El poder de los afectos en la política

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Reseñas

El poder de los afectos en la política


Por: Equipo Editorial
Tramas poder-de-los-afectos-portada-1 El poder de los afectos en la política  Revista Tramas

Hacia una revolución democrática y verde

Contra la ofensiva neoliberal, Chantal Mouffe propone construir una nueva narrativa, un mito que, haciéndose eco de las demandas más urgentes, trace el camino para pasar de la ira a la esperanza y, desde allí, articular luchas sociopolíticas y ecológicas en una dirección progresista.

La esperanza es un estado emocional, y la política democrática tiene que desvelar nuevas esperanzas allí donde parecen haberse agotado.

La crisis económica, social y climática que se agudizó con la pandemia evidenció de manera descarnada la vulnerabilidad de vastos sectores sociales que reclamaban/deseaban seguridad y protección. La insatisfacción de estas demandas generó enojo, decepción y resentimiento.

La autora sostiene que las derechas han sabido canalizar políticamente estos sentimientos logrando atraer hacia planteos autoritarios, alimentando la indignación, la frustración. Identificaron más tempranamente que los progresismos la importancia de la dimensión afectiva o emocional para decidir las preferencias y adhesiones políticas.

Se pregunta como redefinir el proyecto democrático para que vuelva a movilizar mayorías tras la concreción de la justicia social y la preservación del planeta. La respuesta -dice- no la hallaremos sólo en argumentaciones racionales, en las “buenas ideas”, hay que apelar a la dimensión afectiva para recrear un afecto común.

“La búsqueda de un ideal de racionalidad libre de afectos – que constituye el objetivo de gran parte de la teoría política democrática-, además de ser una empresa teórica contraproducente, tiene consecuencias desastrosas cuando se la adopta como guía de la práctica política.” (Pag. 63)

No contribuye a ampliar adhesiones suponer que los votantes de partidos de derecha están tomados por el odio, la homofobia, el racismo o que tienen una especie de enfermedad moral que los vuelve irrecuperables. El desafío es intentar comprender por qué la gente se ve atraída por los planteos autoritarios.

 

 “Puesto que los hombres son guiados más por el afecto que por la razón, se sigue que una multitud no quiere ser guiada por el dictado de la razón, sino que quiere estar de acuerdo naturalmente en algún afecto común.” (Spinoza, Tratado político, VI.1)

 

Mauffe remite a Freud y a Spinoza para fundamentar el poder de los afectos en la política destacando la afinidad de las nociones de libido y conatus. En este sentido ambos pensadores sostienen que es el deseo lo que lleva a actuar a las personas y son los afectos los que las hacen actuar de determinada manera.

Así, para que las ideas adquieran poder, es necesario que conecten con las personas en la dimensión afectiva, impulsándolas a desear algo y actuar en consecuencia.

Tal como destaca Fréderic Lordon en “Les affects de la politique”: la búsqueda de la práctica política es producir ideas con poder de afectar. Por ello, “…no es un asunto de ideas sino de producción de ideas afectantes.”

“La convicción de que solo deben utilizarse argumentos racionales, y de que hay que evitar apelar a los afectos, conduce a políticas con las que la gente no se identifica porque no reconoce en ellas sus propios problemas, frustraciones y demandas. La izquierda invierte mucha energía en la elaboración de programas y la enumeración de las maravillosas políticas que implementará cuando llegue al poder. Sin embargo, nunca se plantea cómo llegar allí, cómo llevar a la gente a desear esas políticas, como si las buenas políticas bastaran para generar adhesión de manera automática, sin necesidad de activar la dimensión afectiva que producirá la identificación e impulsará el compromiso político. Las políticas que se niegan a abordar esos afectos tienen pocas probabilidades de tener repercusión en la gente. (Pág. 58)

 

En este último libro Chantal Mouffe interpela intensamente a los movimientos y partidos progresistas o de izquierda, a los cuales observa demasiado apegados a los argumentos racionales, demasiado confiados casi exclusivamente en las grandes causas que persiguen, dejando de hacer foco en las preocupaciones más inmediatas de la gente de a pie, de la gente común: la inflación, la inseguridad, el miedo a perder el trabajo…. a quedar a la intemperie. Temas que -señala la autora- producen angustia y consecuentemente movilizan afectivamente.

Sostiene que es necesario que la política progresista reconozca la legitimidad de las emociones, que no es suficiente hablar en abstracto de planes para el futuro, sino que es imprescindible conmover, interpelar desde los afectos.

 Las emociones -destaca- no son de izquierdas o de derechas. En algún sentido hirschmaniano expresa implícitamente una reivindicación de las pasiones por sobre los intereses.

Resulta imperativo comunicar afectivamente, reconectar emocionalmente con las subjetividades fragmentadas para llegar a -o construir- las mayorías populares necesarias a fin de que no signan ganando espacio las derechas.

En síntesis, la obra comporta un de alerta fundado pero también un esperanzador llamado a la acción para los progresismos.

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