Entrevista con Jorge Argüello

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Entrevista con Jorge Argüello


Por: Equipo Editorial
Tramas JORGE-ARGUELLO-690x460-1 Entrevista con Jorge Argüello  Revista Tramas

En esta oportunidad, desde la revista Tramas tenemos la oportunidad de charlar con Jorge Arguello, un nombre destacado en la diplomacia argentina, que ha dejado su huella en el ámbito internacional. Con una vasta experiencia que abarca múltiples destinos y organismos, ha representado a la República Argentina en momentos clave y en escenarios diversos, consolidando su rol como diplomático a lo largo de los años.

Argüello sirvió como Embajador de la República Argentina en los Estados Unidos de América en dos períodos distintos, primero entre 2011 y 2012, y luego entre 2020 y 2023. Durante su mandato en Washington, fue testigo y partícipe de eventos trascendentales que moldearon las relaciones bilaterales entre ambos países y conoció, de primera mano, la realidad de la sociedad norteamericana.

Este papel fue particularmente significativo dado su vínculo temprano con Estados Unidos, habiendo completado su educación secundaria en el Rochester Community High School en Rochester, Indiana, en 1974. Tras su paso por Estados Unidos, regresó a la Argentina, donde continuó su formación académica en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, graduándose en 1985. Posteriormente, en 2009, enriqueció su perfil académico al obtener una Maestría en Administración y Asuntos Públicos de la Universidad de San Andrés.

Su carrera diplomática lo llevó también a Europa, donde se desempeñó como Embajador de la República Argentina en Portugal y Cabo Verde de 2013 a 2015, reforzando los lazos con estas naciones y promoviendo los intereses argentinos en el viejo continente. Adicionalmente, fue Embajador y Representante Permanente de la República Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 2007 hasta 2011. En este rol, trabajó incansablemente para que la voz de Argentina se escuchara en el foro internacional más importante del mundo, abordando desafíos globales y defendiendo los principios del multilateralismo.

Actualmente es presidente de la Fundación Embajada Abierta, una organización dedicada a fomentar el diálogo y la cooperación internacional. Desde esta plataforma, continúa contribuyendo a la política exterior y al análisis de los asuntos globales, compartiendo su amplia experiencia y conocimiento con nuevas generaciones de líderes y diplomáticos.

Su trayectoria académica y laboral le han permitido también incursionar en la escritura, produciendo múltiples libros que reflejan su profundo entendimiento de los temas internacionales. Entre sus obras destacan «Historia Urgente de Estados Unidos. La superpotencia en su momento decisivo», «Diálogos sobre Europa: crisis del euro y recuperación del pensamiento crítico», y el más reciente, «Las dos Almas de Estados Unidos. Viaje al corazón de una sociedad fracturada», sobre el que nos interesa profundizar en esta entrevista.

 

En «Las dos almas de Estados Unidos», mencionas la existencia de una grieta fundamental en el pueblo estadounidense, que va a poner a prueba los límites del sistema y de la democracia. ¿A qué responde esta caracterización? ¿cómo surge esta grieta o, más bien, cuándo y por qué se intensificó de esta manera?

 

Hay una repetida frase en la política estadounidense que dice: Washington es una isla rodeada de realidad. Esa realidad, de dos caras, de dos almas, de dos formas de ver la vida e imaginar el futuro, ha golpeado al antiguo, modélico y hasta hace poco invulnerable sistema político estadounidense. Y lo ha hecho con vehemencia verbal desde hace tres décadas pero, más recientemente, con la violencia escenificada con el asalto trumpista al Capitolio del 6 de enero de 2021[1].

Los años 90 fueron testigos, bajo la administración del demócrata Bill Clinton, del surgimiento de una corriente ultraconservadora radicalizada en el Congreso, liderada por el republicano Newt Gingrich. Su discurso disruptivo parecía ser pasajero, pero después se conformó el Tea Party (Sarah Palin). Al final, llegó el huracán Trump, que terminó amalgamando todo lo que sentía una de esas dos almas estadounidense, con un contexto favorable para su discurso: globalización, crisis migratoria, ascenso de China y otros factores más sutiles pero complejos. Eso volcó hacia los republicanos una base popular que antes solía ser demócrata, más rural, más identitaria, frente a otra liberal y cosmopolita con pie en grandes urbes.

Hoy, pese a todos sus problemas legales -es el primer expresidente en recibir una condena penal y tiene otras tres causas penales abiertas- Trump se quedó con todo el aparato del Partido Republicano, careció de rivales de fuste en las primarias y tiene reales posibilidades de volver a gobernar, lo cual previsiblemente ahondará esa grieta de la que hablamos, que ha llegado para quedarse largo tiempo.

 

¿Responde esto a algún proceso de «insatisfacción democrática» por parte de la ciudadanía? ¿O tiene que ver con cuestiones culturales particulares y conflictos irresolubles? En otras palabras, estos límites que encuentra la democracia hoy día, ¿responden a un fenómeno de occidente, o es sólo una cuestión de Estados Unidos y su idiosincrasia?

 

Esa polarización, esas dos almas como las llamo en el libro, reconoce hoy dos nombres propios a modo de identificación -pero que va mucho más allá de esas personas-, que son los de Donald Trump y Joe Biden.

Después de tantos años de conocimiento personal y diplomático de Estados Unidos, este “viaje al corazón de una sociedad fracturada” que propongo en el libro pone énfasis en una grieta que se asienta no en qué hacer con la inflación, el dólar o los impuestos -como nos pasa a los argentinos hace décadas- sino en valores muy esenciales, tan profundos como el lugar de la religión y de la familia en la sociedad, la forma de educar a sus hijos, la diversidad sexual y el aborto, y así podemos seguir. Son dos placas tectónicas friccionando que hacen temblar el edificio político.

Históricamente se ha afirmado que Estados Unidos es el único país fundado en un conjunto de ideas y no en la geografía, una dinastía o una etnia. El último en reivindicar esa noción ha sido el propio presidente Biden en un esfuerzo por volver a las fuentes y dejar atrás la polarización radicalizada que insiste en proponer Trump, y también algunos demócratas.

Pero esa noción histórica tan envidiable que tenían los estadounidenses sobre sí mismos ha cambiado hoy, y cito a la historiadora Jill Lepore: “Los estadounidenses se han dividido tanto que ya no están de acuerdo, si es que alguna vez lo estuvieron, sobre cuáles son o fueron esas ideas”.

 

Me gustaría que analices a los outsiders y su posible vinculación con la degradación de las instituciones: en primera medida, ¿es Trump un outsider de la política como lo es aquí Milei? y en caso afirmativo, ¿cuánto influyen los discursos anti-política en la polarización y la profundización de la grieta de la que venimos charlando?

 

Durante mucho tiempo, y con justicia, Trump ha sido un modelo del “outsider” más notable de la política, aunque no el primero (en la región recordamos los casos de Fujimori en Perú o Bucaram en Ecuador, incluso el del sacerdote Lugo en Paraguay). Los que hacemos política desde muy jóvenes sabemos que una de las grandes dificultades, acentuadas ahora, es mantener viva la conexión desde las dirigencias y sus instancias institucionales con la sociedad. Si algo falla ahí, el terreno se hace fértil para los cambios, a veces desde el propio sistema, y a veces desde fuera, que es el caso de Trump o, entre nosotros, Milei.

Sin embargo, evitaría caer en comparaciones rápidas. El de Milei es un experimento político que recién comienza. Trump fue una figura que se relacionó con la política estadounidense durante mucho tiempo: se registró como republicano primero, como demócrata después y, finalmente, otra vez republicano. No había tenido experiencia legislativa ni ejecutiva, es verdad. Pero llegó al poder compitiendo dentro de las estructuras partidarias y, ahora, se ha quedado al frente de ellas.

Y mientras Milei se presenta como un ángel destructor del Estado y contra la “casta”, Trump arremete contra el “pantano de Washington” para poner el Estado al servicio del pueblo llano. Uno se declara anarco-capitalista y el otro proteccionista. Difícilmente Trump trataría de “nido de ratas” al Capitolio: más bien ha tratado de ganarlo en su favor.

 

Me gustaría que charlemos sobre las estrategias diplomáticas de Argentina: ¿qué opinión te merece la actual gestión nacional en este sentido, a nivel macro? ¿cuáles son las principales diferencias entre esta gestión y de las que formaste parte?

 

Me he esforzado, y lo sigo haciendo, para encontrar un diseño definido de la política exterior del gobierno, cuya prioridad uno espera que sea el interés nacional, por encima de las preferencias ideológicas. Por lo pronto, este primer alineamiento tan cerrado con Estados Unidos, y también con Israel, luce poco conveniente.

El norte de nuestras relaciones exteriores, sin embargo, tiene que consistir en ampliar y multiplicar vínculos, en lugar de reducirlos. De lo contrario, sólo nos puede esperar un aislamiento que va a acarrearnos no sólo perjuicio diplomático, sino un daño económico que se va a reflejar de la peor manera en la misma ciudadanía que confió en el presidente para salir de la crisis.

 

Muy bien. ¿Y en el caso de la postura argentina respecto a los conflictos bélicos existentes? O, más bien, ¿cómo interpretás estos conflictos actuales en clave geopolítica?, ¿a qué fenómeno responde esta nueva oleada de beligerancia?

 

Los analistas internacionales retomaron en estos días un concepto de la política exterior que explica el momento de manera sencilla pero contundente: policrisis. Desde el crack financiero de 2008-2010, se ha venido cocinando un caldo de crisis múltiples que completaron la pandemia, la ruptura de las cadenas globales de suministro, los flujos migratorios, el cambio climático y los conflictos armados en Ucrania y -últimamente- en Gaza.

Todavía se estudia -la historia dará su veredicto- si esa policrisis es la causa, la consecuencia o, simplemente, un fenómeno simultáneo con la pérdida de la cómoda hegemonía que ejerció Estados Unidos durante la “tranquila” fase de globalización que siguió a la Guerra Fría (1991-2008)

Hoy, por lo pronto, y cito aquí a Ian Bremmer, el mundo ha dejado de ser G7, incluso G20, para convertirse en G-Cero, un mundo sin Gs, con distintas centralidades en movimiento con sus propios sistemas de relaciones y de toma de decisiones. ¿Quién podía esperar que Arabia Saudita pusiera fin al convenio de medio siglo por el que negociaba su petróleo sólo en dólares, el famoso “petro-dólar” de 1974, para hacerlo en otras monedas alternativas en expansión como el yuan chino?

En ese contexto, un problema urgente a resolver -y eso sí puede vincular a Trump con Milei- es la pérdida de legitimidad y vigencia de los espacios multilaterales tradicionales, como Naciones Unidas y toda la arquitectura institucional de cooperación que se fundó tras la Segunda Guerra Mundial. El G20, un foro multilateral que vino a complementar ese andamiaje, aportó soluciones parciales pero el sistema en general sigue en deuda con el actual nivel de crisis global. La adecuación y reforma de estos mecanismos demanda más creatividad y decisión. Y Argentina debe estar en ese proceso, como lo ha hecho desde siempre.

 

Son de público conocimiento los múltiples enfrentamientos o roces permanentes entre el ejecutivo nacional y varios mandatarios a nivel mundial y, fundamentalmente, aliados estratégicos de nuestro país. ¿cómo puede afectar esto a la política internacional argentina?, ¿puede esto reportar algún beneficio, o es simplemente una reacción ideológica de nuestro mandatario?

 

Como he dicho, lo mejor para Argentina es multiplicar vínculos, no reducirlos o dañarlos, y menos con socios comerciales tan relevantes como Brasil o históricos como España, o determinantes geopolíticamente como China (segundo socio comercial). Ni hablar de grupo de países como los BRICS (la adhesión fallida a ese grupo de emergentes formaba parte de una estrategia acertada del gobierno anterior).

La activación extrema del péndulo ideológico en las relaciones internacionales de nuestros países, que ya ha causado daño en la región durante las últimas décadas, en el caso de Argentina pone en riesgo un reconocimiento y un rol en el mundo que he comprobado en mis cinco años como representante ante las Naciones Unidas.

Alinearse unilateralmente, encuadrarse tan automáticamente carece de ventajas geopolíticas, pone en riesgo la potencialidad que supone la relación con las nuevas realidades nacionales emergentes con las que tenemos economías complementarias claves para nuestro desarrollo y nos priva de un rico intercambio con el resto del mundo en todos los campos.

 

Para cerrar, me gustaría volver a la situación de Estados Unidos, y particularmente a la relación que Argentina entabla actualmente con la potencia del Norte y con cada uno de los candidatos a la Casa Blanca: considerando los posicionamientos del presidente Milei, ¿qué implicaría para la Argentina una victoria de Trump en noviembre?, ¿y de Biden?

Milei hizo algo desacostumbrado para nuestra política exterior: se involucró directamente en el proceso electoral estadounidense, al punto de asistir apenas asumió a una conferencia de conservadores en Washington y de saludar -de modo demasiado informal para la jerarquía de un presidente- al propio Trump. Le expresó abiertamente su deseo de volverlo a ver en la Casa Blanca.

Pero, por más cercano que parezca en lo personal, Trump seguirá apegado a un decálogo de política exterior dominante en Washington que suele encontrar alineados a republicanos y demócratas, por ejemplo frente a China, y que está determinado por intereses, no por amistades personales o afinidades ideológicas.

Del mismo modo, afortunadamente, las relaciones bilaterales transcurren por muchos canales por los que la agenda bilateral sigue en movimiento, y en ese sentido lo hace para beneficio mutuo. En esos niveles, la relación se ha probado buena y estable en general. Basta recordar las visitas de alto nivel al país durante las últimas administraciones de Cristina, Macri y Alberto.

——

[1] El asalto al Capitolio de los Estados Unidos fue un acontecimiento que se produjo el 6 de enero de 2021 cuando partidarios del entonces presidente saliente de los Estados Unidos, Donald Trump, irrumpieron en la sede del Congreso violando la seguridad y ocupando partes del edificio durante varias horas. El suceso interrumpió una sesión conjunta del poder legislativo para contar el voto del Colegio Electoral y certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de 2020.

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