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Tableros en movimiento. Transformaciones recientes en los sistemas de partidos y las coaliciones de gobierno en Chile y Brasil
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Resumen:
El presente trabajo aborda las transformaciones de los sistemas de partidos de Chile y Brasil que se manifestaron en los procesos electorales nacionales de 2017 y 2018. El análisis se centra en los partidos políticos y las coaliciones principales que reordenaron la competencia interpartidaria, identificando los elementos que contribuyeron a la estabilidad y al cambio de las pautas de competencia y cooperación en ambos sistemas.
Palabras claves: Política Comparada – Sistemas de partidos – coaliciones – Chile – Brasil
Presentación.
A comienzos del siglo XXI las fórmulas políticas de presidencialismos de coalición se habían consolidado como respuesta a contextos multipartidarios en distintos países de América Latina, otorgando estabilidad a la competencia interpartidaria y garantizando la gobernabilidad. Esta fórmula política fue efectiva tanto en países como Chile, caracterizado como uno de los sistemas de partido más institucionalizados de la región, como en Brasil, que otrora se presentaba como uno de los sistemas menos institucionalizados, tanto por los rasgos de sus organizaciones partidarias como por la inestabilidad en los patrones de competencia.
Las fórmulas políticas que parecían consolidadas pudieron sortear durante la primera década del siglo el desafío de la alternancia en el nivel nacional, pero comenzaron a mostrar sus límites, desencadenando importantes transformaciones en la dinámica de ambos sistemas de partido, que mostraron el agotamiento de las fórmulas que habían resultado eficaces a lo largo del tiempo.
Las fórmulas políticas que parecían consolidadas pudieron sortear durante la primera década del siglo el desafío de la alternancia en el nivel nacional, pero comenzaron a mostrar sus límites, desencadenando importantes transformaciones en la dinámica de ambos sistemas de partido, que mostraron el agotamiento de las fórmulas que habían resultado eficaces a lo largo del tiempo
El presente trabajo aborda las transformaciones de los sistemas de partidos de Chile y Brasil que se manifestaron en los procesos electorales nacionales de 2017 y 2018. El análisis se centra en los partidos políticos y las coaliciones principales que reordenaron la competencia interpartidaria, identificando los elementos que contribuyeron a la estabilidad y al cambio de las pautas de competencia y cooperación de ambos sistemas.
En ambos casos es posible identificar una concurrencia de factores que influyeron en la desarticulación del esquema de alianzas establecido de cara a los últimos procesos electorales. Sin dudas, la arena social, fue la caja de resonancia del descontento ciudadano, y, con las particularidades y los tiempos propios en cada uno de los países, expresó su descontento hacia las fuerzas políticas de centro izquierda consolidadas, los socios de la tradicional Concertación, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, en Chile; y el Partido de los Trabajadores en Brasil. En este sentido, el descontento social es uno de los factores que anticipan la derrota de las disminuidas coaliciones políticas que se presentaron a las elecciones de 2017 y 2018 sin sus tradicionales aliados incorporados en las fórmulas: el Movimiento Democrático Brasileño y la Democracia Cristiana, respectivamente. Asimismo, es posible abordar dos acontecimientos decisivos que señalan el fin de la dinámica coalicional en cada uno de los sistemas políticos: el cambio del sistema electoral en Chile y el impeachment a Rousseff en Brasil.
Sistemas de partido y gobiernos de coalición en Chile y Brasil durante la primera década y media del XXI.
El proceso de transición a la democracia en las últimas décadas del siglo XX abrió un nuevo escenario para los partidos políticos en América Latina. Tanto en Brasil como en Chile el cambio de régimen se dio a través de una modalidad de transición desde arriba y negociada (Mainwaring y Share, 1986; Karl, 1991; Garretón, 1991; Marenco, 2008) Como corolario de los procesos de transición, las democracias tuvieron que convivir con fuertes enclaves autoritarios, expresados tanto en instituciones y reglas formales e informales, así como también en la vigencia de actores políticos e imaginarios sociales del pasado autoritario.
El proceso de transición a la democracia en las últimas décadas del siglo XX abrió un nuevo escenario para los partidos políticos en América Latina. Tanto en Brasil como en Chile el cambio de régimen se dio a través de una modalidad de transición desde arriba y negociada (Mainwaring y Share, 1986; Karl, 1991; Garretón, 1991; Marenco, 2008)
En cuanto a los sistemas de partidos, a comienzos de la década de 1990, Mainwaring y Scully (1994), los definieron como ejemplos extremos en su propuesta de clasificación de los sistemas de partidos latinoamericanos en función de su nivel de institucionalización.
Mientras que Chile era identificado como uno de los sistemas más institucionalizado, tanto por las características de los partidos (raíces de los partidos en la sociedad y solidez de la estructura interna de las organizaciones partidarias), como por los aspectos referidos a la dinámica interpartidaria (estabilidad en las pautas de competencia y cooperación y legitimidad de los partidos y las elecciones); Brasil constituía el mejor ejemplo de sistema de partido no institucionalizado.
Mientras que Chile era identificado como uno de los sistemas más institucionalizado, tanto por las características de los partidos, como por los aspectos referidos a la dinámica interpartidaria; Brasil constituía el mejor ejemplo de sistema de partido no institucionalizado
A través de décadas, las diferencias en términos de institucionalización del sistema de partidos no impidieron la consolidación de rasgos comunes, que contribuyeron a reforzar la idea de que aún en contextos de institucionalización partidaria diversa, era posible alcanzar fórmulas políticas de coalición para administrar la fragmentación partidaria en sistemas presidenciales.
Así, a lo largo de la primera década y media del siglo XXI, los sistemas de partidos de Brasil y Chile continuaron presentando niveles de institucionalización distintos, sin embargo, se fueron consolidando algunos rasgos definitorios comunes. En primer lugar, presentaron una tendencia bipolar centrípeta, que ordenó la competencia en la arena nacional. Segundo, los gobiernos de coalición se constituyeron en la fórmula para otorgar gobernabilidad al presidencialismo en el marco de sistemas multipartidistas. En tercer lugar, el nivel de competitividad del sistema de partidos fue importante y se materializó en alternancia (total o parcial) de las fórmulas de gobierno (Pinillos, Sartor Schiavoni, Caballero Rossi, 2017:3)
En los presidencialismos latinoamericanos, las coaliciones resultaron fórmulas políticas efectivas para orientar el multipartidismo, y conformar gobiernos estables (Lanzaro, 2001; Chasquetti, 2008) Si bien a lo largo del período se observan tensiones de diverso alcance en las coaliciones de gobierno que afectaron tanto la integración de las mismas como la relación entre el poder ejecutivo y el poder legislativo, lograron mantenerse como fórmulas políticas estables.
Asimismo, con los tiempos propios de cada proceso político, se consolidaron en el poder fórmulas de gobierno ubicadas a la izquierda del centro relativo de sus respectivos sistemas de partidos (Coppedge, 2000). En el caso de Chile, este proceso se dio tempranamente, en las primeras elecciones democráticas, y se profundizó con la alternancia intrabloque iniciada en el 2000 a partir del gobierno de Ricardo Lagos. En Brasil, se concretó en 2003, con la llegada al gobierno del PT.
No obstante estas comunalidades, ambos países mantenían importantes diferencias en cuanto diversas características de sus sistema de partidos y la composición de las coaliciones.
El sistema de partidos chileno, contaba con partidos políticos estables y organizados, que abarcaban un espectro ideológico claramente identificable (Coopedge, 2000; Cavarozzi y Casullo, 2002)
Desde el regreso de la democracia en 1990, Chile presentó una competencia de tipo pluralista moderada (Sartori, 1976-2000), estructurada en dos grandes coaliciones: una de centro izquierda, la Concertación Democrática, y otra de centro derecha, la Alianza por Chile. Este ordenamiento del sistema de partidos en dos grandes bloques, estuvo en gran medida vinculado al sistema electoral, principalmente al sistema binominal, heredado del gobierno autoritario y vigente hasta 2014. El binominal contribuyó a generar una tendencia a la concentración del poder en torno a dos espacios mayoritarios, favoreciendo una representación equilibrada de los mismos, lo que desalentaba la generación de estrategias autónomas de los partidos, y la llegada al Congreso de terceras fuerzas. En este sentido se dio un proceso de congelamiento de la mecánica del sistema.
Desde el regreso de la democracia y hasta el año 2010, la Concertación se posicionó como coalición de gobierno. Ese año, la Alianza por Chile arribó a la presidencia, gracias a la candidatura de Sebastián Piñera (de RN). El comportamiento centrípeto de la competencia política se manifestó tanto en la alternancia intrabloque como en la alternancia efectiva de gobierno
Por otro lado, otro rasgo fundamental de los partidos chilenos es que fueron el medio de canalización de las expresiones sociales a lo largo de su historia. Esto comienza a romperse en 2006, con la irrupción de los movimientos sociales, principalmente el movimiento estudiantil. Este proceso se agudiza en a partir de las manifestaciones de 2011 y 2012. Es en este marco donde “la calle” aparece como un escenario de disputa de lo público, visibilizando un reclamo que no pudo ser contenido por los partidos (Fuentes Saavedra, 2012:18)
En el escenario electoral 2013, marcado claramente por la irrupción de esta nueva arena de contienda política, se produjo una innovación clave en el sistema de partidos chileno cuando la Concertación suma al Partido Comunista (PCCh) entre sus filas, modificando el nombre de la coalición por el de Nueva Mayoría (NM). Esto implicó la convivencia entre un partido ideológicamente polarizado hacia la izquierda como es el PCCh con los tradicionales partidos de tendencia centrista de la Concertación. Las tensiones propias de este cambio quedarían evidenciadas en el proceso electoral de 2017.
En lo que respecta a Brasil, a diferencia de Chile, el proceso de institucionalización del sistema de partidos presenta niveles más modestos y es relativamente reciente en la vida democrática. Este proceso se vio favorecido tanto por las normas que regulan a los partidos políticos y las elecciones, como por el carácter federal del sistema político que realza la dinámica multinivel.
El sistema normativo confiere una amplia autonomía para la creación, fusión, extinción y organización interna de los partidos políticos. Por su parte, algunas reglas electorales, como la de listas abiertas para el legislativo, favorecen las personalización de las candidaturas y resquebrajan las identidades partidarias (Barreto y Fleischer, 2008:344). La combinación de estos elementos alienta la migración partidaria, incluso durante un mandato legislativo (Marenco, 2006:183-186), lo que constituye uno de los rasgos distintivos de la política brasileña.
Es posible entender el complejo sistema de partidos brasileño a partir de la convivencia de dos tendencias políticas distintas: la fragmentación en las elecciones proporcionales y la concentración en las disputas mayoritarias. A nivel de ejecutivo nacional, el clivaje PT-PSDB da rasgos bipartidistas a un sistema multipartidista altamente fragmentado en la arena legislativa (Meneghello, 2011) Por su parte, la composición de las cámaras de Diputados y Senadores da cuenta de un sistema multipartidista extremo. Este rasgo alcanza su techo máximo en las últimas elecciones generales de 2018.
Es posible entender el complejo sistema de partidos brasileño a partir de la convivencia de dos tendencias políticas distintas: la fragmentación en las elecciones proporcionales y la concentración en las disputas mayoritarias
En este marco, la dinámica de coalición se convirtió en un recurso de supervivencia para los partidos dada la competencia centrípeta para el Ejecutivo, junto con la gran fragmentación en los órganos legislativos y el multipartidismo (Meneghello 2011:107).
Desde mediados de la década de 1990, la competencia de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y del Partido de los Trabajadores (PT) signa la contienda electoral presidencial y la política nacional, encabezando los gobiernos de coalición a lo largo de más de dos décadas.
Ante la imposibilidad de incorporar a sus rivales electorales formando una coalición del centro a la izquierda (como se realizó en Chile), el PT cuando ganó elecciones, como también le ocurrió al PSDB durante los gobiernos de Cardozo, tuvo que buscar en la derecha los votos necesarios para ganar la mayoría congresual (Marenco, 2008:80). En este contexto se vuelve clave el rol del MDB, que, una vez en el gobierno pasa a ejercer su potencial de coalición, participando en todos los gabinetes de ministros y garantizando mayorías en el congreso. Es a su vez un actor principal a lo largo del impeachment a Dilma Rousseff y continúa condicionando las estrategias de coalición a partir de la llegada de Bolsonaro al poder.
En las últimas elecciones generales de Chile y Brasil, se observan cambios en el sistema de partido, a la vez que se profundiza la distancia entre la política y la ciudadanía
En las últimas elecciones generales de Chile y Brasil, se observan cambios en el sistema de partido, a la vez que se profundiza la distancia entre la política y la ciudadanía. En este sentido, que plantean interrogantes en torno a la representación y los límites institucionales que imponen a los sistemas políticos conflictos y demandas sociales que no parecen poder procesarse a través de fórmulas políticas que parecían consolidadas. Estas demandas no son nuevas, pero en la actualidad suponen desafíos inéditos en ambos países.
El fin del binominal en Chile y el impeachment en Brasil como preludio de los procesos electorales 2017 y 2018.
Las elecciones generales de 2017 en Chile se caracterizaron por un movimiento en las coaliciones de partidos que habían ordenado la política desde el regreso de la democracia. Este movimiento debe ser leído a la luz de la coyuntura social y los cambios institucionales que precedieron a la elección.
El reemplazo del sistema electoral binominal -heredado del período pinochetista y que representaba uno de los principales enclaves autoritarios institucionales (Garretón,1991)-, por uno de tipo proporcional moderado, influyó en las estrategias electorales de las principales coaliciones y partidos.
Los principales modificaciones introducidas en el sistema electoral implicaron el cambio en los distritos para diputados (de los 60 distritos a 28) y las circunscripciones para senadores (de 19 a 15, una por región), aumentando el número de representantes de 120 a 155 diputados y de 38 a 50 senadores, de acuerdo al territorio y la población. Esto impactó en la conformación de las listas, que en el nuevo sistema depende del número de escaños por cada distrito o circunscripción, y que luego se distribuyen aplicando el método D’Hondt. Finalmente, se implementó una ley de cuotas femeninas en la conformación de listas (Szederkenyi V, 2016:3; Gobierno de Chile, 2015).
Las transformaciones del sistema electoral alentaron juegos diferentes entre los partidos políticos, ampliando el abanico de opciones. De esta forma se observa que las últimas elecciones significaron para Chile una discontinuidad en los alineamientos de largo aliento que caracterizaban al sistema de partidos, otorgando la posibilidad de nuevas representaciones legislativas. Por un lado, se visibiliza una ruptura de la coalición de centro izquierda a partir de la salida de uno de sus principales socios y, por otro, el surgimiento de nuevas coaliciones competitivas con vocación de interpelar a una ciudadanía con elevados niveles de desafección política, manifestada en una muy baja participación electoral.
...se observa que las últimas elecciones significaron para Chile una discontinuidad en los alineamientos de largo aliento que caracterizaban al sistema de partidos, otorgando la posibilidad de nuevas representaciones legislativas
La Concertación ha sido la coalición política más exitosa en términos electorales que ha tenido Chile desde la recuperación democrática . Incluso se puede afirmar que es la coalición más perdurable de América del Sur. En este sentido, la salida de la Democracia Cristiana (DC) de la coalición de centro izquierda no puede ser pasada por alto a la hora de pensar los realineamientos políticos. Si el ingreso del Partido Comunista de Chile (PCCH) había significado un cambio importante en 2014, la separación del Partido Socialista (PS) y la DC implica una transformación inédita desde su constitución.
Por otro lado, por fuera de la coalición de centro izquierda, surge un nuevo frente electoral ubicado ideológicamente a la izquierda de la Fuerza de la Mayoría, con crecientes posibilidades de acceder a cargos electivos: el Frente Amplio[1].
Con este escenario, no sorprende que en las últimas elecciones hubiera ocho candidatos al Ejecutivo nacional. El multipartidismo chileno, solapado en la lógica bicoalicional, fue emergiendo en la contienda presidencial a lo largo del tiempo, expresádose en el incremento de candidaturas competitivas a partir de las elecciones de 2009.
Por su parte, el proceso electoral 2017 presentó algunas novedades. Si bien la elección se terminaría resolviendo en una segunda vuelta entre las dos coaliciones tradicionales, expresadas en las candidaturas de Sebastián Piñera (RN-Chile Vamos) y Alejandro Guillier Álvarez (La Fuerza de la Mayoría), la primera vuelta presidencial arrojó algunas sorpresas. En primer lugar, se destaca el alto porcentaje de votos que obtuvo Beatriz Sanchez Muñoz (Frente Amplio). La candidata de la nueva fuerza alcanzó el 20,27% de los votos, quedando a 2,43 puntos porcentuales del candidato de la Fuerza de la Mayoría. Asimismo, sorprendió el bajo porcentaje de votos obtenido por la candidata de la DC, Carolina Goic Boroevic, que sólo alcanzó el 5,88%. Finalmente, un resultado que no puede dejar de ser considerado es el 7,93% alcanzado por José Antonio Kast Rist (Evópoli), quien se posicionó como un candidato de extrema derecha, que realizó durante la campaña declaraciones expresas favorables a la dictadura de Pinochet.
En vistas al balotaje, las expectativas estuvieron puestas en los apoyos otorgados por los candidatos que quedaron fuera de la disputa. Sin embargo, mientras que la derecha unificó sus votos en torno al candidato de la RN, expresando un apoyo claro e inmediato, el FA otorgó un tibio acompañamiento al candidato de Guillier poco antes de la segunda vuelta, sin dejar de expresar sus diferencias.
Frente a este escenario, Piñera fue electo presidente por el 54,57% de votos, mientras que su opositor obtuvo 45,43%. Desde el regreso de la democracia, la coalición de derecha sólo había alcanzado la presidencia una vez, en las elecciones 2009. Se observa entonces no sólo el retorno a la presidencia de la derecha en 2017, sino también la reelección no inmediata de quien ya fuera presidente[2].
Por su parte, los resultados de las elecciones parlamentarias dieron cuenta de los cambios en el sistema electoral. La nueva conformación del Congreso[3], si bien presenta una mayoría de legisladores correspondiente al partido del presidente electo, evidencia la integración del conjunto de las fuerzas contendientes. Con las nuevas reglas, mientras que algunos partidos políticos tradicionales perdieron escaños valiosos, como la DC, otros resultaron beneficiados. El ejemplo más claro es el Frente Amplio que, pese a sus limitados recursos y penetración territorial, propia de un movimiento político incipiente, pudo incluir numerosos escaños en la Cámara de Diputados, dado que hizo un uso selectivo y eficiente en la elección de territorios a disputar (Toro Maureira, 2018:225)
Dentro de la centroderecha, la RN irrumpió como el partido con mayor cantidad de escaños, ganando esa posición a la UDI. En tanto, una nueva fuerza se hizo presente en Chile Vamos: Evópoli, con seis diputados y dos senadores, adquiriendo un lugar en la derecha del espectro ideológico, junto con los partidos tradicionales de este espacio.
Los resultados nos permiten observar que Piñera no sólo fue electo por un amplio margen para ocupar el ejecutivo nacional, sino que también cuenta con una mayoría significativa en ambas Cámaras.
Por su parte, la tradicional coalición de centro izquierda se encuentra fragmentada, con la salida de la DC, y ha perdido apoyo electoral a partir del surgimiento del Frente Amplio. En este sentido, nos encontramos con un sistema de partidos más polarizado, con nuevas fuerzas hacia los extremos del centro relativo del sistema, que ve afectada la tendencia bipolar centrípeta que predominó desde el retorno a la democracia.
...nos encontramos con un sistema de partidos más polarizado, con nuevas fuerzas hacia los extremos del centro relativo del sistema, que ve afectada la tendencia bipolar centrípeta que predominó desde el retorno a la democracia
En lo que respecta a Brasil, las elecciones generales de 2018 significaron un cambio sustantivo en la mecánica de la competencia mayoritaria de la elección presidencial. En primer lugar, se observa la ruptura de la coalición entre el PT y MDB que se había consolidado en los tres primeros gobiernos petistas. Asimismo, se produce un cambio en los partidos de la derecha brasileña, fundamentalmente a partir de la disminución de la incidencia del PSDB, que históricamente había encabezado la fórmula de centro derecha. En lo relativo a las elecciones legislativas, los resultados electorales muestran una mayor fragmentación, a la vez que se complejiza la lógica de acuerdos por la pérdida de gravitación de las fuerzas principales que ordenaron el juego político a lo largo de más de dos décadas.
...se produce un cambio en los partidos de la derecha brasileña, fundamentalmente a partir de la disminución de la incidencia del PSDB, que históricamente había encabezado la fórmula de centro derecha
Estos resultados pueden ser abordados a partir de la coyuntura social que precedió y acompañó el desarrollo del impeachment a Dilma, así como también por los escándalos de corrupción que afectaron a toda la clase política brasileña y los avatares de la detención de Lula y su consecuente inhabilitación para presentarse como candidato a presidente en las elecciones de 2018.
La debilidad del gobierno de Dilma Rousseff se manifestó tempranamente en su segundo mandato, y a menos de un año de haber asumido, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, perteneciente al MDB, principal socio de la coalición de gobierno, aceptaba dar curso al pedido de impeachment, en el marco de una profunda crisis política y social.
El proceso de impeachment se desarrolló en diversos escenarios: el Parlamento, el Poder Judicial, los medios y la calle. Los acontecimientos que se iban produciendo en cada uno de los mismos se retroalimentaron a lo largo de los meses, promoviendo un ciclo de incertidumbre política inédito en la historia democrática reciente de Brasil. Sin embargo, el factor que definió el desenlace del proceso fue el descomposición de la estrategia de coalición estructurada por el PT a partir de su llegada al gobierno en 2003, después de más una década de eficacia electoral y gobernabilidad política (Pinillos, 2019)
...el factor que definió el desenlace del proceso fue el descomposición de la estrategia de coalición estructurada por el PT a partir de su llegada al gobierno en 2003, después de más una década de eficacia electoral y gobernabilidad política (Pinillos, 2019)
Los líderes del MDB que contaban con roles de poder, tanto en el legislativo como incluso en el Poder Ejecutivo, como el vicepresidente Michel Temer, jugaron un rol principal en el proceso de destitución. Lo mismo ocurrió con partidos menores que habían conformado el amplio y heterogéneo conjunto de aliados que integraban la coalición de gobierno. La descomposición de dicha coalición se expresó en la ruptura del escudo legislativo (Pérez-Liñán, 2009) que era necesario para evitar la destitución en el proceso parlamentario.
Por su parte, el PSDB, actor político de oposición partidaria más importante del sistema, se comportó como una oposición partidaria semileal, en el sentido que le atribuyó oportunamente Juan Linz (1990) a aquellos actores que pueden contribuir a debilitar a la democracia política en contextos de crisis. En este sentido, la consecuencia más compleja para el futuro fue que el colapso de la coalición de gobierno de Dilma se dio en un marco de crisis general del esquema interpartidario que sentó sus bases durante los gobiernos de Cardoso, y que había garantizado la estabilidad del presidencialismo de coalición, equilibrando el esquema de alianzas en el nivel nacional (Pinillos, 2019:83)
Así, luego de la destitución, el lánguido e inestable interregno de la presidencia de Temer, fue la antesala de las elecciones de 2018. Los resultados de las mismas expresaron las consecuencias de una clase política jaqueada transversalmente por los escándalos de corrupción, la crisis económica, la agudización del descontento ciudadano expresada en la polarización social que ganaba las calles, y el desgranamiento de las pautas de cooperación y competencia que los principales partidos habían ensayado por más de dos décadas.
Los resultados de las mismas expresaron las consecuencias de una clase política jaqueada transversalmente por los escándalos de corrupción, la crisis económica, la agudización del descontento ciudadano expresada en la polarización social que ganaba las calles, y el desgranamiento de las pautas de cooperación y competencia que los principales partidos habían ensayado por más de dos décadas
Paralelamente a este proceso, Jair Bolsonaro, un político marginal, que se desempeñó como diputado por el Estado de Rio de Janeiro desde 1991, que a lo largo de su carrera política fue integrante de casi una decena de partidos ubicados en la derecha del espectro ideológico, se proyectaba como uno de los contendientes que ingresaría al ballotage para competir con el candidato de PT, apadrinado por Lula, Fernando Haddad. Con un discurso de reivindicación de la dictadura de 1964, misógino, homofóbico y violento, encarnó un liderazgo capaz de capitalizar el fuerte antipetismo y el desencanto de la ciudadanía brasileña con la elite política en su conjunto.
En la primera vuelta electoral, celebrada el 13 de octubre de 2018, se presentaron 13 fórmulas presidenciales. Jair Mesias Bolsonaro (PSL / PRTB) obtuvo 46,03% de los votos sacando un amplio margen al candidato Fernando Haddad (PT / PC do B / PROS) que obtuvo el 29,28%. En tercer lugar, quedaría Ciro Gomes (PDT / AVANTE) 12,47%. Por su parte la fuerza liderada por el PSDB, el tradicional partido de derecha que había sido el principal contrincante del PT hasta 2014, quedaría en un cuarto lugar, con tan sólo 4,76% de los votos. Los restantes 9 candidatos obtuvieron votaciones por debajo del 2% de los votos.
Dado que ninguno de los candidatos obtuvo el 50% de los votos que exige la legislación para ser electo presidente, los dos candidatos más votados debieron competir en segunda vuelta electoral el 28 de octubre, en la cual Bolsonaro resultó electo presidente, con el 55,13% de los votos y Haddad, si bien bajó la diferencia, quedó a 10 puntos con el 44,87% de los votos.
En cuanto a las elecciones legislativas, la nueva conformación del Congreso visibiliza el incremento de la fragmentación, históricamente extrema en el país. Asimismo, se observa el aumento de la incidencia del conjunto de fuerzas políticas ubicadas a la derecha del centro relativo del sistema de partidos, y cambios en la composición y la representación relativa de los partidos que se ubican en ese espacio del espectro ideológico.
En cuanto al incremento de la fragmentación, en la Cámara baja se pasó de 25 partidos con representación parlamentaria a 30. En lo que respecta a la Cámara de Senadores, el incremento en el número de partidos fue de 16 a 21. En las elecciones para la Cámara de Diputados los cambios principales se vieron expresados fundamentalmente en la reorientación de las preferencias en los partidos de centro y de derecha. El Partidos Social Liberal (PSL) pasó de contar con un número marginal de bancas a incrementar sustancialmente su representación, pasando de contar con 8 escaños a ocupar 52. Por su parte, el PSDB mientras que antes de las elecciones de octubre de 2018 tenía 49 diputados en el nuevo Parlamento cuenta con sólo 29. En lo que respecta al pragmático MDB, vio disminuido el número de sus bancas de 51 a 33. Finalmente, el PT vio reducida su bancada de manera mucho menos drástica que el resto de los partidos tradicionales, ya que vio disminuido su número de escaños sólo en 5 diputados, pasando de 61 a 56.
En cuanto a la Cámara de Senadores, el incremento de la fragmentación se dio en perjuicio de los tres partidos más importantes del sistema hasta las últimas elecciones, PT, PSDB y MDB.
En términos globales, las elecciones legislativas de 2018 en Brasil muestran un panorama de fragmentación extrema, a la vez que una menor incidencia de los partidos políticos que articularon el sistema de coaliciones en las últimas décadas, y una marcada inclinación hacia la derecha...
En términos globales, las elecciones legislativas de 2018 en Brasil muestran un panorama de fragmentación extrema, a la vez que una menor incidencia de los partidos políticos que articularon el sistema de coaliciones en las últimas décadas, y una marcada inclinación hacia la derecha, a vez que se observa una transformación en la incidencia de los actores que representan ese espacio ideológico, en perjuicio del PSDB y en beneficio de fuerzas ubicadas aún más hacia la derecha del espectro ideológico. Así, la elección ofrece también un panorama de mayor polarización, acompañando el tenor de la contienda para el poder ejecutivo nacional.
Comentarios finales: Límites de las fórmulas políticas establecidas y escenarios actuales.
Las elecciones 2017 en Chile y 2018 en Brasil mostraron profundas modificaciones de los sistemas de partidos, poniendo en evidencia los límites de las coaliciones que habían ordenado la competencia durante la primera mitad del siglo XXI.
Las elecciones 2017 en Chile y 2018 en Brasil mostraron profundas modificaciones de los sistemas de partidos, poniendo en evidencia los límites de las coaliciones que habían ordenado la competencia durante la primera mitad del siglo XXI
En el caso chileno, la postergada modificación del sistema electoral binominal hacia un sistema proporcional, desencadenó el cambio de estrategia de uno de los actores que habían integrado la Concertación desde sus inicios, la Democracia Cristiana. Así, la fórmula política que brindó estabilidad a la salida del autoritarismo, que gobernó durante dos décadas a través de la alternancia intrabloque y que pudo incluso sobrellevar el desafío de la alternancia en 2010, retornando al poder en el turno electoral siguiente con el regreso de Bachelet, llegó a su fin como acuerdo político en las elecciones de 2017.
En el caso brasileño, el inicio del proceso de impeachment a Dilma Rousseff evidenció el fin de la convivencia entre el PT y su principal socio, el MDB, partido político que había sido fundamental a lo largo de los gobiernos petistas para garantizar la gobernabilidad en el marco de un sistema de partidos altamente fragmentado. El juicio político que concluyó con la destitución de Dilma, afectó a la fórmula política del presidencialismo de coalición de un modo aún más profundo que en el caso chileno. En Brasil, no sólo se vio afectada la coalición de centro izquierda, sino que los resultados de las elecciones de 2018 pusieron en evidencia la desarticulación del esquema general de alianzas que había otorgado estabilidad y previsibilidad al sistema político en la arena nacional, afectando dramáticamente también al PSDB. La llegada de Bolsonaro es la prueba más clara de la crisis del presidencialismo de coalición tal como se conformó a lo largo del ciclo democrático.
Las modificaciones institucionales del sistema electoral, a partir de la derogación del sistema binominal en Chile y el impeachment a Rousseff actuaron como catalizadores que evidenciaron la difícil convivencia de los actores partidarios en el marco de las coaliciones de gobierno. Estos procesos, de naturaleza diversa, tuvieron como consecuencia la reconfiguración de las dinámicas interpartidarias, afectando el sistema de alianzas, y poniendo en jaque las estrategias que habían sido funcionales para sostener la gobernabilidad.
Las modificaciones institucionales del sistema electoral, a partir de la derogación del sistema binominal en Chile y el impeachment a Rousseff actuaron como catalizadores que evidenciaron la difícil convivencia de los actores partidarios en el marco de las coaliciones de gobierno
En ambos casos, las coaliciones de izquierda que venían gobernando se desarman. No sólo pierden el gobierno, sino que se desarticulan, cambiando la composición que habían logrado articular para constituirse en alternativas viables de gobierno y garantía de consolidación de presidencialismos estables en contextos multipartidistas.
Asimismo, en ambos países se observa un frágil vínculo entre la política y la ciudadanía. En Chile, esta fragilidad se expresa en el abstencionismo, elemento que se sostiene en los últimos procesos electorales; mientras que en Brasil, la coyuntura electoral estuvo marcada por fuertes protestas populares en la calle.
A la luz de los acontecimientos actuales, en ambos países se puede ver un incremento del malestar ciudadano y un crecimiento significativo de la violencia por parte de los gobiernos, como respuesta a este malestar.
A la luz de los acontecimientos actuales, en ambos países se puede ver un incremento del malestar ciudadano y un crecimiento significativo de la violencia por parte de los gobiernos, como respuesta a este malestar
El triunfo de Bolsonaro, expresa claramente el descrédito de la clase política brasileña en su conjunto. En este sentido, si bien afecta a la centro izquierda, especialmente al proyecto del PT, evidencia también la incapacidad de la centro derecha, y especialmente del PSDB, para representar a los sectores que tradicionalmente habían conformado su electorado. Asimismo, la inédita crisis social que estalló en Chile el 18 de octubre de 2019 es tal vez el ejemplo más dramático de la incapacidad de la política para canalizar y encausar el malestar ciudadano y materializar tanto el agotamiento de los partidos y coaliciones tradicionales, como la ineficacia de las nuevas fuerzas políticas que ampliaron la oferta electoral en las elecciones de 2017. En este sentido, no es un dato menor que, en dichas elecciones, más allá de la diversificación de las opciones hacia la izquierda y la derecha de las coaliciones que consolidaron las fórmulas políticas desde el retorno a la democracia, la participación no alcanzó el 50% del padrón.
Los últimos ciclos electorales llevaron al poder a fuerzas ubicadas a la derecha del espectro ideológico de cada sistema. Sin embargo, ambas fuerzas políticas representan fórmulas de gobierno distintas, en cuanto a la familiaridad o la innovación (Mair y Bertola, 2015), y estilos diversos de liderazgo.
En Chile, la elección de Piñera de RN, por el Frente Chile Vamos, significó el regreso de una fórmula familiar, con un candidato que ya había sido electo en 2009, cuando la derecha alcanzó por primera vez el gobierno luego del regreso de la democracia. La reedición del candidato y la fórmula de gobierno presentó, sin embargo una novedad. En la segunda vuelta, el candidato de RN fue apoyado por una fuerza emergente, que se ubica a hacia la derecha del espectro ideológico, Evópoli, que recupera un discurso de claro reconocimiento del pasado dictactorial.
Por su parte, en Brasil, la elección de Bolsonaro, implicó la llegada a la presidencia de un candidato perteneciente a un partido marginal en la política brasileña, el Partido Social Liberal, encarnando una fórmula novedosa que desafió la centralidad que el PSDB primero y el PT a partir del 2002, habían tenido durante más de dos décadas para encabezar gobiernos de coalición. En el marco de un sistema de partidos aún más fragmentado, se vislumbra un presidencialismo de coalición más inestable.
La presencia de nuevos actores, así como los vínculos entre los partidos tradicionales entre sí, dan cuenta de que asistimos a un cambio significativo en los sistemas de partidos y las coaliciones de gobierno que habían estructurado la política chilena y brasileña a partir de la última década del siglo XXI
La presencia de nuevos actores, así como los vínculos entre los partidos tradicionales entre sí, dan cuenta de que asistimos a un cambio significativo en los sistemas de partidos y las coaliciones de gobierno que habían estructurado la política chilena y brasileña a partir de la última década del siglo XXI. Estos movimientos en la dinámica partidaria, subsumidos en un clima de intensas movilizaciones sociales, reabren la agenda de la relación entre presidencialismo, multipartidismo y fórmulas coalicionales en la región.
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Tribunal Superior Eleitoral Brasil: http://www.tse.jus.br/eleicoes/
[1] Esta alianza está compuesta por Revolución Democrática, el Partido Ecologista Verde, el Partido Poder Ciudadano, Nueva Democracia, el Partido Liberal, el Movimiento Democrático Progresista, el Partido Pirata, la Izquierda Libertaria, el Movimiento Autonomista, la Izquierda Autónoma, el Partido Igualdad y el Partido Humanista. Es importante destacar que algunos de estos partidos contaban antes de las elecciones con representación parlamentaria y otros presentaron candidatos presidenciales en las elecciones de 2013 aunque con nulas posibilidades de acceder al poder.
[2] En Chile no está permitida la reelección inmediata para la presidencia de la República.
[3] La Cámara de Diputados, compuesta por 155 legisladores, quedó con una mayoría de 73 legisladores del Frente Chile Vamos, por primera vez con una mayoría de la RN por sobre la UDI. La segunda bancada es del Frente La Fuerza de la Mayoría, con 43 diputados, de los cuales el PS sigue siendo el que más escaños obtuvo. La tercera bancada la compone el Frente Amplio con un total de 20 diputados, de estos 10 son de Revolución Democrática y finalmente, se destaca que el Partido Demócrata Cristiano,obtuvo 13 bancas, pese a ir por fuera de la tradicional coalición.
En cuanto a la conformación de la Cámara de Senadores, de los 23 nuevos Senadores, 12 pertenecen a Chile Vamos: 6 pertenecen a RN, 4 a la UDI y 2 a Evolución Política. Con estos, la bancada total de Chile Vamos alcanza un total de 19 legisladores. Por su parte La Fuerza de la Mayoría obtuvo 7 Senadores, 4 del partido por la Democracia y 3 del Partido Socialista. Estos sumado a los Senadores con mandato hasta 2022 alcanzan un total de 15 senadores. Finalmente, la Democracia Cristiana obtuvo 3 Senadores y el Frente Amplio 1 Senador.