Conversando con Martín D’Alessandro

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Conversando con Martín D’Alessandro

El riesgo democrático en perspectiva transversal y los desafíos que representan las elecciones para la Argentina actual


Por: Juliana González Jáuregui
Tramas Martín-DAlessandro Conversando con Martín D’Alessandro  Revista Tramas

En las entrevistas publicadas en Revista Tramas a lo largo de 2018, se analizó la situación de incertidumbre que caracteriza al contexto internacional actual, al igual que sus implicancias para América Latina, en general, y para la Argentina, en particular. En esta oportunidad, el énfasis recae sobre los riesgos que están enfrentando los sistemas democráticos a escala global, regional y nacional. El enfoque que se realiza desde la Ciencia Política al respecto resulta no sólo necesario, sino pertinente, para interpretar lo que está aconteciendo y trazar, si se quiere, un camino de construcción hacia el futuro. 

Martín D’Alessandro es un referente del campo de la Ciencia Política y tuvo la deferencia de responder a mis preguntas sobre ese y otros temas que hacen a la coyuntura actual. Martín se licenció en Ciencia Política, obtuvo el grado de Magíster en Investigación en Ciencias Sociales y, luego, se doctoró en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente, se desempeña como profesor de Ciencia Política en esa casa de estudios y como presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político. Asimismo, es investigador del CONICET y del Instituto de Investigaciones “Gino Germani” de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ha sido profesor de grado y posgrado en la Universidad de San Andrés, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), la Universidad Torcuato Di Tella y la Universidad Nacional de San Martín. Entre sus temas de interés se destacan la representación política, los partidos políticos, el liderazgo político y las campañas electorales.

  Para dar inicio a nuestra conversación quise remitirme a una afirmación que ha sostenido en varias oportunidades: en contraposición a una creencia generalizada, no estamos frente a una “crisis de representación” y de los liderazgos democráticos, sino que la estabilidad del sistema democrático está en riesgo. Frente a ese argumento, le pedí que realizara un análisis transversal, que incluyera el nivel internacional, regional y nacional.

…no creo que estemos frente a una crisis que signifique el fin de la representación

  Al momento de identificar las diferencias del riesgo democrático actual a escala internacional, Martín expresó: “En efecto, no creo que estemos frente a una crisis que signifique el fin de la representación, pero parece empezar a haber cambios más sustantivos, incluso que los descritos por Bernard Manin hace veinticinco años. Todos los riesgos que tenemos a la vista, de alguna forma, son conocidos por la Ciencia Política, pero ahora están tomando nuevos formatos y nuevos caminos. A mi criterio, el mayor riesgo actual de la democracia no es tanto su estancamiento como su reversión (para no mencionar, por supuesto, su colapso o su quiebre clásicos). Este riesgo, me parece, está generando mucho malestar y revisiones entre los especialistas que, respecto de este tema, eran bastante más optimistas hace unos diez años”.

…el mayor riesgo actual de la democracia no es tanto su estancamiento como su reversión

  Los cambios que están sucediendo significan un desafío para los politólogos, en términos de interpretación y posterior categorización, desde la Ciencia Política, de qué es y qué implica ese “nuevo” riesgo a escala global. Sobre ese reto, Martín reanudó su análisis destacando que: “Hay países que no son plenamente democráticos (o no lo fueron en algún momento de su historia), y los politólogos ya teníamos, para estos casos, buenas clasificaciones posibles (por ejemplo, los conceptos de semidemocracias, regímenes híbridos, o autoritarismos competitivos) y marcos teóricos para entender (e incluso ayudar a impulsar) procesos de transición hacia la democracia, o al menos hacia regímenes más democráticos. Adicionalmente, las últimas décadas conocieron un desarrollo muy fuerte del enfoque acerca de la calidad de la democracia, generando muchísimo conocimiento teórico y empírico sobre toda la ingeniería política y social que mejora el cumplimiento de principios democráticos y constitucionales. Pero ahora estamos viendo el desarrollo de abordajes que tratan de entender problemas democráticos incluso en países con democracias estables que considerábamos consolidadas, o bastante consolidadas, lo cual ayuda a entender la verdadera dimensión del problema. En general, a escala global denominan a estos fenómenos nuevos ‘populismos’, pero creo que esto ocurre a falta de etiquetas o desarrollos más precisos. Ya es común nombrar los rasgos claramente autoritarios en Rusia, Turquía o Hungría, pero probablemente lo más sorprendente y novedoso sea el caso de Estados Unidos”.
  En esa línea, prosiguió: “El año pasado los politólogos de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron el libro Cómo mueren las democracias. Tanto el título del libro como su amplia repercusión son un síntoma de lo anterior, y allí señalan el desgaste de importantísimas normas democráticas (algunas no escritas, pero fundamentales), como la tolerancia mutua entre los competidores en las elecciones, el aislamiento de los extremistas por parte de las dirigencias partidarias, el autocontrol republicano de los líderes de no transgredir el sentido común constitucional, o la valorización de las libertades civiles incluso de los medios de prensa. En resumen, se está prestando más atención a riesgos que ya eran conocidos por la Ciencia Política, porque ya sabíamos que la concentración del poder, la debilidad de los controles y todo lo que contribuye a la polarización política representaban riesgos importantes para la democracia”.
  Estamos, entonces, frente a un riesgo que dista de resultar inédito, pero que necesita ser interpretado a partir de los nuevos caminos y formatos que está tomando. ¿Qué está aconteciendo, en esos términos, en América Latina? Al respecto, invité a Martín a realizar un análisis sobre el caso venezolano, que considerara los sucesos ocurridos en los últimos años con Nicolás Maduro, pero también a partir de la reciente autoproclamación de Guaidó. Asimismo, le pedí que reflexionara respecto al caso brasilero con la llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia.  

América Latina es un escenario complejo y, a la vez, interesante, de procesos que refieren tanto a la pérdida de calidad democrática como a su muerte lisa y llana.

  En su análisis, Martín retomó la respuesta anterior y afirmó que: “Desde hace unos diez años, la Ciencia Política está ante lo que podría ser una reorientación en el paradigma de la teoría democrática que se caracterizaba por los trabajos sobre quiebre-transición-consolidación-calidad. En América Latina se han empezado a observar este tipo de fenómenos de reversión, reversión potencial o colapso, que se montan sobre deficiencias democráticas más antiguas. Más allá de la discusión, también ahora parcialmente reflotada, sobre si estos ‘déficits’ democráticos son producto de un tipo de cultura política o de deficiencias institucionales, América Latina es un escenario complejo y, a la vez, interesante, de procesos que refieren tanto a la pérdida de calidad democrática como a su muerte lisa y llana. El caso de Venezuela es uno de transición hacia el autoritarismo: un partido y unos gobernantes que fueron electos en marcos democráticos subvierten la democracia generando, primero, un régimen híbrido y, luego, uno autoritario. En ese escenario, todas las alternativas para regresar a la democracia me parecen alentadoras. Juan Guaidó tiene, además de buenos argumentos legales, la oportunidad de generar una salida democrática para el país. Desde ya que será traumática y difícil, pero espero que pueda ser aprovechada. En cambio, en el caso de Brasil, creo que todavía es temprano para pensar con bases sólidas en un proceso equivalente. Varios presidentes de la región han sido y son una amenaza para la democracia, y Bolsonaro también los es en varios sentidos. Pero creo que no es mucho lo que pueda decirse hasta el momento”.
  En aras de ahondar sobre el tema, le comenté que, en este número, también saldría publicada la entrevista a Marcelo Leiras, quien, cuando hablamos de Venezuela, afirmó que es un claro ejemplo de la importancia que posee el orden constitucional, no sólo como recurso valioso, sino como camino preferible a seguir. Le pedí a Martín que me diera su opinión al respecto.
  Ante mi consulta, no sólo expuso que coincidía con Marcelo Leiras, sino que profundizó las razones por las que entiende que lo que ocurra en el futuro cercano serán determinantes para Venezuela: “Estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación, por supuesto. Pero eso también abre una serie de problemas políticos, porque en términos del realismo político, probablemente esa no sea la mejor opción para varios actores políticos del régimen actual, que han cometido muchos crímenes graves que, en el mejor de los escenarios, deberían ser juzgados. El regreso a la vigencia plena de un orden constitucional probablemente llevará a denuncias y someterá al país a los clásicos, y bien estudiados, problemas de la justicia transicional. De allí que la sofisticación política e intelectual de Guaidó, de las elites que lo apoyan y de los países vecinos, sea crucial en este momento”.
  De acuerdo con el análisis transversal que le había propuesto, y una vez establecidos los puntos más relevantes de la coyuntura global y regional, era momento de abordar la Argentina. Quise preguntarle acerca de la influencia que posee en nuestro país lo que acontece a nivel internacional y en Latinoamérica, en términos de riesgo democrático. Asimismo, le consulté sobre las características propiamente “argentinas” de ese riesgo y sus principales determinantes.
  Martín reflexionó, primero, sobre las influencias internacionales, y destacó: “Por supuesto, en un mundo globalizado son múltiples los canales de influencia del nivel internacional sobre la política y la economía domésticas, sobre todo en un país poco relevante y muy dependiente como la Argentina. En el sentido mencionado, el contexto global de hoy determina que, en casi en ninguna democracia del mundo, los representados sienten que sus representantes estén promoviendo la voluntad popular, que es la base de todo el sistema. Además, los partidos políticos están perdiendo, desde hace tiempo, la capacidad de articular y combinar las preferencias de los ciudadanos, que cada vez participan menos, salvo a través de movimientos de protesta episódicos e informales. Y la democracia no está dando los resultados esperados sobre una cantidad importante de temas como las guerras, el terrorismo, el deterioro ambiental, las migraciones, una redistribución de la riqueza aceptable o la corrupción. Ese clima global también está presente y es preocupante”.

… el contexto global de hoy determina que, en casi en ninguna democracia del mundo, los representados sienten que sus representantes estén promoviendo la voluntad popular, que es la base de todo el sistema. Además, los partidos políticos están perdiendo, desde hace tiempo, la capacidad de articular y combinar las preferencias de los ciudadanos

  En cuanto a las influencias de la región, y los rasgos propiamente “argentinos” del fenómeno, aseveró: “Los países latinoamericanos comparten, obviamente, muchas características políticas y económicas, y hubo momentos de mucha influencia sobre la Argentina: la buena sintonía política entre los gobiernos que formaron parte de lo que se llamó ‘el giro a la izquierda’ también cumplió un papel. En particular, la fuerte impronta nacionalista, regionalista, antiimperialista y económica del Chavismo generó, asimismo, en cierta medida, un efecto contagio y un clima de época regional. Pero, por supuesto, los fenómenos políticos nunca son monocausales y los factores domésticos son determinantes. La Argentina tiene una larga tradición de poca valoración de la democracia política y el orden constitucional, y de tolerancia a los excesos y/o abusos de poder por parte de los gobernantes que, sumado a los muy pobres resultados políticos que los sucesivos gobiernos han conseguido, conforman un cóctel explosivo que podría ser muy dañino para la democracia”.
  En sintonía con sus reflexiones sobre las causas del riesgo democrático en la Argentina, lo llamé a realizar un análisis histórico desde la recuperación de la democracia en 1983 en adelante. Al respecto, le pedí que hiciera observaciones no sólo sobre el compromiso democrático conforme pasó el tiempo, sino también sobre las implicancias que han tenido, para el sistema político de nuestro país, las experiencias de Menem, y la del Kirchnerismo. Acto seguido, le consulté, en los mismos términos, su opinión acerca del gobierno actual. 

La Argentina tiene una larga tradición de poca valoración de la democracia política y el orden constitucional, y de tolerancia a los excesos y/o abusos de poder por parte de los gobernantes que, sumado a los muy pobres resultados políticos que los sucesivos gobiernos han conseguido, conforman un cóctel explosivo que podría ser muy dañino para la democracia”.

  Sus reflexiones fueron claras y contundentes: “La explicitación de todos estos problemas en el caso argentino debilitan la idea de que 1983 fue un parteaguas en todo sentido. Antes de 1983, el compromiso con la democracia era muy limitado y fragmentado: no todos los ciudadanos ni los actores políticos creían en la superioridad de la democracia. Si bien las convicciones democráticas aumentaron sensiblemente con la transición, luego, la administración Menem privilegió los resultados sobre las formas, y las administraciones Kirchner desplegaron además un relato que incluía erosiones de las instituciones representativas, de las instituciones y organismos de control, de los contrincantes y del valor de la tolerancia. Es cierto que todo eso no alcanzó para convertir al régimen en híbrido o autoritario, y que la experiencia kirchnerista dinamizó el compromiso político en muchos sectores, pero los riesgos democráticos aumentaron sensiblemente en los últimos quince años. En estas dimensiones de su actuación, si bien ha tenido sus deslices, el actual gobierno no parece tener una concepción que esté en tensión con esa concepción constitucional de la democracia”.
  A esta altura de nuestra conversación, dejamos atrás el análisis sobre riesgo democrático y ahondamos en las múltiples dimensiones que están implícitas a la hora de examinar a la Argentina del presente. En base a los diversos sucesos que acontecieron en el aspecto económico, pero también en el político y el social en 2018, le propuse abordar un problema que ya resulta histórico en nuestro país: el desequilibrio macroeconómico y la inflación, junto con la inestabilidad política, que contribuyen a la imposibilidad de encarar un sendero de desarrollo. Le pregunté, desde su perspectiva, qué considera ineludible revisar en ese sentido y, en esa revisión, qué papel le cabe al Estado y cuál al sector empresario.
  La respuesta de Martín no se hizo esperar: “Hay que revisar casi todo, porque fallaron todas las recetas que perseguían un desarrollo capitalista estable. Y esto fue así en parte porque en nuestro país la relación entre el Estado y el empresariado siempre fue confusa y opaca. El primero, exagerando sus incursiones

… la política casi nunca generó las condiciones de confianza para un capitalismo de riesgo y competitivo, y la clase capitalista casi siempre prefirió conseguir privilegios y rentas garantizadas en mercados controlados

sobre las ganancias del segundo, y el segundo, capturando al primero para buscar rentas sectoriales por encima de la capacidad productiva del sistema. En otras palabras, la política casi nunca generó las condiciones de confianza para un capitalismo de riesgo y competitivo, y la clase capitalista casi siempre prefirió conseguir privilegios y rentas garantizadas en mercados controlados. El resultado conjunto de esos múltiples atajos son altísimos costos sociales en términos de productividad, generación de riqueza, redistribución y calidad de vida de la inmensa mayoría de los habitantes. A pesar de las excusas de unos y otros, esa connivencia hizo imposible la inversión y el crecimiento en serio. Los consecuentes períodos de desequilibrios e inflación, así como los sucesivos intentos de estabilización económica, contribuyeron a la inestabilidad política y a la retroalimentación de nuestra imposibilidad de desarrollo sostenido”.
  Nuestro diálogo acerca de las dificultades de la Argentina para encontrar el camino del desarrollo me recordó la entrevista que le realicé a Peter Evans el año pasado. Le hice saber a Martín que, cuando Peter reflexionó acerca de las razones que han impedido que la Argentina lograra convertirse un Estado desarrollista, destacó las conductas predatorias en ámbitos estatales, y de parte del sector privado también. En esa línea, le pedí a Martín que analizara los anuncios del actual gobierno, durante la campaña electoral y, una vez ganadas las elecciones, durante su gestión, respecto al compromiso de desactivar esa tradición histórica; compromiso que aún no ha conseguido.
  Una vez formulada mi pregunta, Martín sostuvo que: “Creo que el actual gobierno tiene una gran reticencia a pensar que los problemas son complejos, y que esa dificultad lo llevó a creer que, con sentido común, y algo de buen management, se resolverían los problemas. Pero el gobierno, y la Argentina en general, todavía se deben una pregunta más profunda: ¿con qué modelo capitalista piensa encarar su desarrollo? En otras palabras, ¿con qué capital, qué inversiones y, sobre todo, con qué burguesía sería posible para el actual gobierno (o los próximos) diseñar un proyecto de desarrollo? Alfonsín pensó en los ‘capitanes’ de la industria doméstica, Menem en los grandes grupos económicos internacionalizados, y los Kirchner en el capitalismo de amigos y el consumo. Sobre el telón de fondo de todos esos fracasos en lograr el desarrollo, hoy ni el actual gobierno, ni ningún actor de la oposición, tienen una idea sofisticada sobre el punto. No tiene un modelo la oposición, que no logra superar el conjunto errático y disperso de políticas típico del Kirchnerismo, ni tampoco lo tiene el gobierno, que a pesar de sus triunfos electorales no logra proyectar un horizonte a mediano plazo ni definir un contorno del país que desea”.

… el gobierno, y la Argentina en general, todavía se deben una pregunta más profunda: ¿con qué modelo capitalista piensa encarar su desarrollo? En otras palabras, ¿con qué capital, qué inversiones y, sobre todo, con qué burguesía sería posible para el actual gobierno (o los próximos) diseñar un proyecto de desarrollo?

  En consonancia con el proyecto de país que la Argentina precisa definir, pero no ha logrado determinar, ameritaba conversar acerca del año electoral que se avecina. Evoqué un artículo que Martín escribió para el diario La Nación en septiembre de 2017, titulado “La Argentina, frente a un cambio de época”; allí afirmaba que la construcción de una coalición presidencial competitiva es un trabajo complejo que, en ese momento, era erróneo sostener que sucedería de forma inevitable en 2019. Ahora que esa situación está pronta a definirse, quise preguntarle acerca de las posibilidades de que esa construcción ocurra, hacia adentro de Cambiemos, y hacia afuera, y sobre el rol que le cabe a una oposición fragmentada en ese contexto. Le aclaré que, en esa última pregunta, no sólo me refería a la situación que vive el Peronismo, sino también a la Unión Cívica Radical.
  Su respuesta fue clara, en términos de cuáles son los escenarios que están definidos, y cuáles los que, a ocho meses de las elecciones presidenciales, restan por precisarse: “Es cierto que en la política argentina a veces suceden muchas cosas a una velocidad inusitada, pero la fragmentación de la oposición hasta el momento es efectivamente un síntoma de lo complejo que es ofrecer una alternativa competitiva. Cambiemos ya tiene la coalición presidencial (y la coalición electoral, claro) armada.

Es cierto que en la política argentina a veces suceden muchas cosas a una velocidad inusitada, pero la fragmentación de la oposición hasta el momento es efectivamente un síntoma de lo complejo que es ofrecer una alternativa competitiva.

Es un espacio que parece ser relativamente sólido, que tiene recursos y perspectivas electorales suficientes como para mantenerse unido. La UCR puede disputar algunos cargos (incluso el presidencial) pero creo que tiene bien en claro que formar parte de Cambiemos es más beneficioso que la ruptura y/o la confluencia con algún sector peronista. Por supuesto, la gran pregunta es si el Peronismo podrá ofrecer una coalición creíble de cara al electorado (y a los mercados, por qué negarlo), porque independientemente de los resultados de las políticas, el gobierno tiene una gran ventaja cuando está unido y la oposición está muy desorientada y fragmentada. Es la misma configuración que le facilitó al Kirchnerismo ganar tantas elecciones tan holgadamente”.
  Con el objetivo de profundizar en el análisis de la fragmentación de la oposición, lo invité a rescatar los aspectos positivos de la misma, y a identificar los negativos, en cuanto al beneficio, o perjuicio, que implica esa situación para la calidad del sistema político argentino.
  Sus consideraciones reafirmaron su posición respecto a la importancia que posee la definición de un proyecto de país, más allá de las características coyunturales de la disputa electoral: “Mi opinión es muy canónica, politológicamente hablando: poca fragmentación es mejor que mucha fragmentación para la salud del sistema. No solamente porque facilita la decisión de los electores, sino porque amalgama intereses, reduce la polarización, facilita el trabajo legislativo y favorece la rendición de cuentas. Es claro que muchas de las candidaturas y/o precandidaturas quedarán lógicamente en el camino, lo cual sucede en muchos países. La cantidad de nombres en juego es secundaria. Lo que es realmente malo es la ausencia de alternativas claras y reales en términos de estrategias de desarrollo y del país que se pretende”.
  Como cierre de nuestra conversación, y dado que la misma se publicará contemporáneamente a la conmemoración del Día de la Mujer, llamé a Martín a realizar una breve observación del rol, cada vez más preponderante, que posee la mujer en la sociedad, en general, y en la política, en particular. En esa línea, quise conocer su opinión respecto a las conquistas alcanzadas a escala global, regional y nacional, y a las implicancias que puede tener, para esas conquistas, un discurso como el que pronunció Bolsonaro cuando tomó posesión de su cargo de presidente. 

A mí me parece que la mejora en la situación de las mujeres es uno de los cambios más importantes de los últimos años a nivel global.

  Fiel a su estilo, respondió sin titubear: “A mí me parece que la mejora en la situación de las mujeres es uno de los cambios más importantes de los últimos años a nivel global. Por supuesto hay países y culturas en los que estos cambios son inimaginables, pero en gran parte de Occidente ha habido cambios sustantivos, tanto en el ámbito público como en el privado. La profunda transformación de la organización familiar es un cambio cultural tan importante (en la mentalidad de varones, mujeres y minorías) como la mayor presencia de las mujeres en altos cargos políticos o laborales. Como todo avance democratizador, nunca puede darse por sentado o consolidado, pero en mi opinión, será difícilmente controlado por líderes machistas y misóginos como Bolsonaro u otros que también lo han sido, como Hugo Chávez o Evo Morales”.

La profunda transformación de la organización familiar es un cambio cultural tan importante (en la mentalidad de varones, mujeres y minorías) como la mayor presencia de las mujeres en altos cargos políticos o laborales.

  La conversación con Martín D’Alessandro transmite múltiples legados. El primero, que una mirada íntegra sobre los desafíos que enfrentan los sistemas democráticos del presente implica entender que el desgaste de las normas democráticas dista de ser una problemática nueva; lo que es nuevo, son las formas y los senderos que están tomándose en tal sentido. Esa coyuntura, que se replica en los planos internacional, regional y nacional, requiere una revisión profunda de su interpretación, sobre todo, desde la Ciencia Política. El segundo, que la Argentina es el claro reflejo del fallo de todos los diagnósticos que apuntaban a alcanzar el desarrollo sostenido y que, eso ocurrió, en gran medida, por el tipo de vínculo que se ha establecido, históricamente, entre el Estado y el sector empresario. El tercero, en sintonía con el segundo, tiene que ver con el escenario electoral y la fragmentación de la oposición y, en ese marco, un objetivo subyacente a esa coyuntura, que resulta primordial: la estrategia de desarrollo que debe plantearse la Argentina de cara al futuro. Finalmente, y en línea con la celebración del Día Internacional de la mujer, que la lucha por los derechos muestra claros avances en sus diversos ámbitos y dimensiones; empero, se debe continuar defendiéndolos. Gracias a los legados de este intercambio, tanto quien entrevista, como quien lee, podemos interpretar la realidad con mayor claridad, y entender la importancia del compromiso que asumimos en nuestro rol como electorado. 

 

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