resentimiento se vuelve odio, y la política, como espacio de acción libre entre seres a la vez diversos pero que se reconocen con iguales derechos a compartir un mundo en común, desaparece.
Conclusión: ¿Cómo conciliar el resentimiento con la política democracia?
Hablemos un poco del presente. En los últimos años, no sólo en Argentina sino en casi todo el mundo político occidental, aparecen líderes y fuerzas políticas que, mientras que reivindican al mercado como el mejor asignador de recursos y critican al Estado como un mal prestador de servicios, recuperan los valores morales del conservadurismo. Lo singular es que estos liderazgos y partidos no son anti-populares. Por el contrario, buscan seducir a las mayorías, que se sienten postergadas, económicamente por el crecimiento de la desigualdad social. Pero también buscan representar a quienes se sienten agraviados ideológicamente frente a los avances del feminismo, de los derechos de las minorías y diversidades o el multiculturalismo.
La emoción que movilizan en EEUU Donald Trump, en Brasil Jair Bolsonoro y en Argentina Javier Milei, por mencionar solamente tres ejemplos, es el resentimiento. Este resentimiento es en parte, como afirma Wendy Brown, una reacción contra el progresismo, pero también una advertencia respecto de la promesa incumplida de la justicia social en las sociedades democráticas contemporáneas. Entre los y las seguidoras de estos líderes hay defensores de los valores tradicionales (la familia, la religión, la propiedad), amenazados/as por lo que denominan la ideología del género, y un grupo cada vez más creciente de personas vulnerables socialmente que no encuentra respuestas a sus problemas cotidianos en los partidos, coaliciones e individuos vienen ocupando posiciones de poder en el sistema político en los últimos treinta o cuarenta años. En este sentido, antes que juzgar a quienes sienten resentimiento frente al orden social, político y moral existente, habría que comprender por qué lo sienten. Antes de condenarlos/as como la encarnación de la anti-política, habría qué comprender qué está pasando con la política y la sociedad para que tantas personas se sientan resentidas.
La emoción que movilizan en EEUU Donald Trump, en Brasil Jair Bolsonoro y en Argentina Javier Milei, por mencionar solamente tres ejemplos, es el resentimiento.
No es necesario que estos liderazgos o fuerzas políticas sean una verdadera novedad para que sean visto como tal. Muchos de ellos y ellas (por ejemplo, Marine Le Pen) forman parte por portación de apellido de la casta política a la que critican. Para tener éxito, es suficiente con prometer algo diferente a lo que se viene haciendo hasta ahora para que capten voluntades e interés. Y prometer la libertad, cuando la igualdad no impera, no es una mala idea, aunque detrás de esa promesa de redención se oculten los fantasmas autoritarios de ayer, de hoy y de siempre.
Y este es tal vez el problema mayor que no estamos viendo a la hora de analizar las emociones políticas de nuestro tiempo. El resentimiento no es una emoción naturalmente negativa, ni anti-política, ni siquiera anti-emancipatoria. El resentimiento puede ser un motor en la lucha por la libertad, la justicia y hasta la igualdad. El problema es, cuando, al no ser escuchado/a en su reclamo, y al no encontrar respuestas en el espacio político de la vida en común, quien se siente resentido/a se empieza a envenenar. Y este veneno, más lenta o más rápidamente, corre el riesgo de transformarse en odio. Y el odio sí es una emoción muy dañina para la política en general, pero en particular para la política democrática donde lo que debe primar, siguiendo la máxima de Norberto Bobbio, es el consenso en el disenso.
En conclusión, el resentimiento es una emoción que surge como una reacción a un agravio que se considera injusto. Para poder tener efectos políticos la denuncia debe complementarse con la esperanza de un orden político-moral alternativo al que causa suficiente. No es patrimonio de las derechas o de las izquierdas, de las elites o de los pueblos, aunque quien lo siente se considera debilitado o dañado por quienes considera poderosos en la sociedad en la que vive. El resentimiento puede ser un impulso para la redención o incluso la liberación, pero se vuelve la antesala del autoritarismo cuando viene acompañado de odio. Parafraseando la letra de Uno de Enrique Santos Discépolo, me pregunto: ¿podremos resentir, sin odiar, y aunque no nos amemos, seguir construyendo un mundo en común?
El resentimiento puede ser un impulso para la redención o incluso la liberación, pero se vuelve la antesala del autoritarismo cuando viene acompañado de odio.
Bibliografía
– Alles, N (2021). “Sentimiento de injusticia. El resentimiento y las implicancias emocionales de las desigualdades en la democracia contemporánea” en Anacronismo e Irrupción. Revista de Teoría y Filosofía Política clásica y moderna, Vol 11, N. 21, pp. 441-466.
– Ahmed, S (2015). La política cultural de las emociones. México D.F., México: UNAM.
– Brown, W (2021). En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente, Madrid, Traficantes de Sueños.
– Nietzsche, F. (1997). La genealogía de la moral, Madrid: Alianza Editorial.
– Scheler, M (1998). El resentimiento en la moral, Madrid, Caparrós Editores.
– Robin, C. (2009). El miedo. Historia de una idea política, México, FCE, 2009.
– Gantús, F, Rodríguez Rial, G, Salmerón, A (2021). El miedo la más política de las pasiones, México, Instituto Mora, Universidad Autónoma de Zacatecas.
– Hobbes, T. (1992). Leviatán o la materia y forma y poder de una república eclesiástica y civil. México: Fondo de Cultura Económica.
– Maquiavelo, N (2012). El Príncipe. Buenos Aires, Colihue.
– Tocqueville, A (1996). La Democracia en América, México, FCE.
– Spinoza, B (2019). Ética demostrada según el orden geométrico, Madrid, Escolar y Mayo editores
– Bobbio, N (2023). El futuro de la democracia, México, FCE.