Conversando con Alejandro Grimson

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Conversando con Alejandro Grimson


Por: Juliana González Jáuregui
Tramas Grimson-2 Conversando con Alejandro Grimson  Revista Tramas

América Latina como espejo de la realidad global: polarización e incertidumbre

Alejandro Grimson estudió Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y realizó su Doctorado en Antropología en la Universidad de Brasilia. En la actualidad se desempeña como Investigador Principal del CONICET, Profesor Titular de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y Director del Colegio Doctoral de esa institución. Fue Decano del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM entre 2005 y 2014, y Presidente del Consejo de Decanos de Ciencias Sociales en 2013. Sus temas de especialidad abarcan los procesos migratorios y las zonas de frontera, como también los movimientos sociales, las culturas políticas, las identidades y la interculturalidad, entre otros. Ha sido distinguido por sus libros y trabajos de investigación, entre los que se destacan: el premio Bernardo Houssay en 2007; el premio a la Mejor Tesis de Comunicación de América Latina, por la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFCS); y el premio Mejor Libro Iberoamericano –“Los límites de la cultura: crítica de las teorías de la identidad” –, en 2012, por la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés).

El párrafo anterior intenta resumir la vasta trayectoria académica y profesional de Alejandro. Por ello, planificar una entrevista que lo tenga como protagonista resulta un reto, pero también un enorme orgullo. No nos conocíamos previamente y, aun así, desde el primer momento se mostró cordial, e hizo que mi labor como entrevistadora se llevara a cabo en un ámbito ameno y sumamente profesional.

Nuestra conversación se concretó en el marco del XIII Congreso Nacional y VI Internacional sobre Democracia, que organizó la Universidad Nacional de Rosario entre el 10 y el 14 de septiembre. Alejandro tenía una agenda apretada esos días: recién regresaba de México y había sido convocado como conferencista en Rosario. No obstante, tuvo la amabilidad de reunirse conmigo, escuchar mis preguntas y responder a cada una de ellas. Nuestro encuentro tuvo lugar una sala que nos cedió una colega suya, en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales.

Para comenzar, me interesaba conocer su lectura sobre el actual “giro a la derecha” en América Latina. Quería conversar con él acerca de los casos más emblemáticos en la región, para después profundizar en el caso argentino.

Desde el inicio, su análisis no sólo abarcó a la región, sino también incluyó lo que está aconteciendo en el resto del mundo. Tal como fue explicando a lo largo de nuestro encuentro, las fuerzas globales tienen consecuencias para nuestros países; por lo tanto, los fenómenos deben ser observados en un contexto. Así, me explicó: “Hay un ‘giro a la derecha’ en el mundo con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el Brexit en el Reino Unido, el crecimiento de la ultra derecha en varios países de Europa. De hecho, ahora en Suecia, en la última elección, pero también antes en Alemania, Austria, etc. La figura de Marine Le Pen en Francia. Hay un ‘giro a la derecha’ en términos generales, que, en el caso de América Latina, llega en un contexto diferente al de Europa o Estados Unidos, porque en estos últimos países se mantenía, hasta ese momento, un cierto consenso, que era el consenso neoliberal que había surgido con la caída del Muro de Berlín. En América del Sur, en cambio, al menos en ocho países de esa subregión, hubo un proceso que dio en llamarse ‘giro a la izquierda’ o ‘la ola rosa’, que también tocó a países de América Central, como Nicaragua y Honduras. En el caso de Honduras, el gobierno de Manuel Zelaya fue luego derrocado por un golpe de Estado, mientras en Paraguay también hubo un golpe de Estado parlamentario al gobierno de Fernando Lugo; Dilma, por su parte, fue derrocada por el supuesto Impeachment[1], que no se ajustaba a ningún procedimiento institucional. Sin embargo, a diferencia de otras épocas, no son sólo golpes de Estado, sino que hay, claramente, un debilitamiento de las fuerzas progresistas, transformadoras, populares, según el caso, y ese debilitamiento se evidencia en situaciones electorales complejas, o en casos de derrota, como en la Argentina en las elecciones presidenciales de 2015 y en las legislativas de 2017. 

Hay un ‘giro a la derecha’ en términos generales, que, en el caso de América Latina, llega en un contexto diferente al de Europa o Estados Unidos, porque en estos últimos países se mantenía, hasta ese momento, un cierto consenso, que era el consenso neoliberal que había surgido con la caída del Muro de Berlín
Pero, incluso, se puede observar el caso de Ecuador, donde el ‘giro a la derecha’ lo hace el sucesor de Rafael Correa; el caso de Bolivia, donde Evo Morales que, hasta hace poco era indiscutido, va a tener una fuerte pelea en la próxima elección presidencial de 2019. El Frente Amplio en Uruguay, que tuvo una hegemonía muy sólida, se enfrenta a dificultades. Muchas veces se cree que el problema es la corrupción, y eso es muy parcial, porque en el caso de Bolivia y de Uruguay, los gobiernos presentan complicaciones muy serias, pero no es a causa de la corrupción. Cabe aclarar que, con esto, no quiero decir que la corrupción no provoque daños gravísimos a cualquier tipo de proyecto transformador”.

En línea con su mención al caso boliviano y la fuerte batalla a la que se va a enfrentar Evo Morales en las próximas elecciones, le consulté qué tan posible era, desde su opinión, que la reelección de Evo se concrete, dado el contexto en la región.

Al respecto, afirmó: “Lo cierto es que, si uno hace una comparación entre las sociedades latinoamericanas, han sido bastante renuentes a los procesos de reelección. En la Argentina, solamente Carlos Menem consiguió la reforma de la Constitución Nacional en ese sentido; el Kirchnerismo, hacia el final, tuvo sus dudas, sus intentos, pero finalmente no se acercó a ese planteo. En Brasil, a nadie se le ocurrió. En Ecuador, Rafael Correa se podía presentar a las elecciones, pero si se presentaba, su partido perdía, entonces lo hizo su sucesor y su partido ganó, pero el plan salió al revés[2]. Incluso en Venezuela también hubo rechazos. Desde mi punto de vista, la cuestión de las reelecciones tiene que ser vista de este modo: las sociedades latinoamericanas no son proclives a la reelección; pueden querer que gobiernes, pero eso no significa que quieran que lo hagas para siempre. Son sociedades complejas, donde sí aparece una discusión muy relevante en torno a los liderazgos, pero esos liderazgos son muy distintos a lo que cree Mario Vargas Llosa. De hecho, cuando la izquierda le cree a Vargas Llosa, tiene un gran problema, porque la izquierda termina generando liderazgos personalistas, como los que describe ese autor, y ese tipo de liderazgos terminan siendo derrotados en las urnas. Entonces, hay que tener mucho cuidado a la hora de interpretar a las sociedades latinoamericanas”.

Las sociedades latinoamericanas no son proclives a la reelección; pueden querer que gobiernes, pero eso no significa que quieran que lo hagas para siempre

 

Era momento de abordar el caso argentino. En base a una nota que escribió para Open Democracy en abril de este año, titulada: “Desigualdad: balance y derrota del Kirchnerismo en Argentina”, donde explica por qué Mauricio Macri ganó las elecciones en 2015, pero también de acuerdo al artículo que publicó a principios de este año, en Nueva Sociedad, titulado “Argentina y sus crisis”, quería ahondar sobre su lectura en torno a lo que acontece hoy en la Argentina. Le pedí que analizara, específicamente, la reciente coyuntura económica y política del país.

Se tomó un momento para pensar, y continuó: “La Argentina está viviendo una crisis. Ahora bien, lo que yo planteo en ese segundo artículo al que haces mención es que, desde el punto de vista específico del análisis político y de las Ciencias Sociales, se comete un error cuando se utiliza la palabra crisis como un comodín que sirve para explicar todo. Si hay un malestar por algo, es una crisis; ‘vivimos en crisis’. Desde el análisis político, la palabra crisis es útil cuando marca una interrupción de una situación de relativa estabilidad, o normalidad, o continuidad. Entonces, si vos tenés un gobierno que es reelecto, ese gobierno no está en una crisis. Te doy un ejemplo: si crisis es lo que estamos viviendo ahora, entonces crisis no es lo que vivimos en noviembre de 2017. Crisis sí, en una dimensión política, fue lo que ocurrió durante esas semanas del mes de diciembre del año pasado, cuando se votó la Reforma Previsional, ahí hubo una crisis, pero que luego se cerró. Cuando digo que una crisis se cierra, no me refiero a que deja de existir completamente, sino que se termina el periodo agudo, pero siguen los malestares. La crisis sucede en el tiempo, porque no existe la política fuera del tiempo; por lo tanto, la crisis tiene lugar a lo largo de un lapso de tiempo, y se va agudizando en distintos momentos. La Argentina, por ejemplo, pasó por una crisis cambiaria muy grave recientemente, que todavía no estamos seguros de si está o no resuelta. De hecho, sobrevuela en torno a ella un signo de pregunta acerca de si está más o menos superada con la macro/mega devaluación que hubo, en especial si consideramos el empobrecimiento de la población que generan este tipo de fenómenos. El gobierno intentó que no se convirtiera en una crisis bancaria, y tuvo relativo éxito en ese sentido, porque no ha llegado a convertirse en eso, por ahora. Hay una inflación impresionante, pero no es hiperinflación. La gente en general se confunde. Por eso, insisto en que los términos no deben utilizarse de forma arbitraria. Mucha inflación no es hiperinflación; e hiperinflación es mucho más en un mes de lo que ha llegado a escalar actualmente en un año”.

En sintonía con su fundamento, agregué que el uso de los términos es peligroso en todos los contextos, pero especialmente con la trayectoria histórica que posee la Argentina; en nuestro país lo es más todavía.

En base a mi comentario, prosiguió: “Sin dudas. Se hacen comparaciones demasiado simplistas, que no sirven, porque las salidas que se emplearon para situaciones previas no necesariamente son las salidas adecuadas en una situación nueva. Por ejemplo, todos aquellos que vivimos la crisis del 2001, en estos meses[3], nos hemos acordado mucho de lo que ocurrió en aquél entonces. Esa crisis vino a nuestra memoria y nos preguntamos, muchas veces, si lo que estábamos viviendo iba a terminar como acabó en el 2001. En base a ello, hay varias cosas para analizar: primero, que hasta ahora no ha terminado como el 2001; segundo, el 2001, ¿cómo terminó? Cuando decimos ‘el 2001’, ¿estamos hablando de la pobreza, la exclusión y las situaciones de indigencia del 2002? ¿o estamos hablando del Kirchnerismo en 2003? Porque ahí puede haber una presunción equivocada, que es que toda crisis se resuelve por izquierda, y eso implica desconocer todo lo que está pasando en Europa o en países de América Latina. Como todos sabemos, el capitalismo inició una crisis internacional de carácter financiero en 2008, con la quiebra de Lehman Brothers. 

existe una cierta autonomía entre las dinámicas de la economía y las de la política que los mecanicistas no logran entender, y eso es grave porque hace que se alegren con las crisis, cuando, en realidad, hay que alegrarse cuando lo malo entra en crisis y preguntarse cuántas posibilidades hay de modificarlo
A partir de allí, casi todo lo que surgió fue hacia la derecha, más que hacia la izquierda. Uno podría decir que la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos es, en parte, un efecto de esa crisis, lo mismo que el Brexit en Reino Unido, o el giro a la ultra derecha en diversos países europeos. Con esto quiero decir que muchas crisis se resuelven por derecha, y en la Argentina también tenemos ejemplos en ese sentido: El Rodrigazo[4], que se desató en 1975, terminó por derecha, con la llegada de la dictadura militar en 1976. Entonces, existe una cierta autonomía entre las dinámicas de la economía y las de la política que los mecanicistas no logran entender, y eso es grave porque hace que se alegren con las crisis, cuando, en realidad, hay que alegrarse cuando lo malo entra en crisis y preguntarse cuántas posibilidades hay de modificarlo”.

En cuanto a la pregunta que le había formulado, sobre el triunfo de Cambiemos en 2015, aseveró: “El éxito en la campaña electoral previa a las elecciones de 2015 tiene que ver con la capacidad de lectura que tuvo ese partido respecto de algunos errores y déficits del Kirchnerismo en los años inmediatamente previos. Básicamente, a partir del estancamiento de los precios altos de las commodities, en un contexto global posterior a la crisis de Lehman Brothers, con aumento de la pobreza y la desigualdad, el Kirchnerismo planteó: ‘lo que tenemos que hacer es defender lo logrado’. De cara a ese objetivo, concentró su atención en la idea de la ‘década ganada’ y la defensa de lo alcanzado. Visto hoy en día, no era poco defender lo logrado; sin embargo, la paradoja en aquél momento, y cuando digo ese momento me estoy refiriendo a los años 2013, 2014 y 2015, es que no había forma de defender lo que se había alcanzado sin construir un proyecto a futuro. El Kirchnerismo no planteó un proyecto en esos términos, a punto tal de que no postuló un candidato propio a las elecciones presidenciales de 2015; hubo, de hecho, muchas ambivalencias en ese aspecto. Pero el hecho de colocar énfasis en comparar lo logrado con el 2001, es decir siempre remontándose al pasado, dejó vacante un espacio a futuro que fue ocupado por Cambiemos, que tuvo muchos logros en términos de comunicación política, empezando por su propio nombre, que es un nombre escrito en primera persona del plural. Ese nombre, dicho por Mauricio Macri, que siempre fue una figura polémica en la Argentina, dista de ser un dato menor. “Cambiemos” lo incluye a él mismo, incluye una promesa de ser Mauricio, y no ser Macri. Consecuentemente, como uno puede ver en el proceso electoral transcurrido en 2015, a la sociedad le costó mucho votar a Mauricio Macri: en la elección primaria solamente el 24% de los argentinos lo eligió, y un 6% más votó por otros candidatos de Cambiemos. En la elección general, el 34% lo votó; ahí todavía le faltaban 17 puntos para alcanzar la mayoría. Dado ese contexto, el Frente para la Victoria (FPV) tuvo que cometer muchos errores para que Mauricio Macri llegara a la presidencia. Yo creo que la peor de todas las frases que le escuché decir a un dirigente del FPV sobre ese episodio fue que su partido perdió por sus aciertos, y no por sus errores. Esa es la negación total de la realidad, y eso resulta poco útil para entender cómo sería posible revertir la relación de fuerzas en el terreno político”.

En esa línea, le consulté su opinión respecto a las posibilidades de reconstruir lo que se alcanzó en la etapa anterior de gobierno; quería que me contara cómo pensaba que se pueden recuperar los espacios que se habían logrado llenar y se están perdiendo, poco a poco. Cuando utilicé la palabra “espacios”, me referí a los alcances en términos de educación pública, inclusión social, la situación de pobreza de muchos argentinos, entre otros.

En su respuesta, Alejandro dejó en claro que su análisis no sólo considera las causas que se generan al interior de la Argentina, sino que lo que acontece es, a su vez, consecuencia de factores que superan las fronteras de nuestro país. De hecho, afirmó: “Yo tengo una opinión respecto a la situación nacional y la global que es bastante análoga. Podría no serlo. De hecho, podría ser al revés. Es más, durante muchos años fue al revés. En esa línea, Perry Anderson hablaba de que América del Sur era una excepción global porque, cuando en el mundo imperaba el neoliberalismo, la mayoría de los países sudamericanos caminaba en otro sentido. Yo creo que la situación argentina y la global son similares. ¿Qué quiero decir con esto? Que el poder de Donald Trump no está asegurado, y el Brexit tampoco, de hecho, está siendo discutido en este momento. Cada vez hay más sindicatos en el Reino Unido pidiendo que se vuelva a votar, porque cuando se votó fue sin la información suficiente, y tienen pánico de lo que puede suceder. Hasta ahora, la crisis global empujó hacia la derecha, pero, al mismo tiempo, generó polarización. También existe Podemos en España, Jeremy Corbyn en el Reino Unido, Bernie Sanders en Estados Unidos, el gobierno portugués, la llegada de Andrés Manuel López Obredor (AMLO) a México, etc. Lo que más creció es la derecha y la ultra derecha, pero hay, a su vez, fuerzas progresistas y de izquierda. El hecho de que AMLO haya ganado las elecciones no es un dato menor, estamos hablando del segundo país más poblado de América Latina, que nunca había tenido un gobierno de estas características, entre otras razones, porque le hicieron fraude hace 12 años, pero esta vez ganó por tantos votos que el fraude no era una alternativa posible. Otra vez, ¿por qué digo todo esto? Porque, a diferencia de 1990, cuando se abrió una etapa histórica que duró 25 años, que se cerró en 2015, todavía no podemos afirmar si se dio o no lugar a una nueva etapa que va a durar 25 años, por establecer una duración, o si estamos en un momento de convulsión política sin una definición clara por varios años. Afirmo esto en base a lo que mencioné previamente: Donald Trump no tiene nada asegurado, la ultra derecha no logró aún planes de gobierno perdurables, y por ahora hay capacidades de parte de sectores progresistas y de fuerzas transformadoras de plantear otros escenarios. La renuncia de Rajoy en España es un claro ejemplo de esto también. Hay que ver qué sucede en la elección brasileña. En el caso de Colombia, esa disyuntiva se resolvió hacia el Uribismo, de la mano de Iván Duque, y en contra de Gustavo Petro. Pero así estamos, ante circunstancias de alta polarización, que no se sabe a ciencia cierta hacia dónde o cómo va a decantar”.

Hasta ahora, la crisis global empujó hacia la derecha, pero, al mismo tiempo, generó polarización. Lo que más creció es la derecha y la ultra derecha, pero hay, a su vez, fuerzas progresistas y de izquierda.

En lo que respecta al caso argentino, destacó: “El escenario de elecciones presidenciales en 2019 va a estar vinculado con esa incertidumbre. Va a haber uno, o quizá varios, candidatos que propongan la continuidad del actual modelo, con más o menos matices. La diferencia va a estar marcada por el neoliberalismo, que apunta a ser cada vez más autoritario y represivo. Va a haber una alternativa, pero no sabemos si va a tener oportunidad de ganar las elecciones, porque, para hacerlo, es preciso articular todas las heterogeneidades de aquellos que están en contra del neoliberalismo. Lo que necesita la Argentina, hoy en día, es un gran frente contra el neoliberalismo, para garantizar todo lo que vos dijiste, los derechos y los espacios que se habían logrado, pero en especial, para garantizar la democracia. Aquel que dé una respuesta cerrada respecto a qué va a pasar, o qué no, yo creo que está equivocado, porque no se sabe qué va a ocurrir. Por esas razones, hay que hacer fuerza y trabajar para que un frente de ese tipo sea factible, sea posible”.

Como había remitido al caso mexicano, aproveché la oportunidad para introducir una pregunta que había pensado hacerle, vinculada con los factores que contribuyeron para que se produzca la llegada de un partido progresista al poder en ese país.

Lo que necesita la Argentina, hoy en día, es un gran frente contra el neoliberalismo, para garantizar todo lo que vos dijiste, los derechos y los espacios que se habían logrado, pero en especial, para garantizar la democracia

 

Gracias a su profuso conocimiento sobre México, su respuesta no sólo se remontó a la actualidad, sino que trazó algunos detalles históricos, que permitieron contextualizar el presente: “En México, en las elecciones de 1988, hubo fraude; de ganar la fuerza a la que se le hizo fraude, se hubiese instalado un gobierno que acompañara la apertura democrática que se estaba produciendo en América Latina en aquél entonces. Recordemos que en la Argentina fue en 1983, pero en Brasil ocurrió en 1985, en Chile después; México hubiese sido parte de ese proceso, de no haber habido fraude. Luego, en las elecciones de 2006, hubo fraude también. De no haber ocurrido, otra vez, México hubiese podido sumarse al ‘giro progresista’ que estaba teniendo lugar en muchos países latinoamericanos. Lo cierto es que hay una diferencia entre México y el resto de América Latina, que tiene que ver con que ese país tiene un vínculo estructural con la economía de Estados Unidos. No hay nadie, en el presente, en México, planteándose salir de ese vínculo; ni AMLO, ni nadie, porque sobre esa relación se basa todo un esquema de inversiones para aprovechar la mano de obra barata mexicana y, en ese marco, hay un Tratado de Libre Comercio vigente. En América del Sur, la gran patriada fue decir ‘No al ALCA’, pero en el caso de México, el acuerdo con Estados Unidos está en vigor, y son condiciones objetivas, económicas y estructurales, completamente distintas. Si AMLO hubiese sido presidente allá por el 2006, no podría haber ganado las elecciones ahora, porque en ese país no está permitida la reelección. Luego del fraude en 2006, México llegó a un nivel de degradación institucional, social y de violencia, con miles de desaparecidos y muertos cada año, que es muy preocupante. Acabo de regresar de ese país y lo que pude percibir es que los más escépticos tienen una ilusión de que algo cambie, y los menos escépticos tienen mucha esperanza de que su país pueda dejar atrás los altos niveles de violencia y la desigualdad acuciante en los años venideros, aunque implique un camino largo, pero tiene que ser recorrido en esa dirección”.

A continuación, le pedí que retomásemos el caso de Brasil, pero ahora quería conocer su opinión respecto al contexto actual, con Lula Da Silva preso y Jair Bolsonaro perfilándose hacia el triunfo en las próximas elecciones. Le consulté su análisis sobre el escenario que, a su entender, iba a ser más posible próximamente en ese país, teniendo en cuenta lo acontecido en la mayoría de los países sudamericanos durante los gobiernos progresistas. Mi pregunta apuntaba, de hecho, a lo conversado respecto a la Argentina y a considerar que en Brasil también se avanzó mucho, pero en los últimos 3 o 4 años se perdió gran parte de eso que se había logrado, en términos de inclusión social, desigualdad, pobreza, etc.

Su respuesta no sólo consideró el caso brasileño, sino también el de la Argentina, de manera de establecer coincidencias y diferencias entre ambos. Las comparaciones en el análisis político siempre contribuyen a una comprensión más acabada, porque dan cuenta de situaciones que a veces parecen similares, y no lo son tanto. Luego de unos segundos de reflexión, continuó: “Sí, en Brasil, de hecho, se perdió mucho más que en la Argentina. Porque no depende sólo de la voluntad de un gobierno, sino de las fuerzas sociales, y en nuestro país hubo mucha resistencia, y la sigue habiendo. Si bien es extenso de explicar, puedo afirmar que Brasil era el país más desigual de América Latina, con mayor nivel de exclusión, etc. Y, a través de distintos procesos; paradigmáticamente, en el gobierno de Lula, pero también con algunos elementos previos a los que aparecieron en su gestión, y con otros posteriores, durante el gobierno de Dilma Rousseff, Brasil estuvo muy cerca de salir de esa situación. Generalmente, a las elites les gusta decir que son muy racionales, y que los pueblos no lo son. En ese sentido, Brasil es el ejemplo perfecto de irracionalidad total de las elites, que ganaron mucho dinero durante los gobiernos de Lula; no se empobreció nadie en Brasil, y destruyeron eso, y al hacerlo, destrozaron la convivencia democrática, que es la base, una conquista, sobre la que pensábamos que no íbamos a volver a discutir. Hoy en día, estamos volviendo a debatir sobre si va a haber o no democracia en América Latina. Desde mi perspectiva, puedo afirmar que no hay forma de que haya democracia en Brasil sobre la base de la proscripción política. La Argentina es un claro ejemplo de eso, porque tuvimos 18 años de proscripción política, y todo terminó como terminó, entonces ya sabemos a dónde nos conduce esa situación. Es lo peor que le puede pasar a un país. Volviendo a Brasil, si un candidato le ganaba a Lula en estas elecciones, en el caso de que encontraran uno que pudiera hacerlo, iba a tener una legitimidad indiscutible. Ahora, ningún candidato que le gane al Partido de los Trabajadores (PT) va a contar con dicha legitimidad, porque le gana a un contrincante preso. Con lo anterior quiero decir que la única forma de que haya un gobierno políticamente legítimo en Brasil es que triunfe el PT, porque sería la vía a través de la que la herencia de Lula permanecería vigente, y esa mayoría, que no tiene derecho a expresarse, podría hacerlo, y podría existir, por lo tanto, convivencia democrática. Por lo expuesto, entiendo que va a haber que seguir muy de cerca el caso brasileño y estar atentos para poder saber, con cordura, tranquilidad y objetividad, si hay o no democracia en Brasil”[5].

Brasil es el ejemplo perfecto de irracionalidad total de las elites, que ganaron mucho dinero durante los gobiernos de Lula; no se empobreció nadie en Brasil, y destruyeron eso, y al hacerlo, destrozaron la convivencia democrática

 

Nos acercábamos al final de nuestra charla. El tiempo disponible apremiaba. Por eso, para cerrar, le comenté que, cuando había aludido a las conquistas alcanzadas, me había remitido a una frase que Peter Evans pronunció en la entrevista que se publicó en el número anterior de esta revista: “Brasil es el mejor ejemplo de que las conquistas nunca son permanentes”. En base a esas palabras, le solicité a Alejandro una reflexión que colocara énfasis en el caso argentino.

Se sonrió y destacó: “Es cierto, las conquistas nunca han sido permanentes en la Argentina. Si nos remontamos a la historia, hay numerosos ejemplos en esa línea: la Reforma Universitaria de 1918[6], el decreto de Perón de la gratuidad universitaria en 1949[7], que luego se perdieron. Incluso los derechos sociales fueron puestos en duda, los derechos políticos fueron restringidos durante las dictaduras. Las conquistas seguro que no son permanentes. Creo que debemos plantearnos el desafío de pensar si es posible que exista lo que habíamos soñado, que tampoco era tanto, estoy hablando de una democracia consistente, sólida, indiscutible, sin proscripciones; que pueda haber diferencias políticas y pluralismos políticos dentro de un esquema donde estén garantizados los derechos. Vos imaginate si Macri hubiese cumplido sus promesas de construir sobre lo que ya se había logrado. Cuando me imagino el futuro, pienso qué pasaría si compitiesen partidos para construir sobre lo alcanzado, y no para poner en duda o destruir las conquistas. Por eso, la batalla cultural sólo va a triunfar si logramos levantar cimientos sobre lo previamente alcanzado”.

Esa frase final encierra el resumen de todo lo que dejó la entrevista con Alejandro. En primer lugar, que las realidades nacionales deben ser entendidas considerando los rasgos propios de cada país, pero que el contexto regional e internacional debe estar incluido en el análisis, en aras de lograr una imagen acabada de los fenómenos en curso. Segundo, que la historia no debe ser un mero dato al momento de estudiar lo que acontece en el presente, sino una lección que permita, en la medida de lo posible, recuperar logros y subsanar errores que generaron perjuicios en todos los ámbitos, desde el político y el económico, hasta el social e, incluso, el cultural. En tercer y último lugar, para construir mejores sociedades de cara al futuro, resulta imperante dar continuidad a los procesos que elevaron los estándares y, en base a ellos, persistir en la tarea de que la conquista democrática no sea cuestionada. Fue un placer, y un honor, contar con estas reflexiones de parte de Alejandro Grimson, que no sólo brindan claridad al análisis de temas de difícil comprensión, sino, principalmente, dan cuenta de su fuerte compromiso con el pensamiento nacional y latinoamericano.


[1] Se trató de un procedimiento que inició una comisión especial de la Cámara de Diputados, con el objetivo de destituir a la entonces presidente de Brasil, Dilma Rousseff. Acusada del delito de responsabilidad fiscal, finalmente, el Senado aprobó su destitución el 31 de agosto de 2016.

[2] Alude al hecho de que Lenín Moreno, que había sido vicepresidente de Rafael Correa y había acompañado su gestión durante diez años, una vez que ganó las elecciones, a las que se postuló con el apoyo de su antecesor, viró hacia un modelo neoliberal. Entre otras acciones, eliminó la reelección indefinida, instituida por Correa y retiró de sus funciones a quien acompañó su fórmula, Jorge Glas, que cumple prisión preventiva hace un año. En cuanto a Rafael Correa, la Corte Nacional de Justicia decidirá, el 23 de octubre, si lo llama o no a juicio oral de cara a su acusación por asociación ilícita y el secuestro del ex legislador Fernando Balda.

[3] Se refiere a los acontecimientos ocurridos en los meses de junio, julio, agosto y septiembre, en la Argentina: crisis cambiaria, pérdida de reservas, caída de acciones, derrumbe de bonos, incertidumbre por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, entre otros fenómenos.

[4] Tras el fracaso de José Gelbard y de Alfredo Gómez Morales en su gestión como Ministros de Economía de la Nación, asumió Celestino Rodrigo, quien dispuso, el 4 de junio de 1975, un intenso ajuste que conllevó a una grave crisis en el gobierno de Isabel Perón. El “Rodrigazo” implicó un incremento del tipo de cambio y de los precios públicos en un promedio del 100%, aumentando, por lo tanto, la inflación y reduciendo bruscamente el poder adquisitivo de los trabajadores.

[5] Mientras se escribe esta conversación, tuvieron lugar las elecciones en Brasil. Jair Bolsonaro obtuvo el 46,3% de los votos, frente a un 28,8% de Fernando Haddad. El próximo presidente se definirá en la segunda vuelta, el 28 de octubre.

[6] En línea con lo que estaba ocurriendo en el país y en el mundo en aquella época, en marzo de 1918 la juventud universitaria cordobesa inició un movimiento para democratizar la enseñanza y otorgarle carácter científico, que tuvo proyección latinoamericana. Se extendió hasta octubre de ese año, aunque la fecha emblemática es el 15 de junio, cuando los estudiantes irrumpieron en la Universidad solicitando la elección del rector y declarando la huelga general. Esa gesta fue conocida como la Reforma Universitaria y logró, principalmente, la renovación de las estructuras y objetivos de las universidades, la implementación de nuevas metodologías de estudio y enseñanza, el razonamiento científico frente al dogmatismo, la libre expresión del pensamiento, el compromiso con la realidad social y la participación del claustro estudiantil en el gobierno universitario.

[7] El 22 de noviembre de 1949, el entonces presidente Juan D. Perón firmó el Decreto 29.337, que suprimía el cobro de los aranceles en las universidades públicas nacionales. La medida estaba en consonancia con la conformación de un sistema universitario amplio y democrático, cuyo antecedente principal fue la Reforma Universitaria de 1918.

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