De la fragmentación asimétrica a la polarización asimétrica

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De la fragmentación asimétrica a la polarización asimétrica


Por: Sebastián Mauro
Tramas fragmentacion De la fragmentación asimétrica a la polarización asimétrica  Revista Tramas

El escrutinio de la primera vuelta presidencial en Brasil permitió tomar dimensión del nivel de polarización política que atraviesan las democracias contemporáneas: 91% de los votos afirmativos se repartieron entre la coalición centrista liderada por el ex presidente Lula, y la alianza de extrema derecha liderada por el actual presidente Bolsonaro. En Argentina, dos años antes, las candidaturas presidenciales del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio aglutinaron casi el 89% de los votos positivos, concentración sólo superada por la elección de 1983, y comparable sólo con las de 1989 y 1999. Muchos análisis poselectorales explicaron la fuerte concentración del voto entre Fernández y Macri en términos puramente locales, y saludaron el retorno del tradicional sistema bipartidista, reconvertido en un bicoalicionalismo.

El retorno a un bipartidismo renovado significaba, desde esta perspectiva, el cierre de la fragmentación desordenada del período abierto en 2001, signada por el derrumbe de la mitad no peronista del sistema político, tal como lo había señalado Juan Carlos Torre en un artículo publicado en 2003. En 2003, pasado el momento más agudo de la crisis, mientras que el peronismo supo reconstruir un liderazgo nacional desde el vértice del gobierno, el radicalismo profundizó la declinante trayectoria que había iniciado en los 90, sin que otras fuerzas políticas lograran ocupar su lugar como representantes del polo no peronista. De este modo, el sistema político del período 2003-2015 mostraba una fragmentación asimétrica: de un lado, el kirchnerismo reconstruyó una sólida identidad peronista con anclaje en todo el territorio nacional, mientras que del otro, los electores no peronistas se encontraban en estado de orfandad.

Juan Carlos Torre acertaba en la caracterización de una crisis segmentada de la representación política, pero no podía prever un proceso que se desarrollaría dentro del universo peronista (del que el propio autor tomó nota en un artículo posterior): la fractura del propio polo peronista, como reacción al liderazgo movimentista de los Kirchner. Durante el período 2003-2013 emergieron distintas disidencias peronistas en las provincias, que fracasaron durante diez años en constituirse en una fuerza nacional e incluso tuvieron resultados dispares en la tarea de consolidarse en cada territorio. Dos ejemplos polares: mientras que en Salta Juan Carlos Romero fue desplazado por Urtubey (quien en 2007 representaba la renovación kirchnerista), en Córdoba las figuras disidentes de José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti se fortalecieron.

El macrismo supo leer tempranamente las características de esta coyuntura: primero se enfocó en conquistar un distrito mayoritariamente no peronista, y desde allí tejió alianzas con los distintos peronismos disidentes. Cuando dicha estrategia se acercaba a dar frutos, los peronismos disidentes se alinearon detrás de una facción del peronismo bonaerense recientemente alejada del kirchnerismo, formando el Frente Renovador. La reacción del macrismo fue continuar su estrategia de nacionalización pero aliándose a la otra fuerza política con anclaje territorial disponible, el radicalismo. En un plazo de dos semanas Mauricio Macri pasó de inaugurar una estatua en homenaje a Juan Domingo Perón en la Ciudad de Buenos Aires, a denunciar los males de 70 años de peronismo.

El triunfo nacional del macrismo habilitó distintos análisis sobre la transformación del peronismo. Mientras que el polo no peronista volvía a unificarse y a representar a los otrora huérfanos, se esperaba que el peronismo atravesara un período de disputa interna para definir un nuevo liderazgo en clave poskirchnerista. La estrategia de convivencia con el oficialismo, ensayada por el Frente Renovador y otros actores menores, encontró un límite con el tratamiento de la reforma previsional. Algunos analistas verían entonces la respuesta a la expectativa de renovación peronista en la “liga de gobernadores peronistas”, una figura mítica invocada durante cada presidencia no peronista. Estas expectativas se frustraron rápidamente: apenas seis días después del triunfo de Juan Schiaretti en las elecciones cordobesas (clímax del devenir federalista), Cristina Fernández definió la reunificación peronista bajo el Frente de Todos posteando un video en sus redes sociales.

Cristina Fernández sepultó las expectativas de un peronismo poskirchnerista y al mismo tiempo inauguró un giro hacia la moderación, con el objetivo de convocar a las diferentes líneas del peronismo (tanto entre las estructuras partidarias como entre el electorado). Si hubo concentración bipartidista en 2019 fue gracias a dicha estrategia, similar (al menos en su vocación centrista) a la ensayada por Lula en el ciclo electoral vigente.

Por el contrario, Juntos por el Cambio encaró la campaña electoral presidencial profundizando sus rasgos identitarios, y aunque Mauricio Macri fue el primer presidente argentino en competir y no lograr su reelección, no es tan simple concluir que su estrategia fue un fracaso. Atravesando una profunda crisis económica desde hacía más de un año, Juntos por el Cambio perdió votos en casi todas las elecciones subnacionales de 2019 (de hecho, perdió el control de la Provincia de Buenos Aires). Sin embargo, el propio Macri incrementó su caudal electoral, si se compara la primera vuelta de 2019 con la de 2015.

Si al kirchnerismo le resultó útil la estrategia de moderar su discurso para ampliar la coalición y así ganar en primera vuelta, al macrismo le podría resultar útil radicalizar el suyo para encarar la nueva etapa como oposición.

Así llegamos al período contemporáneo. Frente a los enormes desafíos de la crisis económica y sanitaria, la moderación del Frente de Todos pasó de ser un capital político útil a un demérito cuestionado por la propia Cristina Fernández. Del otro lado, la radicalización del discurso comenzó a volverse redituable en el contexto del agotamiento social por la pandemia y sus efectos. En un breve período de tiempo, el polo peronista del espectro político se inclinó a la moderación, mientras que el polo no peronista pasó de la fragmentación a la radicalización.

Con todo, la estructura bipartidista de la competencia política subsistió las elecciones legislativas de 2021: la suma de las dos coaliciones nacionales superó los dos tercios de los votos positivos en el país, una proporción similar a la que obtuvieron Cambiemos, el Frente para la Victoria y los peronismos filokirchneristas provinciales en 2017.

¿El contexto contemporáneo es el resultado inexorable de un sistema que se cierra en el bipartidismo reactualizado, o es la manifestación local de un fenómeno global de polarización política? La descripción ensayada en las líneas precedentes nos permite identificar que ambas alternativas adolecen del mismo problema: tanto la hipótesis de la tendencia bipartidista de nuestro sistema político como la tesis de una ola global de derechas radicales omite que los procesos políticos dependen de la agencia de sus protagonistas. Es más relevante preguntarse, entonces, qué incentivos tienen los actores para seguir el juego de la polarización asimétrica y con qué recursos cuentan para implementar estrategias alternativas.

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