El cuello de botella ideológico. Desigualdades y criterios de justicia

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El cuello de botella ideológico. Desigualdades y criterios de justicia


Por: Eugenio Garriga, Ezequiel Ipar, y Lucía Wegelin
Tramas mod-mod El cuello de botella ideológico. Desigualdades y criterios de justicia  Revista Tramas

Resumen:

En este trabajo presentamos un análisis de algunos fragmentos discursivos sobre la cuestión de la justicia distributiva que forman parte de una investigación sobre los conflictos ideológicos de las democracias contemporáneas. Aquí proponemos discutir el concepto de “cuello de botella ideológico” para pensar las restricciones culturales que enfrentan las estrategias económicas que pretenden desplegar políticas de redistribución del ingreso y la riqueza. Para eso, nos detendremos en dos tramas discursivas que entrelazan argumentos sobre la predestinación, la determinación biológica y la responsabilización individual. Por último, presentaremos el esbozo de una tipología que sirve para comprender la multiplicidad de justificaciones de la desigualdad que esta nueva fase del neoliberalismo moviliza.

Introducción:

La división social del trabajo entre los individuos que conforman un sistema económico, así como la distribución de las retribuciones que “merecen” o son necesarias para que esos individuos cumplan con su trabajo, son cuestiones que han estado históricamente en el centro de la discusión teórica de la economía política. ¿Quién debe realizar qué tareas? ¿Bajo qué condiciones y reglas deben ser realizadas? ¿Qué tareas se consideran “productivas y valorables” y cuáles no? ¿Quiénes son participantes dignos de ser reconocidos como miembros plenos del sistema económico y quiénes quedan excluidos de esa definición? ¿Cuáles son los criterios que sirven para determinar la retribución que merece cada uno por su colaboración con la reproducción general de la sociedad? Estas preguntas, que pueden ser respondidas de múltiples maneras, sirven para mostrar el núcleo del conflicto distributivo de todo sistema económico. Este problema genera los puntos de contacto más significativos entre la ciencia economía y otras disciplinas, como pueden ser la filosofía moral o la sociología de la cultura. Finalmente, la pregunta por el criterio de justicia acerca de las retribuciones, esto es, por el criterio que permite establecer cuánto merecen ganar los que participan en los distintos lugares (o fuera de esos lugares reconocidos) del sistema económico, es evidentemente un tema que la economía comparte con la filosofía moral. Luego, el modo en el que se construyen o reconocen las identidades de los agentes que van a ocupar (o aspirar con posibilidades reales a ocupar) las distintas posiciones en la división social del trabajo es un tema que la economía comparte con la sociología de la cultura. Estos son sólo dos ejemplos que muestran que el problema distributivo es una de las cuestiones más complejas que deben enfrentar las ciencias sociales en su conjunto. Esta zona compartida, que delimita efectivamente problemas comunes, nos muestra también intersecciones y relaciones conflictivas entre las disciplinas. La contribución que vamos a presentar en esta oportunidad se inscribe en este espacio común en el cual las distintas perspectivas teóricas intentan comprender los desafíos y los efectos que generan los procesos distributivos en la sociedad. Nuestro objetivo principal aquí es mostrar que existen otros límites para la redistribución que se vuelven invisibles si sólo se observa el problema desde el punto de vista de la economía.

el problema distributivo es una de las cuestiones más complejas que deben enfrentar las ciencias sociales en su conjunto

 

1. El cuello de botella de la ideología.

En el debate teórico los economistas heterodoxos usan la expresión “cuello de botella” para referirse a una situación en la cual los factores que pueden dinamizar el crecimiento económico se ven obstaculizados, encuentran un cierto límite o, simplemente, dejan de poder crecer a la velocidad que lo venían haciendo, generando así una serie de disfuncionalidades que se transforman en trabas estructurales para el modelo de desarrollo económico. El ejemplo clásico para Argentina es el de la restricción externa. Muchos economistas explican de esta manera el fin de los gobiernos desarrollistas que despliegan políticas redistributivas y defienden la importancia de la justicia social para la democracia. Según esta explicación mono-causal, cuando las divisas internacionales necesarias para profundizar la industrialización empiezan a ser insuficientes se produce el “cuello de botella” por el cual la economía ya no puede seguir creciendo y, por lo tanto, ya no puede seguir distribuyendo. En general, estas teorías creen que son estas determinaciones objetivas de la economía las que producen estas limitantes a los diferentes procesos políticos que intentan apuntalar el desarrollo económico, la justicia social y la profundización de las bases sociales de la democracia. En todo caso, se le agrega a esta explicación una consideración sobre las luchas políticas que se generan por el control de las divisas, es decir, sobre los modos de distribuir ese bien escaso y estratégico.

Los diagnósticos sobre el “cuello de botella económico” utilizan explícita o implícitamente una teoría de la legitimidad que le asigna al desarrollo industrial el único papel progresivo en esta historia, tanto en términos de mejora de la situación distributiva, como de apuntalamiento del bienestar general de la población. Por eso, es la “restricción externa” la que explica el cuello de botella, ya que ella y sólo ella es la que determina la interrupción del ciclo progresivo de: industrialización, distribución y bienestar. Con un espíritu que recuerda a la teoría de Saint Simon, el progreso aparece obstaculizado en esta representación por las limitaciones “objetivas” de la balanza de pagos que interrumpen el proceso de industrialización y por sus representantes “subjetivos”: los sectores dominantes de la producción de los bienes de exportación que se resisten al control estatal de las divisas. Como puede verse, en este esquema explicativo la política ocupa un lugar secundario y las determinaciones culturales del conjunto de la población que inciden y configuran la trama de identidades y los criterios de justificación de las relaciones de intercambio económicas desaparecen completamente. Por eso la causa que interrumpe el proceso es siempre externa, al menos en última instancia, y la imagen de la sociedad que ofrece la representación del cuello de botella económico es la de una ciudadanía inocente, que cae bajo las garras de un programa económico diseñado para beneficiar intereses oscuros. Este aspecto de esa representación parece configurar un claro mecanismo defensivo, que sirve para no interrogarse sobre las concepciones de la justicia y la política que tiene la mayoría de la población en los momentos en los que se implementan políticas regresivas en términos distributivos y se deterioran las bases sociales de la democracia.

Para contrastar con la unilateralidad del diagnóstico anterior vamos a proponer el concepto de “cuello de botella ideológico”, con el cual nos vamos a referir a los límites y las restricciones ideológicas que enfrenta un modelo económico cuando intenta aplicar una política redistributiva consistente y profunda. Vamos a intentar mostrar la utilidad de este concepto a través de un análisis de caso. En este breve ejemplo el centro del problema serán los criterios de justicia distributiva, así como los conflictos en torno a los mismos. El material que vamos a analizar es un recorte de una larga serie de grupos de discusión (focus group) que hemos desarrollado en distintas regiones del país siguiendo el rastro de las restricciones ideológicas que enfrentan en la actualidad los procesos de profundización de la democracia.

Por eso en las discusiones sobre la justicia distributiva no se trata nunca exclusivamente de la defensa de intereses particulares, sino que algo de la “dignidad” social de la identidad de cada uno se pone en juego en esas discusiones

 

2. Predestinación y responsabilidad

Una de las particularidades que encontramos en prácticamente todas las discusiones sobre las concepciones de justicia distributiva es el carácter auto-legitimante de los discursos que surgen en las mismas. Se pueden usar los argumentos más impersonales para justificar los criterios más abstractos de la justicia en el mundo social, pero siempre reaparece la referencia que atestigua que también se trata –y en muchos casos esta es la función fundamental de este tipo de discursos– de legitimar la “posición” de cada uno en ese mundo. Esto es sumamente importante para entender qué es lo que se pone en juego cuando se discuten públicamente concepciones de la justicia distributiva, porque nos confundiríamos si pensáramos que esta auto-referencia se limita a la defensa de intereses económicos ego-céntricos. Lo que vemos es que al exponer las propias concepciones de la justicia se realizan al menos otras dos operaciones: a) por un lado, se exponen las razones aceptadas, o vividas como aceptables, que justifican el “ajuste” entre los individuos y las posiciones que ocupan en la división social del trabajo (estas razones pueden ser muy variadas: capacidades, herencia, talento, “visión”, etc.); b) pero junto con esto viene la reivindicación singular de esa posición, la identificación que cada uno realiza con su lugar social, que impide entonces que se lo considere como algo unilateralmente impuesto, porque cada individuo nos pide que lo tratemos también como el resultado laborioso del tejido de su propia identidad. Por eso en las discusiones sobre la justicia distributiva no se trata nunca exclusivamente de la defensa de intereses particulares, sino que algo de la “dignidad” social de la identidad de cada uno se pone en juego en esas discusiones que parecen seguir sólo el principio abstracto de la generalización que portan los diferentes criterios de justicia.

En uno de los discursos que escuchamos en nuestros grupos de discusión aparecía claramente este juego entre las formas de justificar la desigualdad social válida y los auto-posicionamientos de la propia identidad social. Ante la pregunta: “¿Cómo creen que los ricos hicieron su dinero?” un participante apelaba constantemente a argumentos individualizantes para responsabilizar a cada individuo de su propio destino. Pero estos argumentos preparaban también el terreno para la legitimación pública de su propio camino hacia el éxito económico y el reconocimiento social de su identidad singular. Citaremos in-extenso algunos fragmentos de este participante:

Participante: Yo creo que los que se hicieron ricos o los grandes emprendedores nacen y no se hacen. Más que nada voy por el lado del talento, por la visión que tuvieron. Si bien en alguna parte de su vida pudieron haber hecho el trabajo en negro y demás, yo creo que viene de algo de la visión de la persona. Y tiene que ver con eso, para mí. Porque vos podés estudiar licenciatura en administración, lo que sea, contador; pero me parece que una persona…, mi jefe, por ejemplo, a los veinte años empezó a vender repuestos de moto y hoy tiene semejante fábrica hace veinticinco años, cuando yo estaba naciendo. La visión tiene que ver con el sentido de la persona; y no, por así decirlo, con una persona que estudió o se capacitó para eso que no tiene la misma suerte. No quiero decir “suerte” porque no me gusta la palabra “suerte”, sino la misma visión o capacidad. Es más, todos los genios que tenemos, creo que ninguno tiene título de nada. Entonces…

Lo primero que aparece en este discurso como fundamento de la riqueza, lo que justifica la justicia del “ajuste” entre determinados individuos y la riqueza es la “visión”, entendida como el don de ver y aprovechar oportunidades ahí donde otros no lo hacen. Incorporada desde el discurso del management empresarial, la visión alude a una capacidad de anticipar y planificar el futuro, que no puede aprenderse a través del estudio. Si bien es un don que no se adquiere como resultado del esfuerzo, este discurso no des-responzabiliza a los sujetos que no lo tienen. De ahí la enfática molestia que provoca la palabra suerte, que aquí aparece como opuesta a la definición económica de lo que significa “ser un visionario”. La discusión continuaba así:

Moderador: ¿Por qué no te gusta la palabra “suerte”?

P: Porque me molesta demasiado. Porque me parece que la suerte no va. Las cosas pasan o vos hacés que las cosas pasen, no tenés la suerte de… Porque a mí, por ejemplo, en el trabajo me cuestionaban porque yo me recibí y mis padres me regalaron un auto. Entonces, “yo tuve la suerte de haber estudiado”. Y la verdad que suerte no tuve. Digamos, mis papás se rompieron el culo para bancarme un departamento acá cinco años, y que yo la haya terminado en tiempo y forma. Entonces, no es suerte. La suerte es que vos saques la quiniela y bueno, le pegaste a un número, ahí sí tuviste suerte. Pero me parece que las cosas que pasan, no…

En las dos partes de este discurso la responsabilización individual por el lugar que se ocupa en la escala de desigualdades sociales, asociada a la ideología del emprendedor que se crea a sí mismo, se combina, sin producir crujidos, con argumentos genéticos sobre lo que ya viene dado con el nacimiento en el carácter de los “visionarios”. Visionario se nace y sin embargo los que no lo son parecerían ser responsables por esa falta de visión. Podría decirse que estamos frente a una hiper-responsabilización, que llega incluso a hacer a cada individuo responsable de las cualidades con las que adviene al mundo. En lo abigarrado de este discurso, talento, visión, planificación y voluntad, que son las propiedades individuales que explican las desigualdades, no dependen de ninguna determinación extra-individual, como podrían ser la suerte o los condicionamientos sociales. Pero en esta construcción esas virtudes tampoco son algo que pueda aprenderse con esfuerzo, recordando de este modo a una extraña combinación de elementos culturales que ya Weber analizaba en la historia del “espíritu del capitalismo” (Weber, 1987: 90 y ss.): una creencia en la predestinación (de lo que puede y hará el alma en su vida mundana) que va de la mano de un concepto ampliado de responsabilidad (frente al juicio de Dios). Hay algo de esto en la argumentación de este participante, que transgrede las bases del criterio moderno de justicia (para el que sólo se puede ser responsable de los actos libres), pero expresa con esta contradicción entre la predestinación y la responsabilidad una racionalización de la dureza de los límites de las determinaciones sociales objetivas que separan a los visionarios de los no-visionarios.

Por otro lado, es sintomática la molestia que produce en esta discusión la idea de “suerte”, que amenaza con derribar la justificación del propio lugar en la jerarquía de la desigualdad. De hecho, lo aleatorio de la fortuna disuelve la posibilidad de que haya un criterio de justicia que ordene la escala social y permita justificar los privilegios de clase con los que la persona cuenta. Al mismo tiempo, la suerte des-responsabilizaría a quienes no tienen esos privilegios, mientras que la insistencia en el esfuerzo necesario para acceder a las posiciones privilegiadas permite culpabilizar a los que no lo logran.

Este tipo de responsabilización por el propio destino (que puede ir acompañado de construcciones que explican la predestinación de los que fracasan) aparece como uno de los núcleos culturales del discurso neoliberal contemporáneo, pues permite justificar la precarización de las estructuras sociales de interdependencia que los Estados de bienestar habían fortalecido en la fase anterior del capitalismo. La figura del emprendedor que debe construirse a sí mismo es proyectada como exigencia para todos los individuos, presuponiendo imaginariamente una igualdad en el punto de partida que permite individualizar la responsabilidad. Cuando la riqueza se explica exclusivamente como el resultado de la voluntad o del esfuerzo, se la muestra como disponible para cualquiera, a diferencia del argumento del talento que alude directamente a una diferencia en el punto de partida para explicar la desigualdad social resultante. La presunción de la igualdad en el punto de partida y la accesibilidad de las cualidades para construir la diferencia es un argumento que funciona muy bien para justificar el propio lugar en la escala de desigualdades en términos de merecimiento. El mismo participante lo aclaraba de esta manera:

P: Tiene que ver con la actitud y con las ganas que tiene cada uno. Nuevamente, vuelvo a que depende de la predisposición que tiene cada uno. Si yo me quiero levantar mañana y quiero estar sentado tomando tereré o viendo qué hago…

M: Es como cierta voluntad, digamos.

P: Totalmente. Para mí es voluntario, porque me parece que es fácil sentarte a criticar o decir “ah, no, porque él nació en tal…”. Sí, pero para eso, mi papá tuvo que haber trabajado; y para eso, mi abuelo también trabajó en el campo, y cosecharon e hicieron un montón de cosas. No es que de la nada le vino una casa, le vino un auto; y me parece que está bueno haber progresado…

Como vimos, en el discurso de este participante la igualdad en el punto de partida que su representación quiere mostrar, está interrumpida, sin embargo, por el argumento genético: las cualidades para convertirse en un emprendedor exitoso no son absolutamente accesibles para cualquiera, no se adquieren por el estudio sino que sólo algunos nacen con ellas. Incluso el esfuerzo y la voluntad, que parecerían ser accesibles a todos por igual terminan siendo reconducidos a una “predisposición”, que ahora puede justificar la imposibilidad de construir sociedades más igualitarias, eternizando de ese modo las desigualdades. Esto aparece explícitamente en otro fragmento del discurso del mismo participante.

P: Se hizo un estudio que afirma que si se reparte igualitariamente toda la riqueza del mundo, en dos años los ricos van a seguir siendo ricos, y los pobres van a seguir siendo pobres. Porque es psíquico, para mí. (…) Me parece que es algo actitudinal y psíquico, digamos. Porque la persona que piensa en el mañana, sabe cómo distribuir, por ahí, lo que tiene hoy; y la persona que no… yo veo hoy, no por menospreciar… una persona de menos recursos tiene un teléfono mejor que el mío, por ejemplo. Yo no estoy pensando hoy en comprarme un teléfono y no tener para comer mañana; entonces, me parece que es algo de visión y planificación que tiene que ver con cada uno, digamos.

La referencia al saber científico le agrega algo nuevo a esta justificación de la desigualdad a partir de esa combinación entre esfuerzo y condición genética. Por un lado, busca otorgarle validez en el medio de una discusión. Pero también vuelve a mostrar una evidencia: que los hombres nunca podrían ser iguales. En este fragmento puede leerse una condena moral a quien no “planifica”, que des-responzabiliza a la sociedad y al Estado por los resultados desiguales entre los que tienen esa actitud y los que no. Por eso, no es extraño que el mismo participante estuviera de acuerdo con la siguiente frase que se les propuso para discutir: “El Estado no debería entregar planes de asistencia a los sectores de menores recursos porque con eso se fomenta la vagancia”. Si la predisposición a la vagancia o al esfuerzo es una cuestión dada, todo lo que haga el Estado para modificar la desigualdad social que resulta de esas diferencias individuales es inútil, pues la predisposión se va a terminar imponiendo. Por eso, frente a esa frase se insiste con que se debería hacer un “mejor estudio de la persona, una investigación más concreta para saber si está buscando trabajo, si estudia…” antes de ofrecerle ayuda. Es decir, la igualación que el Estado podría producir es sólo aquella que iguala las posibilidades entre quienes tienen la predisposición natural al esfuerzo; quienes no la tienen parecerían estar descartados para toda ayuda y su posición no privilegiada en la escala de la desigualdad estaría justificada.

La responsabilización por el propio destino aparece como uno de los núcleos culturales del discurso neoliberal contemporáneo, pues permite justificar la precarización de las estructuras sociales de interdependencia

 

3. Biologicismo capitalista.

Entre los modos naturalistas de justificación de la desigualdad, uno que aparece recurrentemente en estos estudios es el que podríamos denominar: “biologicismo capitalista”. En este caso se expande y se le dan nuevas bases al argumento anterior referido a la predestinación individual. La justificación ideológica naturalista piensa al capitalismo como puro orden de fuerzas naturales. Aquí no hay en juego ni políticas sociales, ni moralidades, ni justificaciones que contengan una tonalidad religiosa. Según esta construcción, al igual que en el mundo animal, en el capitalismo la distribución de los lugares y las disposiciones de cada uno dentro de la vida social viene dada por una pura determinación natural de la existencia. En este caso, las posiciones de éxito o de fracaso son justificadas de manera biológica y al padecimiento o al sufrimiento de los individuos se lo explica a partir de la distribución natural de los roles dentro del ecosistema. Lo particular aquí es la forma en que opera la idea de responsabilización, que aparece nuevamente, pero precedida de esta primera distribución que es estrictamente naturalista. El siguiente fragmento, que resume esta posición, surgió en otro grupo de discusión también como respuesta a la pregunta por el origen de la riqueza:

P: Es como la naturaleza. El bicho más grande se come al otro, ¿entendés? Es así, una cosa natural y que el humano… ¿Qué pasa? Tenemos raciocinio; y entonces, aunque seas más chiquito, si tenés habilidad, por lo menos rajá. Y que el otro no te coma. A ver. En la naturaleza vos tenés el animal que es el predador que para sobrevivir, se come al otro.

M: Y acá, en este ejemplo, ¿cuál sería?

P: El ejemplo es que los ricos son los predadores, digamos. Y que los pececitos…

Participante 2: ¡Pero el predador come para sobrevivir, no come para acumular!

P: No, no. Escuchá… porque, a diferencia de la naturaleza, las personas tenemos razón. Y tenemos la posibilidad de, a pesar de ser pescaditos, aprender habilidades o cuestiones como para zafar del tiburón. No sé si me entienden.

M: O sea que hay algunos que pueden llegar a ser ricos por otra cosa, digamos.

P: Yo creo que todos. El tema es que algunos tienen la convicción de que van a morir pescados, morfados por algo; y hay otros que pueden superar esa barrera y que yo creo… yo soy romántica, pero creo en el ser humano y en que se puede alcanzar un ideal. 

Los responsabilización individual presentada anteriormente, se enlaza aquí con una distribución previa y natural de los lugares a ocupar en la sociedad. Es la “posición natural” de cada individuo la que define nuestro primer posicionamiento en la estructura social. En un segundo momento, aparece el sujeto y las estrategias de adaptación o resistencia instrumental qa este primera condición. En palabras del participante:

M: Ahora, el tiburón es naturalmente –vos lo pusiste así– depredador. ¿Cómo ponés a los ricos en esa comparación?

P: Tienen una información hasta genética, te diría. Si vos naciste con un… que ya tenés un antepasado, tus padres han tenido dinero y ya vienen con cierta habilidad… En otra época era el tema de la nobleza, la sangre y bla bla. Hasta que un grupo de gente dijo “que caiga toda esa estructura, yo tengo más habilidad para hacer dinero” y chau los títulos de nobleza, y guillotina (…). Como la revolución francesa. Pero…

M: Pero lo genético lo seguís viendo acá. ¿Lo genético hereditario?

P: En el qué hacés. No elegimos dónde nacemos ni cómo llamarnos, pero sí podemos elegir qué hacer con eso. Y ahí es donde voy al tema de la educación y de eso, de la educación…

Al final de la intervención del participante, aparece un elemento clave en relación a la idea de responsabilización. La educación forma parte de las estrategias para amortiguar las diferencias naturales. La manera que tiene el que no nace con la “genética de la riqueza” de lograr algún tipo de cambio en su posicionamiento social, ese margen siempre menor, aparece bajo la idea de educación. Ésta, aparece recurrentemente como estrategia privilegiada para atenuar esta desigualdad originaria, como estrategia de igualación. Nuevamente, como mostró Adorno en su trabajo sobre la personalidad autoritaria (Adorno, 2008: 407-409), el ideal de educativo aparece como racionalización de los privilegios sociales. Una de las maneras de evadir la discusión y legitimar las diferencias es la adopción de la posición según la cual con mayor educación se resolverían todas las contradicciones sociales. La exaltación y la esperanza puesta exclusivamente en la educación funciona como un instrumento para prevenir cualquier cambio social igualitario.

Según la construcción del “biologicismo capitalista”, al igual que en el mundo animal, en el capitalismo la distribución de los lugares y las disposiciones de cada uno dentro de la vida social viene dada por una pura determinación natural de la existencia

 

4. Una tipología de las ideologías sobre la desigualdad.

Las dos estructuras discursivas en las que nos hemos detenido no representan, evidentemente, la totalidad de los discursos que circulan actualmente sobre los problemas de la justicia distributiva, ni traducen la posición mayoritaria que hemos recogido en nuestro trabajo de campo. Sin embargo, las hemos destacado porque muestran una trama cultural consistente, que se expande con fuerza desde hace ya algunos años y que se contrapone directamente con cualquier política económica que dependa o pretenda instituir una distribución más igualitaria de los ingresos y la riqueza. Cuando analizamos el conjunto del material identificamos cuatro tipos de relatos sobre la desigualdad, susceptibles de ser distinguidos (aunque en ellos se entremezclen argumentos de uno y otro): auto-determinación, herencia, azar y violencia. No se trata entonces de explicaciones que encadenen causas y fundamentos en teorías sociales coherentes y complejas sino más bien de motivos discursivos que pueden agruparse como núcleos argumentales distintos.

No podemos detenernos aquí en el análisis de esta tipología, trabajo necesario para avanzar hacia el desanudamiento de esos núcleos que producen el bloqueo ideológico que aquí identificamos como un límite para los procesos de redistribución. Como hemos mostrado en los fragmentos presentados, la herencia (ya sea social o biológica) apareció tanto explícita como implícitamente como un modo individualizante de justificar la desigualdad. Este tipo de discursos no ve determinaciones estructurales de los posicionamientos en el orden social porque reconstruye la historia de los privilegios en términos individuales. Paradójicamente, la auto-determinación, entendida como la capacidad de construirse a así mismo y al propio destino, gracias a  valores como el esfuerzo, la voluntad o la visión, se enlazó en más de una ocasión con el determinismo hereditario. En uno de los fragmentos citados aquí esta justificación de las posiciones desiguales se contraponía con el argumento de la suerte que otros participantes trajeron en ese mismo grupo y en otros. La justicia del azar des-responsabiliza a la sociedad por las desigualdades pero también a los individuos que parecerían no poder hacer nada para revertir su suerte. Por eso, se trata de un motivo que es utilizado tanto para criticar la individualización de la responsabilidad en el neoliberalismo como para justificar posiciones de privilegio. Por último, también aparecieron discursos que no justifican la desigualdad sino que la explican señalando la violencia que está siempre implicada en su producción.

Muchas de estas justificaciones de las desigualdades, que están expandidas entre las diferentes clases sociales, construyen un auténtico cuello de botella ideológico, que pone un límite intraspasable a cualquier política de igualación social. Para poner sólo un ejemplo, sabemos que las estrategias políticas neo-keynesianas dependen de la existencia de agentes económicos que actúan como sujetos racionales y utilitaristas, que son capaces de dilucidar, en un contexto económico lleno de incertidumbres, cuáles son sus intereses ego-céntricos y de qué manera éstos dependen de la existencia de un Estado redistributivo capaz de ampliar las bases de la demanda efectiva de la economía. Pues bien, lo que muestra el cuello de botella ideológico es que esta presuposición de esa teoría económica es políticamente discutible y culturalmente falsa. No existen “naturalmente” en las economías modernas sujetos que actúan exclusivamente siguiendo una orientación racional-utilitarista, y esto se ve con mucha claridad precisamente en las discusiones sobre las políticas redistributivas, que son un insumo básico para el neo-keynesianismo. El éxito de esas políticas se encuentra limitado de antemano cuando se asume que hay una desigualdad social que no podría ser cuestionada, ya sea porque existe una especie de predestinación moral o una naturaleza biológica desigual que vuelven inútiles ese tipo de políticas. En este caso, antes de poder plantear los objetivos “racionales” de esa política económica habría que superar o poner en discusión las formaciones ideológicas que funcionan como auténticos cuellos de botella culturales para ese tipo de políticas redistributivas democráticas.

 

Bibliografía:

  • Adorno, T., (2008): Estudios sobre la personalidad autoritaria en Escritos sociológicos II, Akal, Madrid.
  • Weber, M., (1987): La ética protestante y el espíritu del capitalismo en Ensayos sobre sociología de la religión, Taurus, Madrid.

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