Conversando con Andrés Malamud

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Conversando con Andrés Malamud


Por: Juliana González Jáuregui
Tramas andres-malamud Conversando con Andrés Malamud  Revista Tramas

América Latina ante el contexto mundial: ¿reacciones contra la híper-globalización?

Realizar una entrevista siempre es un desafío; implica ahondar en la trayectoria del entrevistado y, en base a ello, aprovechar la oportunidad para preguntarle sobre sus temas de especialidad. En este caso, la actual coyuntura latinoamericana es el escenario ideal para efectuar una lectura comparativa. Quién mejor que Andrés Malamud para cumplir con ese objetivo. Su vasto recorrido profesional, con énfasis en el análisis político de la región, las instituciones políticas de sus países, las políticas exteriores y las instancias de integración, invita a efectuar una reflexión profunda acerca de lo que está aconteciendo en Latinoamérica.

Andrés finalizó sus estudios de grado en Ciencia Política, con honores, en la Universidad de Buenos Aires (UBA), para luego realizar su Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en el Instituto Universitario Europeo (IUE) en Florencia, Italia. Desde hace años, vive en Portugal y se desempeña como Investigador Principal del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa. Es profesor visitante de la Universidad de Salamanca y la Universidad Católica de Milán, como también ha dictado clases en la Universidad de San Pablo, el Instituto Universitario de Lisboa, la Universidad Nacional de Rosario y la UBA, entre otras. Es autor de numerosas publicaciones, entre las que se listan libros, capítulos de libros, artículos académicos e incontables notas de prensa.

En ocasión del XIII Congreso Nacional y VI Internacional sobre Democracia, que tuvo lugar en septiembre en la Universidad Nacional de Rosario, tuve el placer de entrevistarlo. Le había escrito unas semanas antes para pautar el encuentro, que sería el miércoles 11, luego de un panel que compartió con Rut Diamint, titulado: “Desintegración regional y colapso del multilateralismo”. Una vez finalizado, nos encontramos y fuimos a tomar un café en la terraza de la Facultad. Desde el primer momento, Andrés fue cálido, simpático y descontracturado. A pesar de la multitud que nos rodeaba, que dificultaba la grabación de la entrevista, hizo todo para que nuestro diálogo transcurriera de forma clara. Los grandes poseen una sencillez innata y, aquí, se cumpliría el patrón.

Nuestra conversación tuvo inicio con una pregunta que sirvió de introducción a la realidad latinoamericana, pero en especial, a su análisis sobre la división izquierda-derecha en estos tiempos. Me interesaba saber cómo entendía la nueva “ola de derecha” que se ha hecho presente tanto en Europa como en América Latina, y si era posible establecer alguna vinculación entre esos fenómenos.

Ante mi primera pregunta, respondió: “Hubo un giro a la izquierda que estuvo bastante claro, y fue bastante homogéneo[1]. En realidad, ese giro a la izquierda escondió que países grandes no habían girado a la izquierda, y pienso sobre todo en Colombia y en México[2]. En este momento, lo que estamos creyendo que vemos es un giro a la derecha, y no estoy seguro de que eso exista. El caso más excepcional es México, que acaba de girar a la izquierda, y México es un país importante”.

Su mención sobre el caso mexicano, que hacía alusión a la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia de ese país, ameritaba una breve interrupción para profundizar acerca del “giro tardío hacia el progresismo” en ese país. Quise consultarle cómo interpretaba la afirmación del “giro tardío” en México, tan utilizada en los tiempos recientes.

Al respecto, se explayó: “En realidad, yo creo que izquierda y derecha son categorías usualmente útiles, pero en este momento menos útiles que en otros momentos. Lo que hay, más bien, es una disputa entre el campo de lo abierto y lo cerrado. Es decir, entre ‘cerrarse al mundo’, porque se lo percibe como una amenaza, o ‘abrirse al mundo’, porque se lo percibe como una oportunidad. Muchas de estas derechas, como las europeas, lo que encarnan es la ‘cerrazón’, el mundo es interpretado como una amenaza. De hecho, cuando se ‘cierra’ por derecha, la preocupación es la inmigración, la ‘invasión cultural’ del ‘distinto’, por ejemplo. Cuando se ‘cierra’ por izquierda, en cambio, es por la amenaza del capital, de la ‘inversión cipaya’, extranjera, del imperialismo. En este caso, lo que estamos observando es que la inmigración se transforma en amenaza, más que el capital, porque el capital no viene y, por lo tanto, la reacción es contra el extranjero. La reacción contra el extranjero se suele asociar con la derecha, pero acá hay una ‘trampita’, porque a los empresarios les conviene la mano de obra barata que llega con los extranjeros, mientras que los que rechazan al extranjero son los sectores populares, que sienten que el foráneo les invade los espacios de su vida y su trabajo. Así que lo que se evidencia, en realidad, es una disociación entre clase e ideología: los que votan a la derecha suelen ser los sectores populares en estos casos, que se quieren proteger de un mundo que los amenaza. Por eso, quiero ser muy cuidadoso en el uso de las etiquetas, porque uno tiende a pensar que los de derecha son los ricos, y los de izquierda los pobres, y no es lo que se está observando en todos lados”.

 

Lo que hay, más bien, es una disputa entre el campo de lo abierto y lo cerrado. Es decir, entre cerrarse al mundo, porque se lo percibe como una amenaza, o abrirse al mundo, porque se lo percibe como una oportunidad

 

 

En cuanto a la influencia de Europa en América Latina, prosiguió: “No la distingo, y con esto no quiero decir que no existe, sino que no la he identificado. Lo que sí puedo decir es que hay una causa común, que tiene que ver con lo que Dani Rodrik llama la ‘híper-globalización’[3], es decir una globalización extrema que asusta a la gente, tanto en Europa como en América Latina, y los hace reaccionar de una manera parecida. Es la misma causa la que produce ambos giros”.

Para continuar con las reflexiones en torno a los “giros”, ameritaba remontarse a la raigambre del progresismo latinoamericano, allá por la primera década del siglo XXI, e intentar comparar aquella situación con la actual. Quise consultarle acerca del caso venezolano y su opinión sobre el reciente anuncio de Nicolás Maduro en torno al Plan de Recuperación y Prosperidad Económica[4].

Se sonrió y, sin titubear, respondió: “Me parece irrelevante lo que Maduro diga o haga. No hay manera de que este gobierno pueda sacar a Venezuela del agujero, porque los problemas de Venezuela son estructurales, y están vinculados con una estructura productiva que colapsó. Lo único que producía era petróleo, y lo exportaba, y por falta de inversión y problemas políticos, por ejemplo, el temor a que les confisquen los barcos si salen del área protegida de la soberanía, cayó la producción y cayó la exportación. Y Venezuela no produce todos aquellos insumos básicos que necesita la gente para vivir, como comida. Entonces, no hay nada que el gobierno pueda hacer para resolver la situación, y tengo dudas de que alguien pueda hacer algo. Da la impresión de que Venezuela está en un proceso de destrucción nacional: el Estado colapsó, ya hay más de 2 millones de venezolanos que salieron de su país en los últimos dos años, los estudios de las universidades indican que el 80% de la población perdió entre 5 y 8 kilogramos de peso, entre otros hechos relevantes. Por lo tanto, estamos hablando de una emergencia humanitaria que no está siendo atendida porque no está siendo reconocida por el gobierno. La única posibilidad de reconstrucción económica está vinculada con generar inversión a largo plazo en el sector petrolero, y la esterilización de los fondos mediante la creación de un fondo soberano anti-cíclico”.

Ante esa afirmación, resultaba imperioso preguntarle, desde su perspectiva, quién podría, dado el caso, ayudar a Venezuela a encarar un proceso de reconstrucción económica con las características que acababa de señalar.

De manera contundente, afirmó: “China y/o Rusia, nadie más. Porque nadie más que ellos necesitan ese petróleo; Estados Unidos ya es exportador. Así que la única opción para reconstruir a Venezuela es tornarla colonia o vasalla de una gran potencia no occidental. Lo cual sería, sin dudas, irritante para los Estados Unidos, que difícilmente lo permitiría. Por eso, el futuro de Venezuela es del mismo color de su petróleo”.

Luego de esa afirmación, nos quedamos en silencio unos minutos; ese silencio que invade cuando hay que detenerse para entender, para reflexionar, y poder proseguir. En línea con lo que veníamos conversando, decidí indagar acerca de Bolivia y el fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que le permitió a Evo Morales presentarse como candidato a la reelección en 2019. Me interesaba conocer su interpretación acerca de la búsqueda de Evo por perpetuarse en el poder.

...la única opción para reconstruir a Venezuela es tornarla colonia o vasalla de una gran potencia no occidental. Lo cual sería, sin dudas, irritante para los Estados Unidos, que difícilmente lo permitiría.

 

Su respuesta fue, fiel a su estilo, clara y concisa: “Evo encarnaba el mejor ejemplo del progresismo eficiente: un país que salió a los mercados internacionales y se financió a tasas más bajas que la Argentina, que tuvo acumulación, superávit y, al mismo tiempo, mucha distribución y reconocimiento identitario de los indígenas. Analizo esto en base a dos aspectos: por un lado, es una pena para los que creen en el progresismo, y para los que, no siendo progresistas, respetaban ese progresismo; por otro lado, el cálculo de Evo me parece muy simple, él ve qué le pasó a los demás de su grupo, que dejaron el poder: ¿Dónde está Lula? ¿Qué pasó con Dilma? ¿Qué está pasando con Correa? ¿Qué puede pasar con Cristina? Entonces, la tentación es protegerse siguiendo en el poder, pero el cálculo que debería hacer, también, es que nunca se queda uno para siempre, en algún momento se va a ir. Es mejor irse por las buenas, y negociando la salida, que insistir hasta que lo echen. Pero la cuestión es esa, si él va a priorizar el corto o el largo plazo, y las maneras. Irse del poder no es saludable en América Latina, esa es la enseñanza que uno se lleva de lo que le pasa a los que ya se fueron”.

Su abordaje sobre lo que está ocurriendo en la región dio pie a la siguiente pregunta que tenía en mente. Quise conversar con él acerca del caso ecuatoriano, específicamente, del viraje reciente hacia la Alianza del Pacífico (AP). Me interesaba profundizar en Ecuador, que pasó de ser observador a asociado de la AP en julio de este año, siendo que hace unos años atrás acompañó el giro progresista en la región.

Ante mi pregunta, se sonrió e inició su análisis con una frase: “’La traición de Lenín’[5], para el presidente que llegó al poder con el apoyo del anterior mandatario, Correa, y lo que hizo fue disociarse. No es nuevo: si uno mira, por ejemplo, el país que está al lado, Colombia, es exactamente lo que hizo Santos con Uribe, es el sucesor predilecto del presidente conservador en aquél caso, o progresista en el caso de Ecuador, que cuando llega al poder quiere gobernar, y siente que para hacerlo tiene que hacer algo diferente de lo que hizo su antecesor, porque cambiaron las circunstancias, o porque no está convencido de que ese sea el camino. Así que, lo de Lenín parece que a Correa lo sorprendió, pero a los que estudiamos comparativamente la política debería sorprendernos menos”.

Era momento de analizar la Argentina. El día anterior a la entrevista, en una conferencia en el marco del Congreso en Rosario, titulada: “Políticos, politólogos e intelectuales: hacer, saber y versear”, lo habían convocado para debatir sobre el libro que publicó en abril de este año: “El oficio más antiguo del mundo. Secretos, mentiras y belleza de la política”. Entre algunas de las cuestiones que había mencionado en la conferencia, había destacado que la actual crisis de la Argentina no es una crisis económica, sino más bien política. Quise retomar ese análisis y preguntarle las razones de esa conclusión. A su vez, que me explicara, desde su perspectiva, qué rol estaba jugando la oposición en la crisis argentina en el presente.

Al respecto, aseguró: “Distingo tres niveles de responsabilidad o causalidad: la crisis argentina tiene, en parte, raíces internacionales, a las cuales es ajena, le pasan; es consecuencia de errores del gobierno; y tiene el componente de la oposición. La oposición es parte de esas causas por dos razones; primero, porque es mayoría en el Congreso y, segundo, porque es alternativa en el futuro, en las elecciones del próximo año. Los capitales, cuando miran un país, miran un poquito más adelante, y no ven solamente al actual gobierno, sino que piensan en el que viene. De esos tres factores, el de la oposición es el menos relevante. Los shocks globales y los errores del gobierno son más importantes que la expectativa de que la oposición vuelva al poder, o bloquee al actual gobierno”.

En cuanto a la interpretación de la crisis actual en la Argentina, destacó “Digo que no es solamente económica sino también política porque es una crisis de confianza, en el gobierno y en la moneda. La crisis de confianza en la moneda se manifiesta con coletazos económicos, pero, en realidad, es la gente que no confía en el peso y, en parte, no confía porque ve quiénes lo están manejando y no les cree”.

A continuación, volví sobre los temas tratados en la conferencia del día anterior. En un momento, había hecho hincapié sobre la inevitabilidad de los gobiernos peronistas en nuestro país. Le pedí que profundizara sobre ese punto.

Se sonrió y retomó algunas de las afirmaciones de aquél día, explicándome: “Mucha gente se pregunta cuál es la causa de los problemas argentinos. Hay un diputado nacional, Fernando Iglesias, que dice: ‘Es el peronismo, estúpido’; de hecho, ese es el título de su libro. Esta es una simplificación, en el mejor de los casos. Para mí el problema principal no es ése. Culpar al peronismo, aunque sea verdad, no te lleva a la solución, porque el peronismo va a seguir estando. Entonces, aún si el peronismo es responsable de lo que pasó, tenemos que buscar la manera de que no afecte lo que viene. Eliminar al peronismo es inviable, por lo tanto, hay que aprender a convivir con él.  Y los que tienen que aprender a convivir con el peronismo son los no peronistas, de ahí que puedan ser parte de la solución, o del problema, ellos deciden”.

En esa convivencia que planteaba, resultaba interesante conocer su análisis como politólogo respecto a la Argentina de cara a las elecciones del próximo año.

Ambos sonreímos ante mi pregunta, porque es difícil, en un contexto actual tan complejo del país, pensar en los escenarios electorales de 2019. No obstante, entre algunas risas, afirmó: “No condenada; no necesariamente bien, no necesariamente mal. La situación económica va a estar peor, de hecho, va a empeorar este año. Respecto a Mauricio Macri, espero que llegue al final de su mandato en diciembre de 2019, con una economía peor de la que recibió”.

La utilización del verbo “esperar” me impulsó a preguntarle por qué “esperaba” que Mauricio Macri llegara al final de su mandato. Mi interpretación, ante esa palabra, era que estaba expresando deseo, esperanza. Antes ciertos hechos históricos en la Argentina, que confirman que muchos gobiernos no han logrado finalizar sus mandatos a causa de diversas crisis, ameritaba consultarle las razones del empleo de ese término.

La consulta provocó otra sonrisa en Andrés, que entendió enseguida los factores que subyacían a la pregunta, y explicó: “En italiano “esperar” se traduce de dos modos, attendo o spero. Attendo en el sentido de expectativa, y no de deseo; ‘creo que’. Entonces, creo que Mauricio Macri va a llegar al final de su mandato con una economía peor de la que recibió, pero al completarlo va a cumplir con una proeza histórica: en 90 años, ningún presidente no militar ni peronista terminó su mandato; sólo generales y peronistas pudieron hacerlo. Así que, aun cuando la economía haya empeorado, hay que destacar elementos positivos, como las inversiones en energía, por ejemplo. La macroeconomía no va a estar mejor, es cierto, pero el hecho de que termine su mandato es un avance para la política argentina, y si avanza la política, por lo que decía antes, avanzará la economía”.

La macroeconomía no va a estar mejor, es cierto, pero el hecho de que termine su mandato es un avance para la política argentina, y si avanza la política, por lo que decía antes, avanzará la economía

 

En esa instancia de la entrevista, ameritaba recordar algunas de las conclusiones que había expuesto en el panel junto con Rut Diamint esa mañana, donde había afirmado que identificaba un viraje en el regionalismo a nivel global, al que denominó “regionalismo transatlántico”. En pocas palabras, ese nuevo regionalismo implica lazos entre países que están de un lado y del otro del Océano Atlántico y que, por lo tanto, quiebran las dinámicas pasadas de integración regional. En la conferencia, de hecho, Andrés había destacado que se está volviendo al orden westfaliano, pues se refuerza la soberanía estatal, y los vínculos son, otra vez, Estado-Estado. Al respecto, le pedí que ahondara acerca de la actual disputa comercial entre China y Estados Unidos y sus implicancias para los países latinoamericanos.

Desde su perspectiva, todo lo que acontece en el mundo tiene consecuencias, positivas o negativas, según el caso, en los países que componen el sistema internacional. En ese sentido, aseveró: “La turbulencia global repercute negativamente en todos los países de América Latina, más negativamente en los que tienen menos amortiguadores. El problema de la Argentina, por ejemplo, es ése: se ‘des-preparó’ para las turbulencias globales. ¿Cómo? Se abrió al flujo de capitales, eliminó los impuestos que se basaban en los ciclos de bonanza, como las retenciones. Ahora está volviendo a instalar lo que había desmantelado[6]”.

A continuación, quise retomar el estado de incertidumbre que presenta el contexto internacional actual y preguntarle cómo interpretaba la presencia de China en ese escenario.

Su análisis partió de lo global, para luego ir a lo particular, y afirmó que: “La estrategia de China en este aspecto es más bien tradicional. Hoy está concentrada en su Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda[7], y en las inversiones, que varían según el continente y la respuesta social que encuentran. En África llegan, hacen un acuerdo con el Estado con el que están negociando, se quedan con la tierra y llevan a su mano de obra para producir. En América Latina y en Europa entran de otra manera: compran las empresas de servicios públicos, por ejemplo, y ponen un nativo del país en el que compran a cargo de la compañía, una ‘cara blanca’, local, visible. Mientras tanto, ellos se van capitalizando por el mundo. En donde pueden, entran un poco más y colocan una base de control satelital, y en otros lugares tienen un poco más de cuidado; siempre en función de la resistencia que encuentren y sin hostigar a los Estados Unidos. Están siendo muy prudentes y muy pragmáticos”.

Dado que Andrés reside hace tiempo en Portugal, resultaba oportuno indagar acerca de cómo se percibe la presencia de China en los países europeos y cómo se interpreta la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda en el viejo continente.

Fue contundente en su respuesta: “Las percepciones varían de un país a otro. La mayoría de las potencias europeas entraron al fondo chino para financiar la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda[8]. Cuando China crea una institución, en principio paralela al sistema internacional, los europeos entran. China está comprando empresas y tierras en Europa; lo hace con cuidado y observa cada país por separado. En general, aprovecha las crisis. Está en Portugal, en la compañía eléctrica, y está en Islandia, con las tierras. Y se ve cómo va avanzando con cuidado en Grecia y en otros lugares. De nuevo, sin pisar callos, con mucho cuidado, tanteando el terreno y sin dar la cara; quien da la cara es un local, ellos trabajan con los locales”.

Ya casi finalizaba nuestra conversación. En aras de aprovechar su trayectoria en la investigación comparativa, y su vasta experiencia en el análisis latinoamericanista, le pedí que cerrara su análisis con las consecuencias que, desde su perspectiva, va a tener la participación de algunos países de América Latina en la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda.

Su respuesta fue directa, sin vacilaciones: “Vamos a ser lo que China nos deje ser. Lo que China necesite de nosotros, la mayoría estará encantado de otorgárselo, a cambio ‘de’; por ejemplo, a cambio de garantías financieras, créditos, o de acuerdos de canje de moneda con los bancos centrales. Esto no lo digo yo, lo manifiesta el hecho de que, en el último año, tres países de América Central[9], contra el deseo de los Estados Unidos, cambiaron su lealtad de Taiwán a China; el resultado está a la vista”.

Vamos a ser lo que China nos deje ser. Lo que China necesite de nosotros, la mayoría estará encantado de otorgárselo, a cambio ‘de’; por ejemplo, a cambio de garantías financieras, créditos, o de acuerdos de canje de moneda con los bancos centrales.

 

Habían transcurrido cuarenta minutos desde que comenzó la entrevista. A pesar de la vorágine de un Congreso que lo tuvo como expositor en diferentes paneles y conferencias, Andrés Malamud tuvo la deferencia de otorgarme el tiempo y el espacio necesario para formularle las preguntas que había preparado. Su análisis abarcó lo general y lo particular, lo global y lo nacional, y puso en claro cómo interpreta la América Latina de hoy, dado el complejo contexto global imperante. Insisto, es el don que distingue a los grandes, siempre en búsqueda de poner al alcance de quienes los oyen, el análisis concreto de la situación, evitando los sesgos. La interpretación de sus dichos es tarea de cada uno.

 


[1] Entre fines de los años 90’ y el transcurso del siglo XXI, se instalan gobiernos progresistas en muchos países de América Latina, de la mano de, por ejemplo, Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Lula Da Silva en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Tabaré Vázquez en Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay, Ollanta Humala en Perú, y Néstor Kirchner en la Argentina. Entre las características centrales se incluye la lucha común por lograr democracias participativas, al igual que por una autonomía regional, no sólo en términos de sus modelos de desarrollo y su inserción internacional, sino también a la hora de intentar crear instancias de integración con el objetivo de “unir a los latinoamericanos”. Asimismo, un rasgo distintivo, no menos importante, fue la política social: reducción de las desigualdades, generación de empleo, mejor acceso a la educación, ampliación de los servicios de salud y de protección social, mejor alimentación, acceso a la vivienda, etc.

[2] En el caso de Colombia, desde hace décadas, el país está gobernado por partidos de derecha o centro-derecha, cuyas diferencias se vinculan con la política implementada de cara al conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC): intransigente en lo que respecta a de Álvaro Uribe, y más abierta al diálogo con Juan Manuel Santos. En lo que respecta a México, Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia tras vencer una larga trayectoria de gobiernos identificados con la derecha, y luego de haber denunciado fraude en las dos últimas elecciones presidenciales a las que se había postulado, 2006 y 2012, respectivamente.

[3] Hace referencia al libro de Dani Rodrik, “La paradoja de la globalización”, publicado en 2012. Allí, Rodrik pone en duda el proceso de globalización como un camino exitoso e irreversible per se; cuestiona los peligros de una globalización no armonizada con los Estados. De hecho, entiende que el mundo actual es incompatible con la convivencia de tres fenómenos: la “híper-globalización”, el “Estado-nación” y la “democracia”. Desde su perspectiva, sólo se pueden elegir dos de esas opciones de forma simultánea; en el caso de la mayor apertura económica, afirma que interfiere en las opciones democráticas, y resulta incompatible con ella. Para él, entonces, deben existir Estados-nación fuertes, bajo el control de democracias consolidadas, que busquen una globalización “atemperada”.

[4] En agosto de este año, el presidente venezolano anunció el plan, que abarca, principalmente, el acuerdo de precios, aumento salarial, reconversión económica y otras acciones en materia financiera.

[5] Luego de lo acontecido en Ecuador con la llegada de Lenín Moreno a la presidencia, se habla de “traición”, en tanto, una vez se hizo con el triunfo, el nuevo presidente giró hacia un modelo neoliberal y dejó atrás los postulados del proceso que encabezó Rafael Correa, conocido como Revolución Ciudadana. Entre los hechos más relevantes llevados a cabo por el nuevo mandatario, se destaca la destitución y encarcelamiento del vicepresidente, Jorge Glas, la alianza con sectores de derecha y el referéndum que logró el apoyo de la población para eliminar la reelección indefinida introducida por Correa en 2015. Cabe destacar que Moreno fue vicepresidente y estrecho colaborador de Correa durante diez años, y fue él quien apoyó su postulación en las elecciones presidenciales.

[6] Se refiere al reciente anuncio por parte del gobierno nacional sobre el nuevo esquema de retenciones, que retoma el esquema de retenciones móviles -anunciado en 2008 con la controvertida Res. 125, que conllevó al conflicto con el sector agropecuario-. La intención de esta medida es contribuir a cumplir con la meta de déficit cero proyectado para 2019.

[7] Conocida también como Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, o Un Cinturón, Un Camino, es un proyecto propuesto por el presidente chino Xi Jinping, con el objetivo de conectar a China con Asia del Sur Oriental, Asia Central, Europa, Medio Oriente y África. El proyecto abarca la construcción de diversas obras de infraestructura (red de ferrocarriles, carreteras, gasoductos, oleoductos y puertos).

[8] Remite al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, creado por iniciativa china e instituido como uno de los principales fondos para la construcción de la Nueva Ruta de la Seda.

[9] El Salvador, Panamá y República Dominicana.

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