Eric Hobsbawm. Una vida en la historia

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Reseñas

Eric Hobsbawm. Una vida en la historia


Por: Jimena Molina
Tramas hobsbawn Eric Hobsbawm. Una vida en la historia  Revista Tramas

Pese a que sus críticos siempre le cuestionaron su evidente eurocentrismo, la ausencia de la cultura popular y de perspectiva de género en sus investigaciones, el no haber advertido ciertas falencias de la Unión Soviética, entre otros puntos ciegos, es difícil no encontrar la obra de Hobsbawm entre las lecturas canónicas de las clases de historia en las universidades de todo el mundo. El valor y la consistencia de la misma reside no sólo en la documentación estricta que hizo de los siglos XIX y XX sino que además -y de ello da cuenta esta voluminosa biografía de Evans- dio testimonio, a través de su particular estilo y visión de mundo, de la premisa de que cada uno es hijo de su tiempo.

La narrativa simple, despojada de tecnicismos y complicaciones propias del estilo académico, así como la estructura de la obra que, pese a ser voluminosa, está dividida en capítulos cortos con ejes temáticos bien definidos, hacen que la lectura de esta biografía sea sumamente llevadera y accesible para el lector del siglo XXI.

Los primeros capítulos (“El niño inglés”, “Feo como el pecado…”, “Un estudiante de primer año…”) nos invitan a recrear a un joven Eric amado por su madre y sus familiares cercanos, con un padre distante, en un entorno complaciente que pronto comienza a desmoronarse con los avatares de la Gran Guerra y determina su movilización de Alejandría a Viena, ciudad natal de la familia materna. Allí, pese al antisemitismo que se expandía a pasos agigantados, su familia –de origen judío- logró mantener un estatus aceptable y jamás fueron refugiados, tal vez por el hecho de no ser abiertamente practicantes, tal vez por ser ciudadanos británicos, tal vez simplemente por obra del azar.

Tuvo la oportunidad de crecer en un ambiente cosmopolita y diverso, signado por los rápidos cambios que se sucedían en el mapa europeo de aquel entonces. Tras la prematura muerte de su madre, se traslada a la “increíblemente excitante, sofisticada, intelectual y políticamente explosiva” Berlín de 1931 (p. 85), en donde transitaría sus años de juventud y formación política en un contexto de orfandad personal y efervescencia social frente a la lenta agonía de la república de Weimar y el progresivo auge del partido nacionalsocialista.

Este joven amante de la música y las mariposas habría de revelar pronto su inclinación a la literatura, al punto que especulaba con la posibilidad de convertirse “en un poeta o un escritor” (p. 83). Pero fue cerca de los 16 o 17 años –dato que Evans lamenta no haber sido capaz de documentar con precisión- que tomó consciencia de que era un historiador, conclusión a la cual arriba tras haber leído e investigado en profundidad sobre economía: comienza a afirmar, por ese entonces, que “todo dependía de las relaciones de producción” (p. 84). También a esa edad se asienta en Londres, donde por primera vez y simultáneamente toma contacto con los clásicos marxistas y con las mujeres. La lectura, al decir de Evans, “se volvería un sustituto para el amor sexual” (p. 111) para este adolescente que su primo describió como “feo como el pecado, pero un cerebro” (p. 109); la misma función que, para el autor, alguna vez habían cumplido los Boy scouts y que cumpliría, más adelante, el jazz.

Evans sugiere que la temprana adscripción de Hobsbawm al partido comunista (tenía por entonces 15 años) obedeció un tanto a una tímida manifestación de desobediencia y otro tanto a un intento de justificar de manera sofisticada la escasez de recursos que, por entonces, lo limitaba en varios sentidos: “durante mucho tiempo se había sentido avergonzado de la pobreza de su familia” (p. 60). La humilde bicicleta obsequiada en Viena por su madre, que utilizaba como medio de transporte para ir al colegio y que posteriormente facilitaría su vínculo con la naturaleza, se constituyó, a ojos del autor, en un símbolo de la configuración social y política que marcarían no solo su vida sino, fundamentalmente, su obra.

Este interés juvenil que, lejos de haber sido un entusiasmo pasajero, maduró y se nutrió en los años posteriores, es bellamente descripto por el propio Hobsbawm: “Éramos comunistas de la forma que, en otras partes, nos hubiéramos leído poemas mutuamente” (p. 68). La derrota del partido comunista en su intento de impedir que los nazis ascendieran al poder, lucha en la cual se involucró activamente, fue, en palabras que habría de repetir luego largamente, “la experiencia política que más me formó” (p. 71), así como la que más habría de impactar en su visión de mundo.

Los tres capítulos siguientes (“Un intelectual de izquierda…”; “Un outsider en el movimiento”; “Un personaje peligroso”) dan cuenta del tránsito del historiador por el ejército británico, durante la Segunda Guerra Mundial; de su triste historia con Muriel Seaman (luego su esposa), relación que lo sumió en una profunda depresión y lo llevó a tener pensamientos suicidas; de sus años de consolidación académica; la crisis y el enfrentamiento con el Partido Comunista y su íntima, casi prohibida, relación con el mundo del jazz. Pese a ser cuestionada su producción en el tema, un conocido crítico comentó que Hobsbawm era “El experto en el largo amorío entre los intelectuales y el jazz” (p. 471).

El encuentro con Marlene Schwartz es la puerta de entrada a la madurez, una época que podría calificarse de feliz para nuestro historiador, ya que logra una ansiada estabilidad tanto en lo familiar como en lo económico. Los últimos capítulos del libro (“Escritor para el gran público”; “Gurú intelectual”; “Jeremías” y “Tesoro nacional”) relatan cómo, desde antes de su viaje a Latinoamérica, ya estaba en los planes de Hobsbawm escribir para el gran público, lo que termina convirtiéndose, en sus propias palabras, en su logro más destacado. De este periodo surgen La era de la revolución, Industria e Imperio, Revolución industrial y revuelta agraria, Bandidos…, Industria e imperio, Trabajadores, La era del capital y la Historia del Siglo XX.

A diferencia de otros trabajos biográficos sobre el historiador, Evans –colega y compañero de Hobsbawm- prefiere no insistir en la impronta marxista-leninista que mantuvo a lo largo de su carrera, sino que el eje de la narrativa está puesto en los distintos factores que llevaron a configurar su particular punto de vista en relación a los hechos que luego constituirían su objeto de estudio, sus experiencias dentro de su familia, sus pares y su vida interior, traída a la luz a través de diarios, cartas y notas personales. Sin llegar a un tono poético, el autor logra mostrar al ser humano detrás de la obra y sin dudas al proceso de individuación que dio forma a cada uno de sus escritos, todo ello a partir de material inédito, en algunos casos cedidos por su viuda, Marlene Schwartz, y en otros casos obtenido por el grupo de investigación coordinado por Evans, disperso estratégicamente en varias ciudades.

Esta obra puede leerse a modo de “lado B” de la autobiografía Años interesantes, una vida en el Siglo XX (Paidós, Crítica, 2002), en donde, fiel a su estilo, Hobsbawm termina haciendo antes un repaso por los acontecimientos más importantes de su época que indagando en su propia subjetividad. En sus últimos años, manifestó que siempre soñó con alcanzar con sus libros al gran público: estas páginas, de algún modo, explican el porqué.

 

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